Los plumerillos oscilaban
en respuesta a un viento
que volvía a los árboles
algo que bajaba de las alturas.
Los barcos acompañaban
el final de la tarde,
sobre un celeste casi gris.
En el sueño, ella dejaba de ser
una amenaza:
sus modos eran tiernos.
Pero un perro aulló bajo las estrellas,
y despertaste.
Sentado en tu cama
la recordaste con un collar de perlas.
El viento movía su pelo.
Un mar con franjas marrones y celestes
se abría hasta el horizonte.
Recibieron el milenio
en la proa de un barco,
frente al mar.
Sin embargo, como otras veces,
te costó conciliar de nuevo el sueño.
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