Crecer con la mirada puesta
en un conjunto que se amplía
a nuestro alrededor en la medida
que dejamos que eso ocurra porque
podemos privilegiar sus ritmos
por sobre nuestros deseos más estrictos.
Aunque en verdad no hay punto que sea
demasiado estricto en la realidad,
pero nuestros miedos no quieren entenderlo:
creen que sus poderes sirven más
que la fuerza de la relajación.
Suponen que no podemos estar alerta
sin sentir una punzante necesidad
de sobrevivir, de no deleitarnos detrás
de un placer que, a la corta o a la larga,
podría caer sobre nosotros
con el tremendo poder que maravillosamente ostenta,
-siempre muy superior a nuestros cuerpos-,
que son débiles, haraganes, propensos
a dejarse llevar por las impresiones
más y mejor hilvanadas
por fantasías de distinto calibre.
Entender en profundidad
las dinámicas más elementales,
erigidas para defender nuestras parcelas,
es la tarea de una vida.
La función elemental
que debiera ocupar nuestro interés
es adelantarnos en algo
a lo que cada evento esencial,
que tiende a repetirse esquemáticamente,
nos propone cada día importante.
Y cada día importante es un día desafiante.
Y deberíamos celebrar cada ocasión.
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