Todo era querido en ese tiempo:
una laguna azulada, los juncos
quietos, los pájaros yéndose.
Se va de a poco la luz mientras
la luna llena se eleva.
Una garza camina sobre
plantas flotantes y le encanta.
Todo era querido en ese tiempo:
una laguna azulada, los juncos
quietos, los pájaros yéndose.
Se va de a poco la luz mientras
la luna llena se eleva.
Una garza camina sobre
plantas flotantes y le encanta.
Cuando cerramos los ojos
y vemos lo negro,
casi seguro se nos aparecen
días capaz de hablarnos
de la extrañeza y de las dolencias
que intentamos aplacar
con parsimoniosos gestos que no tienen
valor para quien nos llama
desde una voluntad suave y lejana.
Hay un parque en primavera:
está vacío, quieto, nadie por ningún
lado. Es la hora de la siesta y tampoco
se sienten demasiado los pájaros.
Solo el viento viaja, va, sigue,
suena hacia alguna parte.
Estuvimos mucho tiempo
con la intención de resolver algo
y ahora, desde el balcón del hotel,
vemos los nuevos indicios de la luz.
Al amanecer, me decís,
no necesitan los remeros evitar
a quienes disfrutan del agua.
Por eso pasan rápido
cerca de la orilla ennegrecida.
Y con todo, el recuerdo de esos bañistas,
en esta orilla atravesada por las pequeñas olas,
está en la luz que motiva
el canto de los pájaros.
Quise remarcar que pasaremos
otra navidad juntos, aunque sé que no cambia
demasiado lo que diga en ciertos momentos
porque lo determinante es la forma,
y en las formas un avance es algo incierto.
No se puede confiar en nuestras pretensiones
si con cierta vacilación en la voz
volvemos a una historia de desencuentros,
con la mirada en la arena que recibe
a las pequeñas olas ennegrecidas.
Creo que ya estoy más cerca de agradecer, de forma muy profunda, mi insignificancia. A partir de ahí no debería tener que decir más nada, ni perfeccionar más nada, ni tratar de solucionar demasiado más nada. Será como estar en el campo y esperar que las liebres, despreocupadas, se crucen frente a mi cuerpo erguido.
En el inicio,
como suponías frente a ella
que debías tener un talento muy contundente
nada era verdadero.
¿Llegás a ver algo primigenio y dormido
a la espera de resurgir en el paisaje?
Te cuento algo: un niño se adentra en el monte
para buscar ramitas entre los árboles
en un día gris, quieto, de verano, que tarda en irse.
Hay también una balsa que va por un río
rodeado de una fauna inquietante
y una luz, en la balsa, que oscila al principio
y se estabiliza después, bastante después en realidad.
Las ranas en las orillas sostienen
el canto hacia las estrellas.
Entonces, decía, ¿ves las hojas,
gracias a la luz, encima del agua, y disfrutás
el movimiento que les otorga cada tanto el viento?
Estamos frente a la vidriera
de una sofisticada galería
debatiendo sobre un cuadro
que no es abstracto porque,
como bien decís, muestra,
de forma muy tenue, unos pantanos
donde una cigüeña, pequeñita entre
grandes manchas, mira unos cuervos
que graznan a su alrededor.
En el horizonte se ve un fuego
que le da al conjunto un toque
inquietante.
Más allá, en la esquina, vemos cómo
unos mendigos también arman un cuadro,
así como están, echados en las veredas,
bajo las luces, mirando pasar los taxis,
cerca de gente que se aproxima
al mejor punto de la celebración
sobre esta avenida vibrante
por los festejos de año nuevo.
Ellos, como nosotros,
buscan una paz duradera,
ahora que la música,
de un modo inusual, nos relaja.
Lo triste, no puedo dejar de pensar en eso,
es que recordaremos esto como otro
evento feliz más de cierto pasado.
Más allá, viven estrellas
poderosas y lejanas que,
como nosotros, las muy pobres,
también morirán.
Por mucho que lo intento nunca llego
a convencerme de que exista un Dios
amoroso y menos exaltado que estos festejos.
Como sea, espero que después
de estos días de vacaciones
puedas abrazarme con la mirada.
Cualquier cosa que nos acerque
sin embargo me alcanza.
Acá hay un muelle.
La luna está de un blanco transparente.
Su forma redondeada tiene un misterio
que nos hace imaginar las parcelas
que puede haber en ese lugar.
Y en esa esfera volvemos
a imaginar un cuadro,
o al menos cierta plasticidad.
Estaba convencido de que debía tener
un talento tan contundente como para
reposar frente a vos y frente a cualquiera que,
por el motivo que sea, estuviese cerca
o en algún lugar remoto.
Debía ser emperador en tiempos actuales
y en las circunstancias que tan bien conocés.
Por lo tanto nada era útil ni verdadero.
Y los decenios pasaban.
Me fijo en la manera amorosa
en la que nos dedicamos a levantar
las hojas desparramadas por el jardín.
Estamos frente a un pequeño canal
cada vez más desbordado
por las lluvias en el norte.
Hablamos de cuadros ingenuos
que esconden exóticos animales
purificados por los colores del atardecer.
En el comienzo de este otoño,
nos gusta sentir la luz
entre hojas endebles
cerca de donde una vieja perra
aguarda la llegada de su benefactor.
Hablamos también
del miedo a las aglomeraciones
y de personas que buscan
un trabajo que los mejore.
Imaginamos la grandeza
de una montaña nevada,
lejos de este parque que sobrevive
con el césped algo crecido.
No hay más demoras
en la autopista junto al río.
Todos fluyen hacia algún lugar.
Vemos el tráfico desde lo alto.
De tanto en tanto, se escuchan
canciones que vienen de los autos.
Hay casas con ladrillos
de un rojo intenso
y grandes cedros alrededor.
El rojo es parecido a un paisaje
que disfrutamos hace un tiempo;
un desierto rocoso y lejano.
Esa vez vimos una lagartija al sol
sobre una piedra que conservaba
el rocío de la primera mañana.
Y recién nos acordamos de eso.
Estuve por varios barrios ayer. En realidad, debo explicarme mejor: primero fui a nadar a mi club cerca del río y disfruté bajo un sol tod...