Llegué recién a una foto que nos muestra con un cuadro que habías pintado ese verano. Un lienzo de 120 cm por 100 de ancho que muestra la luna sobre el agua. En la parte alta del lienzo, la luna tiene un blanco donde se ven como unas parcelas de campo marcadas. Habías buscado cierta plasticidad en la luna y lo habías logrado. Gracias a esas líneas, el espectador descubría que esas parcelas armaban caras redondeadas, risueñas, inalcanzables, calmas. Caras chinas, las llamabas. Un efecto encantador y a la vez extraño.
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