Ahora estoy en una cuadra
donde bien pude haber estado
en mi adolescencia a esta hora
de la madrugada.
Gracias al extraño decaimiento
que tiene por la noche la ciudad,
pienso que está idéntica la calle.
Pero bien visto no es verdad.
Muchas casas desaparecieron
para que se levanten edificios
sin encanto.
Ni bien sube nuestra hija
al auto le muestro una canción
que escuchaba a su edad
y ella me mira con ternura.
Hoy conversé con un hombre
acerca del inicio de la primavera.
Quería darle algún significado al día,
que es lo mismo que intento cuando
me acerco a cualquier orilla a ver
un delfín saltando por un mar
calmo como un plato.
Un delfín que cuando golpea el agua
genera la luz de un faro.
Con ese delfín cerca, imagino,
nuestras charlas se extenderían
entre hortensias florecidas y podríamos pintar
el más antiguo de los árboles
que adornaba nuestro valle.
Un ejercicio que nos permitiría
subirnos a una tortuga para recorrer
lugares áridos y cálidos.
Entonces, ¿por qué nada aparece en el lienzo
sobre esos lugares tan lejanos?
Muchas veces, solo quisiera echarme en el pasto
unos instantes y acariciar el perfil
de una escultura hasta que el blanco
tenga vida.
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