A lejos viste unos niños
que para evitar la lluvia
se ocultaban bajo grandes
hojas “oreja de elefante”.
Ibas en la bici, el canto
de los pájaros te relajaba
y el aire, cada vez más frío,
volvía los sonidos más lejanos.
En la parte del campo
más ondulado, te bajaste
a ver cómo unos pájaros
negros y pequeños
formaban una mancha perfecta.
Las nubes se abrieron
y la pradera primero
se puso más verde
y después, gracias gris del cielo,
casi amarilla.
Cruzaste entonces la ruta
por la que casi nunca no pasa nadie
para tomar el camino de tierra
que a esta altura se ensancha.
A tu derecha, viste árboles sin hojas
y galpones iluminados por dentro.
Los iluminan, pensaste,
para que las gallinas
sigan produciendo.
Sin apuro, te bajaste de la bici
y en el olor nauseabundo,
en los galpones, viste a las gallinas
en sus jaulas moviéndose como robots,
y al sol, ocultándose detrás
de unos eucaliptos, sobre el final,
apenas tocándolas.
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