Te decía: Me levanté con el ánimo
de crear algo íntimo, feliz, tibio y redondeado
que ilumine este día y el que sigue.
Y con suerte también el próximo.
Estaría ubicado ese objeto junto a un estanque
donde podríamos vivir como los impresionistas.
Y atrás quedaría el recuerdo de la espaciosa casa
donde fui un ratoncito que deseaba nadar
en un estanque.
Porque estoy cansando de mirar hacia atrás.
Cansado de construir una biografía
que tiene un dramatismo forzado.
Recibo ahora una luz capaz de dormirme
un día de calor bochornoso.
Qué bueno, porque en ocasiones así,
duermo como un recién nacido
en un tren que recorre el campo.
Y no tengo preocupaciones
porque no tengo deseos.
Aunque una sola cosa
incluso entonces me exige:
llegar a la estación cercana
a nuestra pequeña y querida casa.
Por suerte, en el último tiempo,
los sueños no dependen de algo mágico.
Más bien dependen de los seres
que veía revolver la basura
mientras anochecía en la ciudad.
Unos pobres diablos esos mendigos.
Aunque tal vez fueran dioses encubiertos capaces
de salvarnos de una catástrofe inminente
cuando en las calles se repitiese
una lluvia fina y helada.
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