Esa vez estábamos en la orilla del río a un costado de los silos donde se veían unos juncos. En las cúpulas de chapa unas palomas se posaron en lo alto. A pocos metros, descansaban unos perros mal alimentados. En la orilla de enfrente, unos patos serrucho estaban de pie perfectamente quietos. Hablaste de “pintar un junco hasta respirar el junco” con relación a unos dibujos japoneses que pertenecían a tu abuelo. “Los compró en Asunción de joven”, dijiste. Nos pusimos a divagar sobre el mundo bíblico…. “Es algo descomunal,” sentenciaste, “un espacio severo y contenido”. Palabras que habrá sacado de su abuelo, pensé, y en eso los perros de Anselmo se acercaron moviendo la cola.
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