Está por llegar la tormenta. Se ven rayos
a lo lejos y el calor cede gracias a un aire más frío.
Un hombre en el edificio de enfrente
fuma en un banco de su magnífico balcón.
Lo miro desde el mío de la misma forma
que lo he mirado por años. Su padre
ya debe haber superado los noventa años.
Él los sesenta. No tiene pelo en la cabeza,
usa anteojos y parece un intelectual modesto
y tranquilo que vive con su padre
a la sombra de alguna posición
privilegiada que soporta con cierto hastío
mientras cada día fuma uno o dos cigarrillos
en ese edifico histórico de principios de siglo pasado
que miro desde mi balcón desde hace más de veinte años.
El hombre debe pensar, imagino, cosas parecidas
a lo que pienso acerca del paso del tiempo,
de la incertidumbre, de las fuerzas del arte
y de los dilemas cotidianos
que nos mantienen lejos de temas más acuciantes.
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