Ida a la playa, después de la lluvia, con un viento sur que enfría el ambiente y vuelve a los cuerpos más potentes, tal vez incluso más sanos. Al menos en mi imaginación. Frente al mar, veo el horizonte y de pronto me parece ver una gaviota demasiado lejos de la orilla. Veo otra vez y no la encuentro más. Vuelvo entonces a intentarlo, pero es en vano. No aparece. Debe haber sido un espejismo, una pequeña ola a lo lejos. Raro, pienso, suelo ver con mucha precisión las cosas a la distancia. En todo caso, habrá sido el espíritu santo, quiero creer, y por un momento lo creo (para ser sincero, alguna esperanza en ese sentido mantengo). Es parte de mi ser esa esencia soñadora y crédula que me lleva a lugares sagrados, lejanos, a veces fantásticos. Un rato después, veo una cría de lobo marino salir del agua por una fracción de segundo, y luego de nuevo, y cuando pienso que otra vez se va a tratar de una aparición vuelve a salir, y luego otra vez. No es como la gaviota. Este animal vuelve una y otra vez a salir siempre paralelo a la costa. Sin embargo, el recuerdo de la gaviota a lo lejos permanece.
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