sábado, 21 de junio de 2025

Un parque circular

 

Recuerdo que cuando no tenía más de dieciséis años fui con mis compañeros del taller de pintura —todos mayores que yo— a jugar al tenis a un barrio que tenía un parque circular muy grande al que nunca antes había ido. Hoy ese recuerdo forma parte más bien de un sueño porque nunca volví a ese parque y no sabría decir bien dónde queda. Uno de ellos era un entusiasta comerciante de rulos y anteojos llamado Dani. Alguna vez me dijo que dormía todos los días de doce a ocho de la mañana y no tenía problemas de sueño. Un orden práctico y saludable que me impresionó pero que nunca logré sostener. Otro era un joven diez años mayor con esa impronta que a veces cargaban los hombres nacidos entre los años 65 y 70 —una severidad marcada por la influencia religiosa y militar que había echado raíces en el país y en tantos otros lugares del mundo—. No puedo recordar su nombre. Parecía con todo ir detrás de cierta apertura de miras en el taller y quién sabe si también en algún otro ámbito. Algo también en el país —quiero creer— estaba sujeto a un cambio profundo incluso en los educados. Finalmente estaba Lucas de barba espesa con un aire que me hacía pensar en algún gen vasco. Era geólogo y aunque no me resultaba del todo antipático algo en su forma de impostar los gestos me fastidiaba. Siempre me ha perturbado la importancia que se dan algunas personas —un descaro evidente si tomo en cuenta mi narcisismo.

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