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viernes, 15 de agosto de 2025

Esa tarde

Esa tarde, con mi hija, bajamos la cuesta después de sacar las fotos con los acantilados detrás y el mar abajo. Mi hijo se había adelantado en el regreso, molesto por nuestro interés en fotografiarnos. Por el sendero estrecho, invadido por la maleza, empezamos a hablar del malestar misterioso que compartimos: el empeño por luchar contra cualquier forma de bienestar. Ella me dijo que le cuesta asumirlo porque no es una desgracia visible. Le pesa no saber valorar lo que tiene, absorbida tantas veces por pensamientos que se imponen y la arrastran con una fuerza extraña a lugares donde no quiere estar.

Le respondí que esa condición es también el reverso de ciertos dones espléndidos, creativos. Que hay que aprender a mirar esas cosas en conjunto, sin dividirlas. —Ya pensé eso —dijo—. Desde que era muy chica. Aunque no se lo dije, pensé que desde hace mucho hay en ella algo más sabio, más hondo, más verdadero que en mí. Esa diferencia no se puede explicar por la edad, sino por otra clase de tiempo.

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