Me levanté nueve menos cuarto. De eso me acuerdo perfecto, miré el reloj. Pensé que había dormido bastante bien. Sueños intensos, como siempre, que me llevan a escenas que no podría traer a la luz. Tienen una intensidad tan grande y por lo tanto tan real que me han hecho pensar que dormir me genera cierto miedo por la inmersión que supone en mundos demasiado extraños. Desayuné con mi pareja cerca de las once, atento a las plantas moviéndose apenas en el balcón. Era un día de sol de unos veintidós grados, el tipo de clima que genera una felicidad innata. Poco después fuimos a comprar almohadas a un local que queda a pocas cuadras de nuestra casa. Ahí sucedió el hecho tan particular y tan inexplicable como los sueños. Me senté en una silla de metal con cuero negro a esperar que el vendedor le mostrara unos acolchados a mi pareja y, en esa posición y en ese lugar, sentí un placer fuera de serie. El diseño de la silla, la manera como recibía a mi cuerpo, su orientación, todo era de una calidad infrecuente. Un bienestar tan grande había en esa silla que no recuerdo una experiencia igual.
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lunes, 20 de octubre de 2025
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La silla
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