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sábado, 23 de agosto de 2025

Viernes por la noche

Mi hijo acaba de salir a juntarse con sus amigos. Unas chicas, según me confesó, también son de la partida y luego la ida a bailar. Fue la primera vez que hablamos de un programa así. Dudaba de ir porque decía que no se sentía del todo bien, y eso me dio pie para contarle que a veces me pasaba algo parecido. Estaba cansado y la perspectiva de acostarme al amanecer del día siguiente me hacía dudar de ese programa llamado “ir a bailar”. Lo que definía mi decisión era si tenía o no una chica en vista. Si debía ir al lugar donde se bailaba, sin ninguna chica en vista, y dentro de ese espacio estruendoso lleno de gente conversar con una para de una manera siempre más bien compleja terminar con algún tipo de contacto físico, la posibilidad me resultaba tan remota que, estando como decía cansado, lo más probable era que me volviese temprano a mi casa. Incluso antes de pagar una entrada. Esperé que mi hijo me dijera si a él le pasaba lo mismo, pero fiel a su reserva habitual no soltó ninguna precisión. Solo se rió apenas y pronto, después de ponerse un buzo negro mío que valora mucho, salió de casa.

Yo me quedé aquí en el salón de estar. Fijo en el edificio antiguo de enfrente. Ahora sopeso sus cúpulas señoriales, su prestancia. Detrás veo, muy a lo lejos, un par de rascacielos. No puedo creer que hayan pasado más de treinta y cinco años de eso que le contaba a mi hijo, me digo. No siento todo ese tiempo como vivido, ni mucho menos siento que yo tenga todos esos años. Siento otro tipo de levedad, y sobre todo unos temores bastante parecidos a los que tenía entonces, y ese punto, el de los miedos, de algún modo me tiene todavía cerca de las noches en que podía salir a ver si allá afuera, por las calles, tendría un encuentro con la suerte.

viernes, 22 de agosto de 2025

Península arábiga

 Diez y treinta de la noche en el aeropuerto de Ezeiza. Estoy sentado en un café junto a la puerta de embarque número cuatro. Desde hace más de una hora observo a la gente que pasa, tan atento que me pregunto si lo que vivo —este tiempo y este espacio— pertenece a una realidad particular, o si mi vida no es más que el apéndice de un sistema que se despliega en todos los demás dentro de una función cuyo sentido permanece oculto. El pensamiento fue extraño y vino acompañado de un sentimiento perturbador: como si, gracias a esa revelación, pudiera quedar de un lado distinto al de la realidad.

El vuelo sale con una demora de cuarenta y cinco minutos. Se lo digo a mi pareja y a mis hijos. El avión va a Río de Janeiro y después a Dubái; nosotros bajamos en la primera escala. Por el aspecto de los demás pasajeros, muchos parecen seguir viaje. Siempre esta manía de clasificar a los otros: rostros que me sugieren oriente, occidente, árabes, ingleses, americanos. Una máquina que no descansa.

Las azafatas, maquilladas, llevan un sombrero redondo y un medio velo y parecen situarse entre Oriente y Occidente según su origen. Algunas de aspecto eslavo, otras inglesas o americanas, otras árabes, incluso una de rasgos orientales. Todas jóvenes y hermosas. La comida resulta sorprendentemente buena, con cubiertos de metal, aunque viajamos en clase turista. El vino también es correcto.

Bajo del avión en Río con cierta angustia: me parece que quienes permanecen dentro están condenados a seguir en ese encierro sofocante, donde por momentos falta el aire. Afuera, en cambio, el aire se percibe templado, muy distinto al frío de Buenos Aires. Tras una larga caminata llegamos a los puestos de migraciones: muchos mostradores, apenas dos funcionarios, y una fila larga y tediosa. Solo las tripulaciones pasan por un sector prioritario. Primero la de una aerolínea chilena, después la de Emirates. En un momento, esa tripulación queda a mi lado; solo nos separa una soga y unos postes metálicos. Entonces ocurre lo siguiente: una azafata, mientras habla con otra árabe, gira apenas la cabeza y me mira. La miro y aparto la vista, cohibido. Vuelvo a mirarla y ella hace lo mismo. Su mirada es intensa, inolvidable. Viene de Las mil y una noches.

jueves, 21 de agosto de 2025

Quiero ser sincero

Quiero ser sincero. No más búsquedas de una realidad, "poética". No necesito eso ahora. La escritura sirve para muchas cosas, casi para todo: darle sentido a lo que pasa en esta vida; conocerse; incluso entretenerse. Y podría seguir inventando excusas. Tengo tantas emociones que de alguna manera necesito liberar. Darle forma a una ola inmensa que me pasa por encima. De eso quería hablar ayer cuando fui a lo de mi médico. Por eso le confesé que tengo una voz interna, un pajarito lo llamo, que se empeña en decirme que no soy capaz de disfrutar. Necesito anticiparme al hecho de que al placer le sigue el dolor. Por eso creo que mi médico insiste tanto en que sea capaz de nadar en el mar, si tanto me gusta, sin que me importe los riesgos o las consecuencias. No quise interrumpir su discurso, pero ¿cómo logro disfrutar de la sensación tan envolvente del agua hasta olvidarme de la profundidad?

miércoles, 20 de agosto de 2025

Creyentes

Un niño nace en una familia religiosa y vive en un pueblo entre dos cordilleras áridas en donde el cielo suele estar sin nubes. Tan límpido que se vuelve seco. Siempre soleado, al punto que la piel está ajada en el rostro de cada uno. ¿qué chances tiene de salir de ese mundo cerrado, fantástico y tremendo? 

¿Y cambia en algo si el niño nace en una familia que pondera el intelecto, que sostiene que el pensamiento, de algún modo, es la forma de darle sentido a todo? ¿Cómo saldría de ese lugar? 

Ahí está el niño. Va de la mano de su abuela por un cementerio lleno de tumbas barrocas, algunas neoclásicas, otras renacentistas incluso, que tiene calles estrechas y unos pocos pinos esparcidos cada tanto. 

A lo lejos, ve a dos cuidadores con overoles azules. Parecen decirse algo jocoso en relación a un partido de fútbol reciente. Tal vez el equipo de uno venció al de algún otro. Tienen escobas en una mano y van hacia una carretilla con una pala llena de hojas secas en la otra. Es un día nublado y húmedo de invierno. Pero no hace frío. ¿Está por llover?

Y ahora que ya tiene un cuerpo adulto: ¿Cómo sale de ahí? 

lunes, 18 de agosto de 2025

Justicia

 Una cuestión que debo resolver antes de que los años se acumulen —y la amargura sea más grande— es mi tendencia a encontrar siempre un enemigo. Una vez que identifico a esa persona, basta su imagen, a veces solo su nombre, para que se me imponga un rechazo absoluto, una rabia. No admito lo que considero su malicia, sus faltas, su deslealtad. El origen lo sospecho en mi infancia. En algún punto, esa rabia fue tan grande que me desbordó, pero tuve que contenerla. No había opción si quería seguir con mis padres. Incluso de niño entendí que soltarla sería una catástrofe. ¿Pero cuál fue? ¿Ser hijo de dos jóvenes que no se querían, que no podían hacerse cargo de un niño ni de ellos mismos?

domingo, 17 de agosto de 2025

Bañera

Me pongo a dibujar y de algún modo eso me recuerda cuando de niño me metía en la bañera con agua caliente, sacaba los animales, un submarino y un par de barcos que guardaba en una bolsa en el placard del baño. Jugaba con ellos hasta que la piel se me arrugaba. Ahora trazo formas primitivas que no sé de dónde vienen. Solo piden estar en el papel como yo en la bañera. 

sábado, 16 de agosto de 2025

Mi amigo L

 Fui a lo de mi amigo L, el dueño de un vivero cercano. Día de sol que comenzó temprano después de una noche apacible con un buen dormir. El silencio de esta casa, cuando lo logra porque los vecinos se acallan, los perros se duermen y solo se escucha el lejano ruido de los autos que pasan a lo lejos, es una bendición. Bien, eso fue lo que ocurrió anoche. En el vivero saludé a mi amigo y le expliqué, porque vino a mi cabeza el recuerdo, que hay una canción con su nombre -que no es nada común- que dice: No silbes más, no ves que tu silbar mi apena.... Mi abuelo paterno se llamaba L -le dije-, también mi bisabuelo, y mi hermano se llama así. Alguien cantó esa estrofa hace mucho. Tal vez alguien de la familia. Me contestó que no conoce la canción con esa sonrisa tan propia de un cuerpo luminoso.Tal vez la busque alguna vez. Aunque no creo, porque es una persona que parece vivir alejado de cualquier interés específico. Nada que esté alejado de la paz de las plantas lo convoca, pareciera. Es demasiado joven -cuarenta y dos años- para ser tan sabio. Tuvo una panadería con su padre. Con el tiempo, gracias al desarrollo de esta zona, hizo algo de dinero. Desde hace unos años vive de un alquiler, me contó alguna vez. Supongo que algo más junta con el vivero. Aunque pocas veces lo abre, tiene pocas plantas. Parecería más bien que le gusta ver crecer la maleza que tiene el fondo, junto a un almendro que lucía sus flores rosadas con blanco. Según me explicó alguna vez, cada una de ellas es una almendra. Como está lejos de la ambición, vive en aparente tranquilidad. Pero me pregunto qué desafíos le presentará la vida a la que no le gusta ver a la gente demasiado tranquila.

Viernes por la noche

Mi hijo acaba de salir a juntarse con sus amigos. Unas chicas, según me confesó, también son de la partida y luego la ida a bailar. Fue la p...