Archivo del blog

domingo, 16 de noviembre de 2025

Después de nadar

Después de nadar y de pasar un buen rato acostados en las reposeras viendo caer la lluvia, volvemos un momento al cuarto antes del almuerzo. El menú del mediodía y de la noche consta de entrada, plato principal y postre. Platos elaborados con productos de la zona, con una nobleza simple. Porciones justas. Las mozas —jóvenes, calmas, amables— transmiten una tranquilidad que parece heredada.

En el almuerzo nos sirven sorrentinos de surubí. Buenos. Nunca había probado algo así. Nos sentamos junto a la ventana que da a la selva. La familia francesa termina de comer en la mesa que deseo ocupar: la mesa del vértice, donde convergen las dos galerías. El mejor espacio existencial. Tomo un poco de vino para atemperar mis nervios y duermo más tarde la siesta. Al despertar —cinco de la tarde— aún caen algunas gotas. Con mi hijo acordamos enfrentarlas para conocer los senderos de la reserva.

Nos internamos en uno que baja. Ramas, hojas secas en el piso, sombras que rozan el cuerpo. Por un momento pienso en los soldados americanos en Vietnam: esa sensación de avance incierto, como si algo pudiera aparecer de pronto entre la vegetación. Pero nada ocurre. Cruzamos un riacho, subimos una cuesta y salimos del otro lado.

Frente a nosotros aparece un camino y varias construcciones que miran al río. Un perro blanco, de tamaño mediano, nos ladra desde la entrada de una casa. El mismo que escuché la noche anterior, supongo. A la izquierda, una casa señorial de dos pisos, de hace un siglo, estimo. Más cerca, una casa más modesta que bien pudo haber sido la del cuidador. En su galería hay un busto de prócer y varias máscaras de arcilla: un pequeño museo improvisado, algo del orden del arte contemporáneo. “Acá vive un artista”, pienso.

Querría acercarme a la casa grande, pero lo descarto. Tomamos la dirección contraria. A lo lejos, dos perros bajitos nos ladran. Un cartel de “prefectura” los acompaña, frente a una casa moderna donde dos gendarmes nos observan.

—Nada de interés —dice mi hijo, y nos internamos de nuevo en la selva.

No hay comentarios:

Después de nadar

Después de nadar y de pasar un buen rato acostados en las reposeras viendo caer la lluvia, volvemos un momento al cuarto antes del almuerzo....