Después del desayuno, y de descansar un rato en el cuarto, vamos con mi hijo un rato a la pileta. Se escuchan truenos a lo lejos. Bajo el cielo gris opto por nadar antes de que llegue la tormenta. Intento concentrarme en mis piernas. Atender cuando golpean en el agua. Fijarme en la coordinación de mis brazos. Lo logro por instantes; el resto del tiempo mi cabeza sigue en un tren de pensamientos que circundan siempre una angustia perpetua. Sus temas al menos van rotando.
Cuando empiezan a caer las primeras gotas, salgo del agua. No es lógico arriesgarme a que caiga un rayo. En una repostera, veo caer el agua. Mi hijo, a mi lado, se entretiene con el celular. Le dedica mucho tiempo a observar videos en las redes. Al parecer, lo hace con placer, cosa que no deja de sorprenderme. Tiene una atención poco censuradora hacia lo que mira; su curiosidad, por lo visto, se traduce en placer.
Yo en cambio no logro relajarme; incluso frente al enorme espectáculo que es una tormenta tropical. Los pájaros por momentos, cuando para de llover unos instantes, cantan con placer. Celebran la lluvia. Tal vez el café me produce el estado de aceleración que padezco. O es más bien, la imposibilidad de dejar de pensar en la alergia que me invade desde el día anterior. Son ciclos clásicos: salgo de viaje para disfrutar, pero al mismo tiempo hay una presunción: no voy a ser capaz de lograrlo. Tarde o temprano, un hecho en apariencia fortuito va generar un recuerdo o un lazo con una angustia encriptada que emerge en mi cuerpo. Viene de una imagen o de un comentario. De inmediato mi cabeza genera la molestia y luego se queda de forma obsesiva recreándola, buscándola. Está claro que no debe atender a ese pensamiento, no debe conectarlo con la molestia en mi cuerpo, pero no puede dejar de hacerlo.
No veo por qué tanta saña. La visión por casualidad de una aguja logra que mi cabeza se conecte con el dolor que me generó una infección de penicilina en mi juventud. El dolor reaparece. Casi tan fuerte como entonces. Me ataca y quedo atrapado por un largo tiempo. Mi cabeza recrea la sensación sin el menor signo de cansancio. Lo bueno es que mientras tanto los pájaros cantan y la lluvia cae.
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