Dije que esto lo iba a contar algún día y creo que hoy llegó el día. Cuando estaba peor que nunca, en ese largo tiempo que tuvo la crisis de las crisis, el tiempo oscuro de todos los tiempos negros, una terapeuta, después de hacerme un test artístico o algo por el estilo, concluyó que debía empezar, siempre en un tren, digamos, terapeútico, a practicar, o estudiar incluso, escultura en piedra. De manera que me acuerdo bien que empecé a buscar por internet dónde podía estudiar escultura en piedra por el centro de la ciudad y resultó que no había más que un lugar, o en realidad un curso, y enseguida, cuando hablé con el profesor, me di cuenta de que en realidad tampoco ese curso tenía algún alumno pero, como yo terapéuticamente debía empezar a trabajar la piedra, ni bien el profesor se avino a darme solo clase a mí, es decir se cansó de esperar que el cupo de alumnos prodigiosamente aumentase, empecé a tallar una piedra.
Tallaba todos los martes de todas las semanas una piedra bastante grande que era muy dura y que casi nada se modificaba con mis golpes -yo trabajaba con una punta-, hasta que se hacía la hora -pronto por suerte me acompañó otro alumno-, y después me tomaba un colectivo -una rutina muy infrecuente en mi vida- que pasaba por la esquina del taller de escultura y me dejaba en la esquina de un taller de literatura donde yo tenía puesta todas mis esperanzas, digamos, existenciales.
El taller de escultura era de cuatro de la tarde a seis y media de la tarde, y el taller de literatura era de siete a casi diez de la noche. Después les voy a contar de ese taller, ahora prefiero contarles que, por arte de magia, o por obra de la providencia, o por ambas y otras muchas cosas fantásticas a la vez, un día que yo estaba tediosamente pegándole a la piedra sin lograr un avance significativo, noté, al principio con poco interés, que mi insistencia en golpear la piedra había generado una pequeña curva en ella, y que esa curva, en la medida que se perfilaba mejor, comenzaba a ser tremendamente sensual. De manera que continúe pegándole a la piedra, pero esta vez con cierta urgencia por perpetuar, por ahondar esa curva, por volverla simplemente lo sensual que ella podía ser.
Y a partir de ahí no quise que la clase se escultura termine, y a partir de ahí la clase literatura me pareció cada vez más pesada. Y todo en mi vida cambió.
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1 comentario:
Eso reafirma que dentro tuyo hay un artista golpeando, tratando de salir, no sutilmente sino con pasión y energía. Me alegra mucho. Un abrazo!
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