Para irte de tus manías,
caminabas hasta un claro
para meditar
hasta que lo deseado
dejase de pesar.
Y con el tiempo,
llegabas a parecer
un mendigo.
Pero no pedías nada
porque tu intención
no era exigir
sino dar.
Y gracias a tanta bondad,
te volvías un santo
y eras pintado
en una iglesia de Roma
junto a montones de ángeles
Pero vos, muy pronto,
querías salir de ahí.
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