Llegamos a tu casa y tu madre, al notar nuestra presencia, dejó de regar unas orquídeas con un rociador para saludarme con displicencia. No sé por qué me acordé de eso y de una tarde de aquel verano. Esa vez un dorado pasó cerca mío cuando estaba a punto de zambullirme. Por unos segundos, se detuvo en línea recta, a no más de un metro, como si quisiera decirme algo. Y desde ese día el cuerpo cercano del pez en el agua vuelve a mis pensamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario