Ya de niño percibí en la cuadra
de la casa de mi abuela, fijo
en unas grandes hortensias con tonos
violáceos, azules y rosados,
el poder de un lazo con cierto espacio,
y sobre todo el hecho de que ese vínculo irradiase
un patrimonio intangible, y a la vez certero,
capaz de acercarme a un centro
con colores más vívidos
y sonidos más diáfanos.
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