Cena en el hotel. Una pareja de personas mayores lee el menú durante un largo rato. Nosotros pedimos una entrada y un plato principal. Ambos llegan juntos, después de bastante espera. Así son las cosas por acá: descontracturadas, informales y, sobre todo, matizadas con sonrisas.
Me regalan una copa de vino. El trato con la moza es feliz. Estoy bien con mi hijo. Hablamos de los posibles resultados de las elecciones que se celebran al día siguiente. No sabemos mucho; coincidimos. Tampoco nos importa demasiado: tenemos cierta consciencia de cómo actúan las franjas de poder para captar voluntades, y creemos que con nosotros no lo logran.
Dormimos agotados y temprano. Por la madrugada se larga una tormenta. Disfruto el ruido del agua. Amanece y escucho el estruendo de unos pájaros enormes, fantásticos.
Por fin puedo dormir un poco más. Desayuno y partida a las cataratas. Cola para sacar las entradas, ingreso, entusiasmo. Hay bastante gente: entre ellos, una pareja que se abre paso, una francesa impetuosa que arrastra a su compañero y quiere avanzar más rápido que los demás.
Las cataratas tienen un caudal excepcional estos días. Es placentero concentrarse en el agua justo cuando se prepara para caer con vértigo. La vegetación y los pájaros acompañan. Por los senderos se ve mucha gente, y sin embargo hay un clima de hermandad. Los que pasan en lancha a lo lejos saludan; lo mismo cuando subimos al tren. Unas mujeres africanas saludan con cierta levedad a los que van por el andén. No terminan de dar rienda suelta al impulso de mover las manos. Supongo que por pudor.
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario