El joven que nos gestiona el alquiler del auto termina siendo una suerte de amigo. Joel Esteban nos dice que se llama. Curioso nombre. Hablamos un poco del hecho de tener un segundo nombre y de encontrar gente con el mismo nombre que uno. Bromeo que a mi homónimo me lo voy a encontrar en algún punto de este viaje. Cuando eso ocurra, te voy a mandar una foto de los dos, le digo. Sonríe. Es un joven sano, afable, alegre. Al menos en la dimensión que puedo atisbar.
Llegamos al hotel donde también nos recibe un hombre afable. Christian. Serio, dedicado, algo histriónico. Nos muestra la habitación inmersa en la selva. Nuestros vecino son una pareja con un hijo de dos años, calculo. Un niño mimado que recorre más tarde las mesas en busca de atención, cariño, saludos, no está claro qué busca. Tal vez lo suyo sea curiosidad. Asombro. Todo lo que con los años perdemos de manera dramática. Florian se llama, y me cae bien a pesar de sus gritos. El padre va detrás.
Con mi hijo las cosas discurren bien porque es un ser sabio. Tiene una serenidad y una templanza que convoca a disfrutar de su compañía. No tiene modos bruscos o altaneros. Y si los tiene, suele ser consecuencia de un comportamiento injusto de un "otro". Su filosofía de vida está basada en la ecuanimidad, de algún modo. Un centro que lo mantiene iluminado.
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