Llegamos hasta el final de nuestra caminata: la Garganta del Diablo. El lugar donde el río cae. Blancura que desciende en busca de un nuevo piso. Me quedo con la fuerza del agua, con su volumen, su fascinante potencia. Me tienta dejarme llevar, pero sería perder la vida. Así funciona la atracción máxima de la belleza: la mayor potencia encarna el fin.
Arriba, a los costados, están los pájaros, cantando como si nada. O más bien, como si esa fuerza demoledora los exaltase también. Los árboles, toda la vegetación excelsa, acompañan junto con los coatíes, los monos, los cervatillos e incluso los jaguares. El paraíso: el lugar desde uno debe caer.
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