Gracias al trabajo que vengo manteniendo con el Chat —ese diálogo en torno a mi obsesión con los ruidos molestos—, pude ver hace unos instantes que mantengo un estado de hiper-vigilancia, en un marco de tensión casi permanente, que por supuesto no sé muy bien a qué responde. Alguna vez, un psicólogo, en una de las tantas terapias que hice, me habló de esta vigilancia obsesiva y la asoció a una tendencia patológica bastante común. No obstante, me encantaría entender por qué alguien desarrolla esa atención extrema. En este caso, alguien como yo.
Si voy para atrás, es cierto que desde chico experimenté esa sensación: la de tener que estar en alerta permanente, como si existiera un peligro inminente en los hechos. Recuerdo estar en el auto de mis padres, solo, expectante, mientras ellos entraban a un negocio cercano donde no podía verlos, sumamente nervioso, convencido de que nunca regresarían. No sé cómo llegué a creer algo tan improbable. Y es justamente esa distancia —entre lo improbable del caso y la certeza de mi creencia— lo que me hace pensar en el enorme desorden que hay en ese espacio intermedio.
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