De noche pasaban
imágenes punzantes
y cuando amanecía,
ahí estaban de nuevo
los barcos semihundidos
en el estuario.
De noche pasaban
imágenes punzantes
y cuando amanecía,
ahí estaban de nuevo
los barcos semihundidos
en el estuario.
Intentaste ser
como la nieve.
Hasta que
apareció el tallo
incipiente en lo blanco
y entendiste mejor
el sentido de la tensión.
Esos días de invierno,
te miraba ir desde la ventana
y vos pensabas que a tu vuelta
ella no estaría.
Aquella noche
la ciudad estaba quieta
el agua era de un verde
reluciente casi azul
y vos confiaste
más en esa experiencia
que en cualquier idea
o postulado.
En la noche ella se alejó
sobre los adoquines
de la parte más antigua.
Había parado de llover
y la humedad ayudaba
a oír sus pasos,
uno a uno, sobre
el gris reluciente,
uno a uno
se acompasaban
a las pequeñas olas.
Esa mañana pensaste
que tus días siguen
a tus padres,
y los de tus padres
buscan a tus abuelos.
El canal estaba
agitado por el viento.
La iglesia
bajo el sol de mayo
se iluminaba frente al canal.
Se habían corrido las nubes
y el agua también se encendía.
Y miraste otra vez el mar
donde, ajenos y mudos,
nadarían unos peces.
Siete en punto.
Del otro lado del canal,
una mujer corrió
hacia la escuela.
Una maestra seguramente.
Un día nublado con
un sopor persistente.
Las formas en tu mente
seguían tensas.
Cuervos
te miraban desde
el alambrado.
Otra vez, vivías
el final de una película
que no termina
con buen ritmo;
intentaste entonces
volver a la iglesia,
al querido canal
y a esas nubes,
espesas, unas
junto a otras.
Pasaban unos patos
y el viento apenas
movía los árboles
y su cara de joven
estaba con vos.
En el gran árbol
de ese jardín
había una cuevita
donde esperaban
el nacimiento
de una pequeña esfera
dorada.
En las rosas chinas,
cantaban los pájaros.
Querían mostrar su alegría
o tal vez decirle algo
al que silencioso se retiraba.
En tus recuerdos,
todavía está esa iglesia,
sus grises y el verdín,
las enredaderas
incipientes,
los gorjeos
y el agua
esa tarde de lluvia,
tocándola.
Eras un pájaro
que iba a cantar
a una ventana
que reflejaba el cielo
azul, no celeste.
Y dos o tres gatos
rondaban la galería.
y adentro, en el cuarto,
dormía tu madre.
Porque tu mayor miedo,
no ser capaz
de soportar el dolor,
te hace caminar
en busca de una muralla
que no aparece jamás.
Y otra vez pasaban
los colores reclamándote
como señores feudales
que piden por sus vasallos.
Colores en tonos
rojos, bordós, magenta,
y después, turquesa,
y más tarde, verdes
y azules.
Y vos esperabas
también a los grises
que se elevan desde
el agua,
y a los blanquecinos
y a los amarillos,
que llegan
a los pájaros.
En una estación
de servicio abandonada,
con el auto apagado,
después del anochecer,
escuchabas el ruido
de la ruta,
y cuando abrías los ojos,
te acompañaban,
como soldados custodios
de la gran muralla,
unos plumerillos
inmóviles.
Soñabas
con pinceladas
a un ritmo acorde
con los colores.
Querías pintar
pero te faltaban
esas tardes
frente a las montañas
esfumadas.
Había dos estrellas
más allá de los robles
que se veían pegadas.
Esa noche, caminaste
hasta la playa
pensando
en lo lejos que están
y en lo muchas que son.
a la espera
de lo que viene
cuando se está
en la oscuridad.
Te levantaste acelerado
por las pesadillas.
No paraba de llover.
Meditar te resultó
imposible.
Un relámpago cruzó
tus ojos cerrados.
Entonces pediste
una señal.
Algo que demostrase
que tus esfuerzos
valían la pena,
pero ese mensaje
nunca llegó.
Solo continuaba lloviendo.
Así que agradeciste eso.
Porque esos mismos pájaros
pasan por el jardín,
eligen una rama,
trinan, siguen,
tocan algo por instantes.
Juntos
miraban las estrellas.
Y ahora
cómo desearías
contar bien ese recuerdo,
describir
lo que sentiste
hace tantos años.
Ese árbol esa noche
con la luna llena y la humedad
resplandecía,
y unos sapitos en el jardín
también buscaban
un haz de luz
que los refleje.
Recorrer el bosque,
en silencio,
hasta ver el mar
echarse en la arena
escuchar a las gaviotas llamándose,
las olas, emerge el ritmo
cuando se está atento.
Te gustaría ir de nuevo
por ese camino
hasta adentrarte en el monte
para quedarte viendo
las pasturas
bajo los árboles.
Día cálido de sol y un viento tenue. Me levanté y después de mirar como tantas veces por el balcón los edificios que me acompañan desde ha...