Un ángel guardián
en tu cuerpo cuando
mira el mar perlado
antes de la noche.
Quisieras ser escuchado
por quien permanece
en un silencio
que ni los perros
rompen.
En un recodo de la noche,
viste a la tortuga
que de pequeña era simpática
y al crecer se hizo adusta
y te vigila.
Hace años empezaste
a tallar una piedra
que casi no se modificaba.
Hasta que tu insistencia
generó una pequeña curva
que se hizo cada vez más
pronunciada y sensual.
Hay imágenes
que llegan
sin un sentido específico,
y gente afortunada
en las laderas
de las montañas
disfrutando de su casa.
Hay imágenes
que te asaltan
sin un sentido específico,
y gente afortunada
que vive en las laderas
de las montañas.
En un parque vacío
de una ciudad antigua,
por fin no llovía
y el verde humedecido
destacaba unos laureles
rosados y blancos,
el viento silbaba en el frío,
y no había nadie en las calles.
Y viste una lomada
y arriba una piedra
rodeada de ovejas
ideal para ser esculpida
esperándote.
Permanecían
los miedos que disimulabas sin éxito
y sin enfrentarlos
en la medida de su tamaño.
Por eso avanzabas poco.
Al despertar,
para serenarte,
cerrabas los ojos
pero no había nada
distinto a la oscuridad.
Debía presentarse una luz
que no llegaba.
Estabas con otra gente
muy complacido en un museo,
frente a una escultura en piedra
que habías hecho de joven.
Pero descubrías
algunos defectos
en el pulido
y parado
frente a la piedra,
te angustiabas
porque no podías mejorarla.
Esos días
te levantabas a buscar
una paz imposible.
Si no era en un lado,
era en el otro
que un perro o alguien
alteraba tus nervios.
Tu sentir era un lugar
tenebroso
que no podrías
describir del todo.
Hasta que un día
un águila voló
desde una montaña
y entró a tu pecho
para llevarse, con su pico,
eso que te agitaba.
Y viste bañada en sangre,
la serpiente que vivía
de tu carne
y sentiste pena
por su partida.
En ese mar
querías estar separado
del cuerpo.
Limpio, ibas,
recalabas en el fondo,
subías entre algas verdes,
fluorescentes, larguísimas;
y emergías, eras capaz
de ver lejos.
O eso te pareció
por un instante.
El agua
golpeaba el muelle
mientras veían una iglesia.
Lo más lindo
era que debajo
corría
el agua.
Caía el sol
mientras hablaban
de lo lindo que sería ver
un faro a lo lejos.
Las gaviotas
al ras del agua
enfrentaban
la insistencia del viento.
Contaron los barcos.
El agua también es un número,
dijo.
O al menos,
desde la copa del árbol,
ver la reluciente
y gran piedra
que descansa en el campo.
Querías separar
la tensión del recuerdo
hasta que ya no pertenezca
a un lugar específico.
Pero separar los continentes
no es nada fácil.
Desde el amanecer llueve
y las gotas se pierden
en los charcos
y en el pasto.
Dos viejitas,
guarecidas por el santuario,
rezan.
A un costado,
un perro busca
su hueso de la basura.
Es un día apacible
que va a rescatarte
muchas veces
más adelante.
Te viste delicado y dócil
cerca de las ranas
sobre plantas acuáticas
donde no parece
pero el agua
felizmente corre.
Los peces saltaban
a medida que el frío
perdía fuerza.
El agua se iluminaba,
las golondrinas repetían
sus vuelos circulares
y vos descubrías
que te podías acostar
sobre el muelle
Soñabas con barcos,
Barcos que aún pasan,
de tanto en tanto,
por un mar gris
y lejano.
Desde las rocas
viste la luna
en su blanco
refulgente
y quisiste que unos patos
pasaran volando por ella.
Una noche, parecía
que los bordes de un iceberg
iban sobre el calmo
turquesa del mar.
Y fuiste a pedirle
que te acompañe a verlo,
pero el blanco indeleble
no apareció más.
Intentabas
mantenerte quieto
frente al canal
oscureciéndose
fijo en los árboles
y sus reflejos en el agua.
Pero se movía bastante
tu mente sobre el agua.
Apenas los remeros
se lanzaban por los canales,
subías a la terraza
para quedarte apoyado
en la baranda,
atento a sus piernas
y a los roces casuales.
Tu abuela
te esperaba nerviosa
y por su parte,
las cosas
que ella temía
pasaban
o no pasaban.
Día cálido de sol y un viento tenue. Me levanté y después de mirar como tantas veces por el balcón los edificios que me acompañan desde ha...