Querías separar
la tensión del recuerdo
para que no pertenezca
a un lugar específico.
Pero separar los continentes
no es fácil.
O al menos quisieras,
desde la copa del árbol,
ver la reluciente piedra
de un blanco soñado.
Lucas Videla entona
Querías separar
la tensión del recuerdo
para que no pertenezca
a un lugar específico.
Pero separar los continentes
no es fácil.
O al menos quisieras,
desde la copa del árbol,
ver la reluciente piedra
de un blanco soñado.
Ahora estoy en una cuadra
donde bien pude haber estado
en mi adolescencia a esta hora
de la madrugada.
Gracias al extraño decaimiento
que tiene por la noche la ciudad,
pienso que está idéntica la calle.
Pero bien visto no es verdad.
Muchas casas desaparecieron
para que se levanten edificios
sin encanto. Ni bien sube nuestra hija
al auto, le muestro una canción
que escuchaba a su edad
y me mira con ternura.
Hoy conversé con un hombre
acerca del inicio de la primavera.
Quería darle algún significado al día,
que es lo mismo que intento cuando
me acerco a cualquier orilla a ver
un delfín saltando por un mar
calmo como un plato.
Un delfín que cuando golpea el agua
genera la luz de un faro.
Con ese delfín cerca, imagino,
nuestras charlas se extenderían
entre hortensias florecidas
y podríamos pintar
el más antiguo de los árboles
que adornaba nuestro valle.
Un ejercicio que nos permitiría
subirnos a una tortuga para recorrer
lugares áridos y cálidos.
Entonces, ¿por qué nada aparece
sobre los lugares más lejanos?
Muchas veces pienso que,
más que nada, quisiera
echarme en el pasto.
Al menos unos instantes.
Y acariciar un perfil
hasta que el blanco tenga vida.
Porque después de la pequeña luz
y del negro inabarcable
dejaremos de oscilar.
Intentaba buscar una paz
que había avizorado una vez
en una iglesia, ya no recuerdo dónde.
Hasta que por el campo me detuve
ante el cadáver de una vaca
y, detrás de la carne podrida,
saltó una liebre y mansamente
se fue hacia un potrero de alfalfa.
Gracias a la luna llena
y a la humedad,
esa noche el árbol resplandecía
para que unos sapitos buscasen
un haz de luz que los reflejase.
Mirabas la cantidad de estrellas
para recuperar lo que sentiste
hace tantos años.
Los mismos pájaros de entonces,
por el jardín, querías, esos que iban,
uno detrás de otro, elegían una rama,
trinaban, seguían, se rozaban por instantes.
La nube se movía apenas
solitaria en el medio del cielo.
Su blancura parece caliente,
desde las cansadas ramas,
donde los pájaros de las pequeñas islas
celebran las antiguas estatuas
que siguen en pie.
Supongo que estamos unidos
a las luces que agigantan
una serie de pétalos
naranjas, rojos y amarillos
que van hacia un ocre espléndido.
Vuelan a través de pueblos
y campos, cada mañana,
junto a plantas, animales
festivos y montañas.
¿Deberíamos ir a descansar
a la playa donde la luz del invierno
nos dio tanta tibieza?
Te decía: Me levanté con el ánimo
de crear algo íntimo, feliz, tibio y redondeado
que ilumine este día y el que sigue.
Y con suerte también el próximo.
Estaría ubicado ese objeto junto a un estanque
donde podríamos vivir como los impresionistas.
Y atrás quedaría el recuerdo de la espaciosa casa
donde fui un ratoncito que deseaba nadar
en un estanque.
Porque estoy cansando de mirar hacia atrás.
Cansado de construir una biografía
que tiene un dramatismo forzado.
Recibo ahora una luz capaz de dormirme
un día de calor bochornoso.
Qué bueno, porque en ocasiones así,
duermo como un recién nacido
en un tren que recorre el campo.
Y no tengo preocupaciones
porque no tengo deseos.
Aunque una sola cosa
incluso entonces me exige:
llegar a la estación cercana
a nuestra pequeña y querida casa.
Por suerte, en el último tiempo,
los sueños no dependen de algo mágico.
Más bien dependen de los seres
que veía revolver la basura
mientras anochecía en la ciudad.
Unos pobres diablos esos mendigos.
Aunque tal vez fueran dioses encubiertos capaces
de salvarnos de una catástrofe inminente
cuando en las calles se repitiese
una lluvia fina y helada.
Ese punto o lugar, construido por los antiguos
habitantes de la zona durante unos cien años
con un esfuerzo que costaría mucho describir,
tiene cada piedra tan bien encastrada, que del cielo
recibieron una luz que tocó su entrecejo
para nacer en ellos una esfera redonda y dorada.
Desde entonces buscamos esa esfera
en un jardín suspendido en la cumbre de una montaña,
sin otra cosa que el cielo arriba y el mar debajo.
Querías separar la tensión del recuerdo para que no pertenezca a un lugar específico. Pero separar los continentes no es fácil. ...