Después de cruzar el río, ir al museo -en verdad muy bueno- y seguir por muchas calles residenciales y, al parecer, deseables por lo tranquilas, tomamos por un bulevar, doblamos a la izquierda y en una avenida, en una esquina también, damos con un restaurante: Edelweiss.
Cenamos afuera cuando todavía queda alguna luz del día, atendidos por un mozo, de unos cuarenta años, un tanto espléndido, que nos atiende con simpatía y esmero, pero, en su caso, me resulta un tanto impostada su buena onda. No deja de tener un alma conquistadora y por ende psicopática que me infunde cierto recelo.
Gouslash, bueno. De estilo manzanas verdes y repollo colorado. La carne no tan tierna como quisiera. Vino blanco bueno.
Lo importante más que nada del día tal vez sea la visión del cuadro del perro acostado en la nieve de Franz Marc. Diseño moderno, límpido, pacífico y lindante con la idea de una obra de arte perfecta. Pero es una idea nomás...