Había llovido gran parte la noche, pero ya no caía agua y las nubes viajaban. Debería aparecer el sol pronto. Me puse a trabajar para sosegar un tipo de ansiedad que me pide no perder el tiempo. Sin embargo, cuando pierdo el tiempo es cuando más disfruto. Pero necesito sentir que me lo he ganado. Por eso hice ejercicios de costos.
Planté dos petunias que tenía colgadas en una maceta de mi galería, cerca de la pileta con facilidad gracias a que la tierra estaba negra y, después otras plantas para mejorar el frente, atento a los pájaros, caminé un poco con mi perra, que está vieja y no quiere alejarse de la casa.
Pero algo culpable por desatender mi trabajo, volví a los mensajes, a los mails, a los llamados. Me hice no obstante, el tiempo para tallar un poco una piedra. La antítesis de cualquier noción de eficiencia; casi no se avanza y solo se puede atender el ruido de la herramienta junto a la maza y la roca que cede muy poco sus resistencias.
Almorcé con mi pareja y traté de avanzar un poco más en mi trabajo, siempre proclive a hacer las cosas rápido para sentir que he avanzado. Después, volví a la piedra y, sobre el fin de la tarde, me senté junto a la pileta a escuchar los cantos de los pájaros. Uno de ellos pasó muy cerca mío volando y se desvió a pocos centímetros de mi cuerpo. Por un instante, pensé que iba a impactar en mi rostro. Fue algo inusual, pero él estuvo en dominio de la situación. El único que pensó que por un instante podría fallar fui yo.