Vamos a la casa de Karen Blixen
en las afueras de Copenhague
y me quedo conmovido frente
a su tumba, pero después,
luego de ver su casa y conocer
más de su vida, me pregunto
cómo termina la vida de un artista
convertida en una atracción turística.
Frente a un video de la escritora,
entrevistada para el New York Times,
le digo a mi amigo danés de visita también
conmigo: Cuando le preguntan a un escritor
qué es lo mejor de la vida, está petrificado.
Y supongo que es ingenioso el comentario.
Aunque tal vez no lo sea, ahora que lo pienso.
Lo que sí creo es que no está claro
cuál es el sentido del arte. Tal vez
provocar en uno y en otros cierta
felicidad, pasión, el deseo de lograr
más contacto con la existencia.
Pero las respuestas me dejan
la impresión de que fuerzo las palabras.
Solo después de disfrutar, horas más tarde,
las esculturas de Henry Moore entiendo mejor.
Parado frente al mar en el jardín del museo,
con la noche declarada, escucho en soledad
el ruido del agua y por unos instantes un rayo
divino y sutil me toca.
Y después sigo con mi vida.
Pero no es lo mismo que nada.