sábado, 31 de mayo de 2025

Mis razones

Quiero volver ahora a lo que hice después de hablar en los tribunales con esa joven bastante hermosa. Le escribí a mi padre, quien me dijo que estaba almorzando en el lugar al que concurre últimamente: un restaurante de bastante mal gusto, porque lo veo pretensioso, incluso estándar en sus pretensiones, donde se propone una decoración asociada a un lujo que nunca aparece y que emula todo lo que supone ser refinado, con un resultado claramente contrario al pretendido.
En ese lugar, por lo que he visto, mi padre ocupa siempre una mesa y se sienta, extrañamente, mirando hacia el mostrador y la cocina, en vez de hacerlo hacia la calle, como yo haría.
Ahí lo encontré, a la espera de unos ravioles con carne que, en su conjunto, parecían de lo más pesados, y con una copa de vino a su izquierda, en un horario bastante temprano para sus costumbres. Pero ese día todo estaba alterado por la obligación que había asumido de concurrir a ver a un juez de un tribunal superior, dado que yo no había querido ir por varias razones.
La principal, toca decirlo, fue el miedo. Ese tribunal tiene un ambiente opresivo, con funcionarios afectos a los modos parcos y poco empáticos. Para colmo, está el recuerdo de una experiencia bastante desagradable, vinculada a una vez en que, frente a un empleado en una mesa de entradas, proferí un insulto al aire —muy justificado— hacia una secretaria de un tribunal. Uno inferior, pero del mismo fuero. Luego me enteré de que eso motivó la realización de un acta judicial y el consiguiente apercibimiento por parte del juez, sin que se me ofreciera derecho a defensa.
Solo gracias a muchas gestiones y presentaciones pude revertir la situación. Fue un logro que todavía me produce orgullo, y que —en otra oportunidad, prometo— voy a relatar en detalle.

viernes, 30 de mayo de 2025

En mi cabeza

Lo más importante de todo es que, cerca de las 13 horas, salí de la estación con la idea de sentarme un rato al sol en la gran plaza que está ni bien uno cruza una avenida muy ancha. Cosa que hice. Para eso elegí uno de esos bancos de madera especialmente cómodos y que debería disfrutar mucho más seguido para que mis días fuesen más felices —y que ahora, bien pensado, voy a procurar disfrutar en lo posible por el resto de mis tiempos—.

Fue desde ese banco que vi a un par de jóvenes en situación bastante conflictiva o miserable —no sé cómo calificar con precisión el tipo de pobreza o desgracia que acarreaban—. Fueron a pedirle el plato de comida a una joven que almorzaba en un banco cercano al mío y, por desgracia, para mi curiosidad, no terminé de ver con qué grado de consentimiento la joven le entregó ese plato. Si fue porque se sintió amenazada o porque en verdad quiso colaborar con el joven que se lo pidió. Sospecho que no le quedaba mucho por comer. Pero no estoy seguro y me gustaría estarlo. De lo que puedo dar fe es que no se mostró ni molesta ni perturbada. Sacó su celular, lo miró un rato y se levantó del banco para seguir su camino con una expresión que no terminé de descifrar del todo. Era una mujer de unos veinte años, con aspecto de mujer moderna pero no demasiado sofisticada.

Pero como siempre, son meras conjeturas mías, dado que la mayoría de mis pensamientos se basan en conjeturas: tan propensas a emprender vuelo y a encontrarse con muchas otras y, entre todas, armar las inmensas bandadas que desde tiempos inmemoriales rondan por mi cabeza.

jueves, 29 de mayo de 2025

Incluso Buda o Mahoma

Ojalá algún día pueda entender cómo otorgarle a la vida el sentido más útil que encuentro en la teoría. Es decir, uno sabe —más o menos— lo que debe hacer con su vida porque ha leído el Evangelio o a los estoicos, incluso a Buda o Mahoma. El problema es la práctica.  Mil veces me he dicho —y todavía intento recordarlo cada tanto— que debo valorar todo lo que tengo, que es abundante y brillante. Pero no lo hago, porque siempre encuentro los mil motivos para no estar en paz conmigo mismo en la medida que mi ambición siempre supera mi realidad. Un deseo más grande siempre me gana. Es una ola que me pasa por encima y me arrastra en sus revolcadas. De manera que me revuelco cada día en innumerables pensamientos destinados a alcanzar ciertos objetivos. Algunos los alcanzo, y otros no. Los que alcanzo son solo un motivo más para cierto sosiego momentáneo, a veces nimio, otras un poco más prolongado. Pero enseguida está el próximo, porque el tiempo corre, la vida es una, y hay que satisfacer los deseos, que son muchos, montones, están en fila, uno a uno, y se amontan. El deseo de conocer el mundo, por ejemplo. Un deseo que no sé de dónde viene, si de una imposición familiar, social, o de un espacio genuino de mi interior. Porque ese es el otro tema de la vida: qué deseamos en verdad. Eso al menos para mí es difícil saberlo. Pero no me quiero enterrar en esa cuestión ahora, porque es de lo más compleja. Prefiero, por lo pronto, pensar un poco que los deseos son pueblos a la vera de una ruta que se extiende por la pampa, y después por el desierto. Me pregunto cuándo se llega al mar.

 

 

miércoles, 28 de mayo de 2025

Entre las cuatro y las cinco

Ayer me levanté tarde, pero después de una noche con el sueño cortado. En el último tiempo me pasa seguido el hecho de despertarme entre las cuatro y cinco de la mañana con una angustia basada en mis obligaciones de trabajo —aunque la angustia, supongo, es más profunda y, por lo tanto, más compleja—. Me despierto a veces agitado por las secuencias sin ton ni son que se suceden en mi cabeza. Pensamientos en una montaña rusa plena de vértigo, velocidad y, sobre todo, intranquilidad —porque no es euforia lo que siento, sino angustia—. Supongo desde hace tiempo que esto tiene que ver con la gran cantidad de información que mi cabeza recoge durante el día y con la consecuente imposibilidad de procesarla. Le falta calma a la hora de dormir y por ende por la noche vive en el ambiente bullicioso y desaforado de los recreos de mis primeros años en el colegio. Cientos de pequeños alumnos corriendo de un lado a otro de forma estruendosa y sin un rumbo determinado.

Al despertarme de ese modo siempre hago lo mismo. Voy hasta el living y miro por la ventana. Mi interés es el supermercado que está bajando la cuadra, un poco antes de la gran avenida. Después, más allá, se ve la gran estación de trenes, edificios lejanos y bajos —porque es el corredor aéreo de un aeropuerto—, y por fin el río, en proporciones mínimas (si es de día). Si el supermercado tiene su puerta entreabierta, muy de tanto en tanto ingresa una persona a trabajar, y las luces de la marca prendidas, significa que estamos cerca de las seis de la mañana, y lo mismo si se ven aviones que han despegado, ganan altura, giran y se pierden en el inmenso río. Pero anteanoche nada de eso ocurría. La calle que baja estaba sin un alma, el viento corría por los árboles —que todavía conservan sus hojas, no obstante estamos en el otoño avanzado—, y solo el ruido de la fuente debajo de mi edificio, ubicada en una plazoleta, era audible. Suave, feliz, mansa, querida. Me dispuse entonces, con los ojos cerrados, a escucharla.

martes, 27 de mayo de 2025

Bastante plácida

 Una vez que me eché en el sillón del living, al poco rato apareció mi hijo para decirme que su idea era ver en el televisor una final de fútbol, y por eso me fui primero a su cuarto, donde verifiqué que los ruidos molestos también se hacían sentir, y luego al cuarto de mi hija, donde —después de leer un poco— pude dormir un buen rato en paz, al fin, y de una manera bastante plácida por espacio de una hora. Cuando me levanté, mi hijo seguía aún con las alternativas del partido, de modo que opté por acostarme en un espacio del suelo para intentar parar mi ser —que en el último tiempo está tan acelerado— y observar un poco el techo. Así fue entonces que, viendo el techo, pude pensar montones de cosas que me fueron trasladando, una por una, a distintos lugares que conozco bien de mi vida actual: el trabajo, su hastío, la posibilidad de emprender algo diferente a nivel artístico, y al mismo tiempo la certeza de que no tengo ganas de entrar en otro ámbito de competencia, en pos de la atención de los otros o de los recursos de los otros. Debería entonces concentrarme en nuevos paradigmas. Nuevas maneras de encontrar un motivo para llevar adelante mi impulso. Una idea, una función útil para la existencia. Nada más ni nada menos. ¿Dónde podría estar? Tal vez fuera de los límites mejor conocidos. Pero para eso hay que irse bien lejos, arriesgar, asumir grandes riesgos, y eso no es mi fuerte.

lunes, 26 de mayo de 2025

Después de almorzar

Después de almorzar con mi hijo, estuve un rato con la computadora, atendí algún que otro tema de trabajo desde el teléfono y decidí dormir la siesta. Elegí primero el living para evitar los ruidos molestos de unas personas que trabajan en la refacción de un edificio cercano. Siempre el tema de los ruidos molestos, que me acecha, me persigue, me tiene a su merced, porque —según parece, o mejor dicho, según me digo— soy demasiado sensible a ellos. Los ruidos molestos son la forma más cruda y fulgurante de las molestias en general. Y las molestias en general, por motivos que desconozco, son un tema de suma presencia en mi vida. Estoy enfrascado, desde que recuerdo, en superar las molestias, en poder evitarlas. Su presencia es una constante, y por lo tanto una fuente inagotable de múltiples desafíos que, sin descanso, se presentan en mi vida. Lo peor es que, desde siempre, también ha estado presente el temor a la locura que traen consigo. Debería entender a qué responde ese circuito, y sobre todo cómo desarmarlo, para lograr un modo de estar en la vida diferente. Aunque, para ser sincero, tengo pocas esperanzas de lograr eso, porque creo que esas molestias pertenecen a una estructura demasiado esencial en mí, que responde al mismo tiempo a inmensas bondades que no estoy en condiciones de sacrificar por nada del mundo.

domingo, 25 de mayo de 2025

Un rascacielo

Cuestión que, después de ver esa escena, decidí continuar mi viaje, no sin antes pasar y observar bien a ese joven que aún rasgaba el plato de la chica. Ahora que lo pienso, lo había visto de soslayo desde el banco, a unos veinte metros de distancia, donde se había sentado junto con su compañero y una mujer joven que se les unió por entonces, con el mismo aspecto lastimoso que ellos. 

Al pasar cerca, noté —junto a un monumento que conmemora una guerra en la que participó este país— a un par de soldados con bayonetas y un uniforme bastante extraño, supongo que de la marina de guerra, haciendo guardia impertérritos. Ese detalle me transmitió cierta seguridad.

Mi destino era verificar si un edificio antiguo y muy atractivo seguía teniendo, en uno de sus pisos, un cartel de venta que habíamos visto tres días antes con mi pareja, cuando salimos a caminar aquel domingo. Para mi sorpresa, el cartel ya no estaba. Supuse que lo habrían quitado por alguna limpieza del frente del edificio.

Entonces me puse a sacar fotos del magnífico rascacielos art déco que está justo enfrente, dominando la gran plaza con una elegancia imponente. También fotografié otros dos edificios contiguos que sí conservaban carteles de venta en algunos de sus pisos.

Después, se me ocurrió pensar en lo hermosísima que puede ser la vida cuando uno logra desprenderse de su ansiedad. Crucé la plaza, pasé junto a un bar de estilo neoyorquino que se recuesta sobre uno de los lados del rascacielos, y me encaminé hacia un negocio cercano a mi casa para comprar un tipo de mostaza de Dijon que me había pedido mi hijo.

En casa me esperaba con la idea de comer unas milanesas que él mismo había cocinado, acompañadas con un poco de arroz. Cosa que hice con gusto, aunque no tanto por el sabor como por el hecho —mucho más pleno— de compartir la comida con él.


sábado, 24 de mayo de 2025

Un rato al sol

Lo más importante de todo es que cerca de las 13 salí de la estación con la idea de sentarme un rato al sol en la gran plaza que está apenas uno cruza una avenida muy ancha. Cosa que hice. Elegí uno de esos bancos de madera que me resultan particularmente cómodos —y que debería disfrutar más seguido para que mis días fueran más felices—. Y ahora, pensándolo bien, voy a procurar hacerlo cuando pueda por el resto de mis tiempos.

Desde ese banco precisamente vi a un par de jóvenes en una situación difícil por el tipo de pobreza o desgracia que cargaban encima. Se acercaron a pedirle el plato de comida a una chica que estaba sentada no muy lejos de mí.

No llegué a ver si se lo dio por voluntad propia o si hubo algo en la escena que la hizo sentirse forzada. Sospecho que no le quedaba mucho por comer y por eso lo entregó. Pero no estoy seguro. Lo que sí vi fue que no se mostró incómoda ni molesta. Sacó su celular, lo miró un rato y después se levantó y siguió camino con una expresión que no terminé de descifrar. Era una mujer de unos veinte años, con un aire moderno pero sin pretensiones.

Aunque todo esto son conjeturas, como la mayoría de mis pensamientos. Conjeturas que tienden a emprender vuelo y encontrar a muchas otras, y entre todas armar esas bandadas que dan vueltas por mi cabeza desde tiempos inmemoriales.

viernes, 23 de mayo de 2025

Trámite express

A las 12:15, diez minutos antes de mi turno, llegué a la estación de trenes y pronto ubiqué la oficina pública para la renovación del pasaporte. Buena parte del tiempo de espera la empleé en mandar mensajes de trabajo, cosa que me permitió sentirme productivo gracias al dictado de voz, que desde hace tiempo me facilita mucho las cosas.

Pero pronto advertí —y ya lo vengo notando desde hace un tiempo considerable— que enviar varios mensajes seguidos de trabajo me llena de ansiedad. Así que resolví detener toda acción supuestamente productiva y me puse a mirar el techo en busca de cierta relajación: ese detenimiento que, desde hace un tiempo, encuentro increíblemente voluptuoso, franco, placentero y, por sobre todo, acogedor. Y que, sin embargo, por una manía productiva que no termino de entender, practico cada vez menos. Creo que la vida tendría su mayor sentido si uno fuera capaz de caer, más seguido, en ese detenimiento del que hablo. Pero un miedo sideral a quedar alejado del mundo práctico —de sus recursos y, sobre todo, de la posibilidad de sostenerse dentro del sistema— me lo impide.

Finalmente, con unos diez minutos de demora respecto de mi turno, una señora pronunció mi nombre. Ya de antemano había planeado ensayar cierta simpatía con quien me atendiera, con la esperanza de que tuviera la gentileza de facilitar el trámite, gracias a la gentileza que uno ensaya. Porque, a esta altura de la vida, ya sé que así funcionan las cosas. Y, sobre todo, sé que, frente a quienes tienen el poder de gestionar los trámites de uno, más vale “llevar el carro al buen andar”, como diría un hombre que conozco y que tiene muchos años sobre esta tierra.

En fin, lo más llamativo del caso es que pronto me las tuve que ver con una compañera de la mujer que me atendía. Ante mi comentario de que el cartel que explicaba la demora en la entrega de los pasaportes no era claro respecto del tiempo de espera, ella comenzó a pontificar en defensa de su redacción. Y cuando —bastante pronto, en realidad— notó mi mansedumbre al escuchar unas explicaciones que, de verdad, no eran muy coherentes, se relajó y fue amable conmigo. Al igual que la señora que tenía puntualmente a su cargo la gestión del trámite.

El resultado de toda esta diplomacia fue que pude averiguar que, por el trámite simple, el nuevo pasaporte podría demorar hasta dos meses, según dijeron. Sin dudarlo, opté por pagar una suma bastante mayor por un trámite denominado express. Mañana, con algo de tiempo y fuerzas que reuniré de algún lado, gestionaré la devolución del importe pagado por el trámite simple. Y sin embargo, estoy contento.

jueves, 22 de mayo de 2025

No hice mucho hoy

No hice mucho hoy. Me levanté cerca de las nueve y, por un ligero resfrío, decidí quedarme en casa. Solo saldría para renovar mi pasaporte un poco después del mediodía, y así lo hice. Antes, estuve en casa haciendo algún que otro trabajo relacionado con mi profesión. Un ámbito que ha consumido la mayor parte del tiempo de mi vida, y que todavía no termino de entender del todo.

Sé que en la decisión de estudiar Derecho había un deseo profundo de acercarme a mi padre, de buscar seguridad, de seguir un instinto bastante marcado por desentrañar los caminos del poder humano, y también una tendencia a buscar el éxito a través del hecho de imponer lo que entiendo como justo. Mis dos abuelos eran abogados. Un tío también. Parecía, más que nada, por sobre todo, la forma más sencilla de ganar dinero y vivir de acuerdo con mis necesidades. Y así lo hice, no sin antes atravesar diversas tensiones y enfrentar varios desafíos en busca de mi lugar dentro del mundo del Derecho.

Hoy creo haberlo encontrado, y podría decir que en parte lo domino. Pero es un dominio que no me genera un orgullo especial. Valoro los recursos que me brinda y reconozco la validación que me otorga; y más que nada por eso todavía consagro mis días a esas tareas. Pero sé que pronto tendré que dejar, por fin, este camino y emprender otro.

Cuál será con precisión, sinceramente no lo sé. Me gustaría que tuviera un sentido más artístico, pero desligado de las presiones por alcanzar éxitos o generar recursos. Por lo tanto, no alcanzo a vislumbrar la forma de ese nuevo mundo. No veo aún la orilla del otro lado.


miércoles, 21 de mayo de 2025

Alejandro Dumas

Primero estaban las estrellas, muy tarde en la noche. Después, el amanecer. El sol comenzaba a elevarse desde el final del río, aunque en verdad era un mar calmo y marrón. Salí con mi perra mientras el barrio seguía en silencio, y al volver me recosté con la intención de seguir leyendo la biografía de Alejandro Dumas. Me gustaba ese momento ambiguo, en el que el día todavía no terminaba de comenzar, y uno podía demorarse un poco más en otra época.

Había en aquellos años que se narraban algo que no terminaba de comprender, pero que me atraía: una forma de lanzarse al mundo, de acumular conquistas, de contarse a través de las obras. Una tras otra, como si escribir fuera una forma de andar. Un mundo que todavía leía. Hacia el final de la lectura me pregunté si no seríamos, más que nada, el mundo que nos toca vivir. La pregunta no era nueva ni demasiado profunda, pero apareció igual, como una manera de intuir nuestra presencia en el tiempo.

Más tarde pasé por tribunales y hablé con una funcionaria que siempre me resultó amable, con algo de familiar sin llegar a serlo. Trabajé un rato y almorcé, pasadas las tres y media, en el restaurante de un amigo. Suprema cordon bleu. Muy buena. Después del café volví a la oficina, con la idea de resolver algunas cuestiones pendientes. Para cuando quise darme cuenta, ya eran las cinco y media y estaba en el taller, pintando sin rumbo preciso, dejándome llevar.

Fue entonces que mi pareja me escribió para contarme que, desde nuestra casa, veía un atardecer con un naranja intenso y me mandó una foto. Salí al patio queriendo ver lo mismo, pero solo encontré nubes densas y altas. Desde donde estaba no podía verse el cielo. Ella lo contemplaba desde arriba, en uno de los pisos altos. Yo seguía abajo, a nivel del suelo, y por alguna razón esa diferencia me resultó elocuente.

Pensé entonces en la naturaleza en la ciudad, en cómo siempre parece estar un poco más lejos. Se nos escapa, como si no acabara de pertenecernos. Tal vez por eso la sentimos más nuestra.


martes, 20 de mayo de 2025

Los peces

Me levanto y miro por los ventanales del living. Pasa un avión adelante de una estrella esplendorosa, avanza y toma para el lado del inmenso río. Me pregunto entonces qué hora es. Veo algunos trabajadores  llegando al supermercado que está media cuadra en bajada. Después, miro hacia la gran estación de trenes y hacia unos edificios a lo lejos. Lo mejor sería meditar, pienso, y busco el negro. Necesito parar los pensamientos. Esas masa tan grande de voraces pensamientos que son un cardumen en mi cabeza. Un grupo que va y que viene por la pecera de un acuario. Así los veo. Se mueven bastante en conjunto. Algunos grises, otros fosforescentes. Nerviosos todos. O inquietos. Pero por fin las oscuridad los calma. Apaga todo y reina el silencio. Un gran silencio apenas estropeado por algunos ruidos muy a lo lejos. Un pco de tráfico. En cambio al negro de mis ojos no lo conmueve nadie. Permanece incólume. Seguro de que podría permanecer por siempre. 

lunes, 19 de mayo de 2025

Aproximación al cielo

 

El viernes fui a la playa con pantalón largo y remera y advertí que había una buena cantidad de personas con traje de baño. Incluso me pareció que alguno que otro se acercaba al mar. De manera que al día siguiente fui con silla y traje de baño a la playa con mi pareja (quien me dijo que hacía demasiado frío para el traje de baño y que de todos modos no había traído uno) y después de un rato de estar al sol entré al mar donde el frío del agua enseguida me sacó buena parte de esas tensiones que acumulo como una esponja a lo largo de las horas y los días por los motivos más diversos y más increíbles, y otras veces por motivos más fundados. Fue un bautismo como tantas veces. Olas tocando al cuerpo que las recibe encantado. También una comunión porque la existencia se elevó en busca de cierta aproximación al cielo (por donde pasó una gaviota perpendicular al horizonte).

domingo, 18 de mayo de 2025

La llegada

Llueve desde hace mucho tiempo en mi ciudad. Sólo recuerdo una vez en que haya llovido tanto. Fue cuando tendría unos 12 años. Tengo el recuerdo de ver llover desde el cuarto de mis padres. Cosa extraña porque son pocos los recuerdos que tengo de estar solo en ese cuarto. Días enteros que trajeron inundaciones históricas. Y algo así ocurre ahora. Entre una inundación y otra puedo decir que ocurrieron las cosas más importantes de mi vida. También se ha mantenido lo más primordial: una causante intranquilidad, una tensión fija en la idea de que no volver a caer en cierto dolor; en una angustia desesperante. Y sin embargo esa angustia se ha mantenido siempre. A veces, a distancia más cercanas. Solo como una noción muy grande que avizora un fin, un hecho y un sentimiento. Por supuesto me hubiese gustado vivir con un sentimiento distinto a través de los años. Pero no ha sido capaz de tomar una dimensión distinta de las inmensas bondades que he recibido a lo largo del tiempo. Tal vez por una ambición desmedida que siempre ha pujado más fuerte y que es siempre la misma: Una escapar del dolor. Llegar al placer. Nada original en eso. O tal vez lo sea la fuerza con que puja esa ambición constante. a veces demencial. 

sábado, 17 de mayo de 2025

La medida de todas las cosas

Muchas veces a lo largo de los últimos años, pensé que es una pena no haber desarrollado ciertos talentos. Para empezar, los artísticos. Me pareció que tenía, y que todavía tengo, algunas condiciones por desarrollar. O al menos que podría aprovechar mejor. Sin embargo, ahora me doy cuenta, pasados los 50, que las medidas de las cosas no tienen demasiada importancia y que es un error concluir tantas cosas en función de ciertas medidas. No me había dado cuenta de que incluso la medida de la felicidad, del éxito y de la plenitud, no deja de estar vinculada a una absurda cuestión de tamaño o despacio, de intensidad, de potencia. Todo tipo de elemento siempre es sopesado por su cantidad y eso incluye incluso a la calidad. Porque incluso la calidad es evaluada por su medida: puede ser alta, media, baja. Medidas y más medidas que intentan ocupar el espacio que en el universo no tiene fin.


viernes, 16 de mayo de 2025

Futbol

Sábado. Me levanté un poco más recompuesto del cansancio que tenía la noche del viernes, pero no mucho. Fui al taller con mi pareja un rato —apenas una hora—, como para disfrutar de seguir con esos trazos azules que estoy dándole a los cuadros en varios lugares específicos. Después, tras pasar por una confitería y comprar una docena de sándwiches, llegué a casa para un almuerzo temprano, con la intención de salir para la cancha. A las 14 horas jugaba nuestro equipo.
Es un programa que realizo, más que nada, por mi hija y mi hijo, dado que a ellos les gusta. En mi caso, digamos que no me gustan las aglomeraciones de gente, no me entusiasma dedicar toda una tarde al fútbol y, sobre todo, no me ayuda la vibración de tensión en torno al evento.
Pero esta vez la tarde fue un éxito memorable. Ganamos sobre el final, y puedo decir que el abrazo que me di con mis hijos será un recuerdo eterno.
Es indudable que ese deporte es el vehículo para que mucha gente se acerque, para que se entienda en los términos más simples —o bien más primitivos—. Y así lo hicimos nosotros. Fuimos felices con eso.

jueves, 15 de mayo de 2025

Mi sobrino.

Fui con mi sobrino a la casa de fin de semana. El tiempo sigue extrañamente caluroso para lo avanzado del otoño: sol y aire tibio, incluso por momentos calientes. Jugamos un tenis fuerte, como hacía mucho no jugaba. El hombro volvió a doler. Después, algo de gimnasio y, por fin, un asado que no terminé de disfrutar porque ya estaba cansado. Quería estar frente a una pantalla, absorto en imágenes sin importancia. Tal vez sea necesario, a veces, abstraerse así. Como si todo formara parte de una película. La vida misma, podría decirse. Una forma de suspender el dolor, el peso, la muerte. Lo curioso es que uno lo haga con cosas tan banales. La intensidad más baja de la vida. Pero debe haber una explicación. Como con todos los fenómenos humanos.

Al día siguiente: desayuno tardío, un rato de calma e ida a San Antonio de Areco. Entramos a la iglesia. Sacamos fotos y notamos que no tenía gran valor artístico. Data de 1860. Recuerdo haber leído en una lápida los nombres de ciudadanos ilustres, con varios apellidos ingleses. Sospecho que fueron pobladores de la zona. Muchos eran ingleses o escoceses. No lo sé ni me importa. El pueblo me remitió a un ambiente de snobismo que no me interesa, aunque me convoca por motivos familiares. Por mi historia, podría decirse. Esa historia de los que buscan validación en los otros. Metas que, con el tiempo, uno descubre estériles. Entonces surgen las preguntas: ¿para qué tanto esfuerzo por conquistar ciertos espacios? Solo para dejarlos e ir a otros. Los mejores espacios, quizás, son los que no se ocupan. Los que se dejan atrás.

martes, 13 de mayo de 2025

Diseños

Viernes. Día de sol, cálido, afable. Fui a la oficina en vez de ir directo a lo de mi amigo a pintar, cosa de la que me arrepiento, porque después se hizo tarde y el tráfico se volvió demasiado intenso. Por lo tanto, tuve que esperar hasta la noche (y para entonces ya estaba demasiado cansado). Pero antes, en mi oficina, aproveché para dibujar unos diseños para una línea de alfombras. Al fin, quedé bastante conforme. Más tarde incluso pasé por el taller y pude pintar un poco, antes de llegar a casa. Cerca de las nueve de la noche, al fin, emprendí el viaje hasta la casa de la madre de mi amigo. Era su última noche antes de regresar a España, su hogar. Poco después de mi arribo, mi amigo cocinó un salmón con puré de papas y verduras, con la ayuda de su madre. Por mi parte, llevé un buen queso, humus, tomates diminutos, y también helado para el postre. Me divirtió la dinámica de mi amigo con su madre: repite mucho de lo que uno podría esperar de un niño con la suya. Pero mi amigo ya tiene cincuenta y dos años, y su madre, cerca de ochenta; por eso resulta tierno. Pasé buenos momentos, más bien para atesorar, porque el ritmo de la semana me pegaba en el alma. Volví a casa apenas pasada la medianoche, con la intención de descansar al fin. No obstante, la visión de la noche quieta, con la luna llena, quedó en mi memoria.

lunes, 12 de mayo de 2025

El caballo pastando

 

A medida que avanzan los años, intento guardar con mayor fuerza el placer de la lentitud, de la contemplación y, sobre todo, del aburrimiento, entendido como el estar alejado de cualquier noción de progreso, de proyectos, de algún tipo de ambición. Eso, supongo, podría darme la posibilidad de estar en el suelo según el sentir propio del mundo, al que ubico en una dimensión inmensa, llena de estrellas, galaxias, luces que se han reunido en el espacio, que existen de hecho, para que un caballo, en un campo con solo dos eucaliptos y pastos altos, un día de sol de otoño como el que estoy viviendo, agache su cabeza hacia la tierra y coma sin apuro, pensando quién sabe en qué cosa.

sábado, 10 de mayo de 2025

Escultura en el bosque

 

Ayer me levanté después de una buena cantidad de horas de sueño. El tiempo estaba todavía caluroso para esta época; algunas nubes armaban lo que sería después la tormenta anunciada sobre el bosque que estaba alegre como suele estar durante la mayor parte del día, a excepción de cuando ladran los perros de las inmediaciones. Una vez que desayunamos, mi pareja se puso a pintar y yo tomé los objetos de barro que tengo en proceso y me puse a pulirlos con ese tipo de placer que solo encuentro al momento de buscar la esencia de un objeto. Aunque bien pensado, no es su esencia, sino la mía y que con su ayuda sale. O bien, mejor pensado, sería una esencia que sale entre ambos. Su forma, su cuerpo, se presta a mis impulsos, cede, y al mismo tiempo se transforma para beneplácito de ambos. 

viernes, 9 de mayo de 2025

Escultura del jueves

 

Amaneció con niebla y garúa y ahora, ya pasada la medianoche, volvió la lluvia. Antes estuvo por momentos soleado, caluroso, con algo de nubes por la tarde. Fue un día de trabajo en casa, y después viaje hasta el taller de escultura, donde hice mis primeras pruebas en yeso, un trabajo feliz aunque no tanto, porque en verdad tenía más ganas de pintar, pero me obligué a ir hasta el taller porque hacía varias semanas que no iba. El gato de mi profesor falleció de repente, un gato grande, con personalidad, aunque sospecho que tenía un deseo que en esa casa no podía cumplir, un deseo de libertad, imagino, porque era de la calle y en ese espacio estaba absorbido por las miradas de sus dueños, y sobre todo por el deseo de sus dueños de tenerlo cerca, creo. Pero por supuesto son intuiciones, conjeturas, aunque fuertes; vivo convencido de que podrían ser ciertas, o al menos aproximadas, aunque al final sé que todo es de una complejidad infinita y que las miradas que dirigimos al cielo estrellado son fugaces.

jueves, 8 de mayo de 2025

El tiempo perdido

AAhora, noche de niebla. Total. Abraza a los edificios y termina por hacerlos entrar en sus entrañas. Nada se mueve en el cielo. Abajo, tengo la mayor fortuna: el ruido de la fuente, que volvió a funcionar después de meses. Gracias.

Todo es fácil, de pronto, en la noche: avanza la niebla. Incluso los recuerdos se van con ella, se internan como los edificios, y ya no hay lugar para la historia.

¿Entro, por fin, en un nuevo mundo? Presumo que sí. Una forma de ver las cosas, distanciado del pasado y, por ende, de la nostalgia. Entro en otro tipo de carácter.
Pero no —me digo enseguida—, voy a añorar el pasado por siempre, a rajatabla, porque en ese amor está lo más preciado.
¿Y qué es lo más preciado? No lo sé bien. Pero está ahí, y debe seguir conmigo.

martes, 6 de mayo de 2025

La gaviota

 

Ida a la playa, después de la lluvia, con un viento sur que enfría el ambiente y vuelve a los cuerpos más potentes, tal vez incluso más sanos. Al menos en mi imaginación. Frente al mar, veo el horizonte y de pronto me parece ver una gaviota demasiado lejos de la orilla. Veo otra vez y no la encuentro más. Vuelvo entonces a intentarlo, pero es en vano. No aparece. Debe haber sido un espejismo, una pequeña ola a lo lejos. Raro, pienso, suelo ver con mucha precisión las cosas a la distancia. En todo caso, habrá sido el espíritu santo, quiero creer, y por un momento lo creo (para ser sincero, alguna esperanza en ese sentido mantengo). Es parte de mi ser esa esencia soñadora y crédula que me lleva a lugares sagrados, lejanos, a veces fantásticos. Un rato después, veo una cría de lobo marino salir del agua por una fracción de segundo, y luego de nuevo, y cuando pienso que otra vez se va a tratar de una aparición vuelve a salir, y luego otra vez. No es como la gaviota. Este animal vuelve una y otra vez a salir siempre paralelo a la costa. Sin embargo, el recuerdo de la gaviota a lo lejos permanece. 

lunes, 5 de mayo de 2025

Mi abuelo

 

Días de sol y calor a principios de mayo. Todo un acontecimiento en la playa que me permitió, a mis cincuenta y dos años, bañarme en esta época avanzada de otoño en el mar. Y cuando digo cincuenta y dos años me cuesta creer tener todos esos años. Suponía que para mi edad todo sería distinto. Para empezar, pensaba que me sentiría más grande, y más sabio y tal vez más realizado. Pero nada de eso ocurrió. Los mismos traumas y sueños persisten, y no obstante, en una medida menor, todo lo que había imaginado de alguna forma se ha concretado en una medida menor a la imaginada. En definitiva: soy más grande, más sabio y estoy más realizado que hace unos cuantos años.

Leo sobre la vida de Alejandro Dumas. Apasionante. Entiendo al fin un poco mejor la tradición de las letras francesas, la fuerza de un entorno que te ayuda a llegar hasta la cultura y sobre todo valoro esa aproximación que de alguna forma me dio en su momento mi abuelo con su ejemplo. Leí mucho e incluso intentaba escribir. O más bien: lo hacía. Buscaba un camino que tal vez no haya encontrado del todo y que yo, al notar ese logro buscado y no obtenido, me juré hacerlo en respuesta a un linaje que no sé bien qué importancia tiene. 

 

domingo, 4 de mayo de 2025

La verdad

 

Pintamos con mi amigo en el jardín de su madre y luego una película demasiado afectada. Más tarde, por la noche, las exigencias del trabajo me apremian y me levantan de la cama. Afuera, llueve. Siento una música estruendosa; persiste desde lo de un vecino odioso. Las exigencias solo se sustentan en una idea vinculada a una cierta liberación; pero todo ocurría después de un estadio de potencia que me resulta vacío, ilusorio. Debo pensar mejor: tal vez liberarme de mi propia ambición para estar sujeto a otro tipo de restricciones, eso no lo sé bien. Del mismo modo: no sé bien qué hacer con el arte en tanto me resulta un ámbito de liberación y al mismo tiempo un espacio cerrado en donde se pasea mi deseo de reconocimiento. Es la misma dinámica: una exigencia que solo se justifica si hay brillo y por eso a veces todo queda en un gesto vacío. Me conviene por lo tanto recapitular. La maniobra, por otra parte, se viene repitiendo a lo largo de los años. Debo centrarme en el acto. En su alegría. El maravilloso y a la vez inquietante acto de poder hacer, crear. Intentarlo al menos.

sábado, 3 de mayo de 2025

Un día

Un día de principios de otoño 

de un año avanzado en tu vida,

sentir el aire fresco un día de sol 

en el medio de un bosque

en donde los pájaros se exaltan 

de rama en rama, tal vez 

porque el mar está cerca

y pronto, en la noche, 

escucharán las olas 

en el silencio oscuro 

que lleva hacia el pasado 

y luego los regresa a un nuevo día,

con el amanecer, que de pronto,

por fin ofrece estar en el pleno 

acontecimiento del presente 

como nunca antes.


viernes, 2 de mayo de 2025

El último rayo de sol de la tarde


A esta altura: 

No creer en nada que pueda ser

demasiado cierto, específico o verdadero,

y por sobre todo aceptar el misterio 

de divisar a un pasajero iluminado

por el último rayo de sol de la tarde 

que pasa en un tren a lo lejos,

rápido, en el medio del campo,

casi antes de que la luz

desaparezca del todo. 

jueves, 1 de mayo de 2025

Los signos precisos

Lo nuevo: Me genera pereza plasmar las cosas que sé hacer, como mi trabajo por ejemplo. Es un poco tedioso ir desde mi cabeza a la forma. Me pregunto si me pasaría lo mismo, llegado al caso, con el arte. El sábado por la noche fui a una reunión con mis amigos de la primaria. Ocurrió en la casa de uno de ellos, que es moderna, bien diseñada y mira a un espejo de agua. Antes, tiene una pileta elevada en la orilla y está rodeada de muchas casas parecidas en un espacio que me pareció poco natural y demasiado ostentoso. La reunión valió la pena, en especial, por la dulzura de su hija de once años al saludarme: me extendió los brazos como si me conociera de toda la vida. No la había visto antes, pero supongo que la calidez de su padre le dio los signos precisos. Algo parecido a lo que tienen los pájaros cuando ensayan sus primeros cantos.

Sueño

  Soñé que estaba en un ómnibus en una ciudad francesa —tal vez Lyon— y no sabía bien dónde debía bajarme. Después de dudar y no animarme a ...