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miércoles, 19 de noviembre de 2025

El examen


Optamos con mi hijo por ir a desayunar afuera, justo en la mesa que ocupa el vértice entre la galería de un  costado y mira de frente a la selva; más allá está el río. Todo tiende a la calma cuando veo los árboles. El día es inusualmente frío para esta época del año y está nublado. Todo eso me gusta. Hay una fuerza en la primavera. Una transición que todavía guarda un ímpetu propio del invierno. Se crea un margen, y son los márgenes los que más me convocan. 

El desayuno fue un bálsamo. Pero esta vez elegí tomar un té. No quiero someter a mi cuerpo a la tensión que le ocasiona el café. Pero no pienso sostener esta política. Hay algo en el café, esa fuerza inexorable que lleva a mi cuerpo a tensarse, que me atrae. Me da un impulso vital. 

Mi hijo está atento a los resultados de un nota que un profesor tiene que subir la web. Consulta una vez más y sí: están los resultados del examen. Con esos resultados y las anotaciones que tiene de sus respuestas, me explica, debe sacar cuentas. La sacamos con nerviosismo. Parece que le ha ido bien. Volvemos a hacer las cuentas; siempre con una tensión marcada y sí, le ha ido bien. Ha aprobado. Festejamos. Está feliz. Le ha costado aprobar una materia sin tener que rendir un final. Con toda su enorme sabiduría ahí está su escollo. Le cuesta programar sus estudios con tiempo. Hasta hace poco llegaba a situaciones límites. Pero esta vez ha superado esa dinámica y ha promocionado. Me abraza y permanece sonriente en un estado de gracia que solo pueden enmarcar, tal como lo hacen detrás suyo, los pájaros. Su sonrisa no se borra. Se mantiene en sus labios. Cuánto debo aprender de ese joven no alcanzo a saberlo. Si lo supiera mi vida ya habría cambiado. 

martes, 18 de noviembre de 2025

Yarará

El jugo resulta buenísimo. Concluyo que ananá y durazno es mejor que ananá y melón. El melón y el ananá no hacen un buen maridaje: el melón es muy sutil, sería opacado, supongo. Como no tengo el celular ni dinero, mi hijo se ofrece a pagar. Ingresa con la moza al restaurante mientras yo me quedo contemplando el agua que más abajo viaja. Nadie a la vista. La felicidad está acá, me digo.

La joven nos explica que por la noche podríamos ir a cenar. Me interesa el programa. Antes de saludar con una sonrisa a la joven, le doy mi número para que nos envíe el menú. La mujer nos sonríe más. Otra mujer simpática. Nos vamos de vuelta al hotel. Cae la noche, aceleramos. Subimos una cuesta, casi en la oscuridad, cuando diviso una víbora en el camino y se lo advierto a mi hijo extendiendo mis brazos. Me cuesta gritar como forma natural. Está a nuestra izquierda y es llamativamente grande. Mi hijo, a la distancia, le saca una foto. Una yarará. Es venenosa, le digo a mi hijo. Podría habernos mordido, pienso.

Me quedo mirándola a la distancia en la semi oscuridad. Todo pende de un hilo. Es sabido, pero no dejo de perder la capacidad de asombro. Algo dentro mío no termina de aceptar la incertidumbre. Es algo tan descomunal; no lo puedo aceptar. Es injusto, inadmisible. Intolerable. Pero sí que la veo: la incertidumbre es un dragón que a cada rato me muestra su boca, sus colmillos, su lengua y, sobre todo, el fuego devastador que pasa por ella.

lunes, 17 de noviembre de 2025

Mis deseos

 Una vez que salimos del sendero, ingresamos a los jardines del hotel, pasamos junto a la pileta y tomamos otro sendero que dice: "Cascada Guatambú". El camino es más llano. Vamos por un sendero que tiene a los costados cañas del tamaño de un árbol. Llegamos a un claro, un camino que cruza. Tomamos el sendero que se interna en una selva que baja y damos con la cascada. Agua de un color rojizo intenso. Ha llovido y lo traduce el caudal del salto cuando cae unos tres o cuatro metros a un piletón natural. Me concentro en los rojos del agua. Nunca vi algo así. Lástima que mi ánimo no es el más calmo. Tomarme fotos con mi hijo intensifica un nerviosismo bien aceitado. No me gusta registrar imágenes mías cuando no estoy en un buen momento. Sin embargo, lo hago: el tiempo borrará el recuerdo del nerviosismo y solo quedará la alegría de estar con mi hijo. Además, ese tono tan rojizo, me atrae. Me focalizo en él y por instantes cierto aire de amor y de sol entran a mi cuerpo; toco un bienestar muy deseado.

Volvemos a la calle que vimos hace un momento y caminamos en dirección al río. Así llegamos a un complejo de cabañas. Son de madera pero con un efecto de pulido sofisticado. Están enclavadas en la selva de manera de ofrecer las bondades de la naturaleza y el confort de la modernidad. Como no se ve ningún ser humano, indagamos por fuera. Luego vamos a la casa principal donde funciona la recepción de ese hotel y un restaurante. 

Al pie de una escalera, nos saluda un joven. Se ofrece a mostrarnos el lugar. No veo a nadie más. La parte exterior del restaurante impacta. Se ve el río, más abajo, con un verde por momentos traslúcido. La elegancia del agua. Le pregunto al joven si podemos tomar una limonada. Desaparece y al poco rato viene una joven. La moza, sonriente, nos dice que tiene varias frutas, que inclusive puede mezclar, pero no limonada. Opto por un juego de ananá y durazno. Pero mi cabeza se arrepiente; es mejor el de ananá con melón. Sin embargo, no digo nada. Mejor no entrar en más forcejeos en torno a las elecciones y mis deseos. 

domingo, 16 de noviembre de 2025

Después de nadar

Después de nadar y de pasar un buen rato acostados en las reposeras viendo caer la lluvia, volvemos un momento al cuarto antes del almuerzo. El menú del mediodía y de la noche consta de entrada, plato principal y postre. Platos elaborados con productos de la zona, con una nobleza simple. Porciones justas. Las mozas —jóvenes, calmas, amables— transmiten una tranquilidad que parece heredada.

En el almuerzo nos sirven sorrentinos de surubí. Buenos. Nunca había probado algo así. Nos sentamos junto a la ventana que da a la selva. La familia francesa termina de comer en la mesa que deseo ocupar: la mesa del vértice, donde convergen las dos galerías. El mejor espacio existencial. Tomo un poco de vino para atemperar mis nervios y duermo más tarde la siesta. Al despertar —cinco de la tarde— aún caen algunas gotas. Con mi hijo acordamos enfrentarlas para conocer los senderos de la reserva.

Nos internamos en uno que baja. Ramas, hojas secas en el piso, sombras que rozan el cuerpo. Por un momento pienso en los soldados americanos en Vietnam: esa sensación de avance incierto, como si algo pudiera aparecer de pronto entre la vegetación. Pero nada ocurre. Cruzamos un riacho, subimos una cuesta y salimos del otro lado.

Frente a nosotros aparece un camino y varias construcciones que miran al río. Un perro blanco, de tamaño mediano, nos ladra desde la entrada de una casa. El mismo que escuché la noche anterior, supongo. A la izquierda, una casa señorial de dos pisos, de hace un siglo, estimo. Más cerca, una casa más modesta que bien pudo haber sido la del cuidador. En su galería hay un busto de prócer y varias máscaras de arcilla: un pequeño museo improvisado, algo del orden del arte contemporáneo. “Acá vive un artista”, pienso.

Querría acercarme a la casa grande, pero lo descarto. Tomamos la dirección contraria. A lo lejos, dos perros bajitos nos ladran. Un cartel de “prefectura” los acompaña, frente a una casa moderna donde dos gendarmes nos observan.

—Nada de interés —dice mi hijo, y nos internamos de nuevo en la selva.

sábado, 15 de noviembre de 2025

Después del desayuno

Después del desayuno, y de descansar un rato en el cuarto, vamos con mi hijo un rato a la pileta. Se escuchan truenos a lo lejos. Bajo el cielo gris opto por nadar antes de que llegue la tormenta. Intento concentrarme en mis piernas. Atender cuando golpean en el agua. Fijarme en la coordinación de mis brazos. Lo logro por instantes; el resto del tiempo mi cabeza sigue en un tren de pensamientos que circundan siempre una angustia perpetua. Sus temas al menos van rotando. 

Cuando empiezan a caer las primeras gotas, salgo del agua. No es lógico arriesgarme a que caiga un rayo. En una repostera, veo caer el agua. Mi hijo, a mi lado, se entretiene con el celular. Le dedica mucho tiempo a observar videos en las redes. Al parecer, lo hace con placer, cosa que no deja de sorprenderme. Tiene una atención poco censuradora hacia lo que mira; su curiosidad, por lo visto, se traduce en placer. 

Yo en cambio no logro relajarme; incluso frente al enorme espectáculo que es una tormenta tropical. Los pájaros por momentos, cuando para de llover unos instantes, cantan con placer. Celebran la lluvia. Tal vez el café me produce el estado de aceleración que padezco. O es más bien, la imposibilidad de dejar de pensar en la alergia que me invade desde el día anterior. Son ciclos clásicos: salgo de viaje para disfrutar, pero al mismo tiempo hay una presunción: no voy a ser capaz de lograrlo. Tarde o temprano, un hecho en apariencia fortuito va generar un recuerdo o un lazo con una angustia encriptada que emerge en mi cuerpo. Viene de una imagen o de un comentario. De inmediato mi cabeza genera la molestia y luego se queda de forma obsesiva recreándola, buscándola. Está claro que no debe atender a ese pensamiento, no debe conectarlo con la molestia en mi cuerpo, pero no puede dejar de hacerlo. 

No veo por qué tanta saña. La visión por casualidad de una aguja logra que mi cabeza se conecte con el dolor que me generó una infección de penicilina en mi juventud. El dolor reaparece. Casi tan fuerte como entonces. Me ataca y quedo atrapado por un largo tiempo. Mi cabeza recrea la sensación sin el menor signo de cansancio. Lo bueno es que mientras tanto los pájaros cantan y la lluvia cae.

jueves, 13 de noviembre de 2025

La suma de todos los miedos

 

Me tengo que hacer a la idea —y para esto escribo estas líneas— de que voy a vivir siempre con una estructura obsesiva a cuestas. Para bien y para mal, es mi manera de andar. Es un modo agotador que me insume una cantidad enorme de energía y que me limita bastante. Debo atender a montones de detalles capaces de encender alarmas que imagino que en otras personas no se encienden. Tener un instante de paz, de calma, de olvido, de pérdida de las preocupaciones, es un hito en mi vida.

Día tras día, debo vivir pendiente de un tema, que siempre entraña un peligro, un temor, una molestia y ese asunto acuciante. El problema es que, cuando supero un tema, enseguida aparece otro igual de preocupante o más. Salud, dinero, relaciones humanas. En todos los casos, está presente la posibilidad de perder el control de mí mismo, de no ser capaz de gobernar mis nervios, a los cuales les tengo un miedo enorme.

Supongo que cualquiera que me conozca se sorprendería al leer esto porque, gracias a un trabajo descomunal, a lo largo de los años he logrado disciplinarlos. No me ha sido fácil y muchas veces he estado  cerca de rendirme ante sus fuerzas. Pero haberme levantado es mi mayor orgullo y consuelo.


miércoles, 12 de noviembre de 2025

Un vía útil

 Por la tarde fuimos con mi hijo a conocer el pueblo más cercano, Puerto Libertad, un lugar encantado, como son los pueblos de esta región. Todos tienen tierra colorada y el clamor de la selva y los ríos que atraviesan sus comarcas. Pero sobre todo están sus habitantes. Extraños. Desopilantes sería la palabra, pero ningún término en realidad engloba la extrañeza, la libertad, la absoluta naturalidad con la que se aproximan a la vida silvestre al punto de convertirse ellos en lo más parecido a la fauna que los rodea. 

Salto bonito es un lugar que tiene un parador sumamente rústico a sus costados. Y casas humildes, y ese ambiente irreal del que hablaba antes. Lo mismo la ciudad Wanda, que está a pocos kilómetros. Las personas que me crucé no parecían pertenecer a la vida que llevo. Tenían un ritmo que seguramente hacía que el tiempo para ellas fuera muy diferente al mío. Y de eso hablábamos con mi hijo. Yo ponderaba esas características y él decía que prefería cualquier ciudad a la vida tranquila de los pueblos. Tienden a aburrirme, dijo. Le expliqué mi teoría: hay dos tipos de personas. Las que tienden a aburrirse y las que tienden a la ansiedad. Para estas últimas, la tranquilidad, la rutina de un pueblo, puede ser una vía útil para canalizar tanta aceleración. 


martes, 11 de noviembre de 2025

Puerto Bemberg Primer día

Primer día en Puerto Bemberg. Desayuno en la misma mesa que la noche anterior. Hay una familia de franceses que optaron por desayunar afuera en una mesa ubicada en la unión de la galería que tengo a mi derecha y el ala del frente. Un vértice ideal para contemplar el paisaje. Ambiciono en mi cabeza esa mesa para el futuro. 

Nuestro cuarto es amplio y tiene una disposición atractiva. Hay algo en los espacios que me hace quererlos o no de acuerdo a la concertación estética del espacio. 

La familia de franceses está compuesta por un hombre de unos sesenta años, una mujer de una edad cercana y dos hijas de unos veinte años. La noche anterior hablaban animados, pero en un tono educado. Lo mismo una pareja que estaba a un costado nuestro. La música en la cena también estaba en un tono bajo. 

Pero luego la lectura, en la mesa de la galería, por parte del francés en voz alta a su mujer, mientas estoy acostado en mi cama en el cuarto, me molesta. Tiene el idioma una cadencia monótona que me irrita. O tal vez sea la repetición de ciertos tonos que vuelven su voz un tanto cerebral y pedante. En todo caso, me molesta escuchar voces en los ámbitos de mi intimidad. Las molestias invaden mi vida a cada instante gracias a que mi cabeza se la pasa detectándolas. No puede dejar de sondear cada aspecto de lo circundante. Investiga a ver si existen estímulos molestos o placenteros. Una y otra vez, sin cansarse.

lunes, 10 de noviembre de 2025

Puerto Bemberg

Día con altibajos. Desayuno y visita histórica a Puerto Bemberg. Fundado por una familia de mucho dinero. Su objetivo, en teoría —dijo el guía—, era el desarrollo de la región. Llegó a tener más de dos mil familias viviendo allí para producir yerba mate.

Al principio —nos explicó— usaban hombres recios para combatir la selva. Pero había desorden, peleas, recelo. Cosas de machos impetuosos. Lo más útil, convinieron los empresarios, fue establecer familias: orden social. Así prosperaron.

Pero prosperaron tanto que debieron enfrentarse al mismísimo presidente de la República, que quiso una parte de sus fortunas. La lucha fue a muerte, y primero debieron irse los Bemberg —tan ricos: setenta y dos propiedades por todo el mundo, dijo el hombre—. Luego el presidente, cuando fue derrocado por enemigos similares a los Bemberg. Todos perdieron. En ese entonces, las luchas eran a cara o cruz, dijo el guía.

Hoy quedan los edificios en representación de esa historia. Una capilla frente al río. En sus escalinatas externas el cura daba misa para miles de feligreses. Había incluso algunos del otro lado, en Paraguay, porque el río —gracias a las hondonadas costeras— crea una acústica excelente, nos explicó. La voz de los curas bajaba desde lo alto en busca de un sentido, de una pacificación que tal vez no llegó nunca.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Puerto Bemberg

 

Después de ir al lado brasileño de las cataratas, pasamos por un shopping duty free. Convocante el ambiente gracias a la simpatía de las vendedoras. Pasamos incluso un rato agradable en el sector de perfumes. Contagia el entusiasmo de mi hijo en torno a los aromas. Decidí, además, soltar un poco la billetera: compré ropa y algunos chocolates. Bastante generosidad para lo que suele ser mi estilo, en favor de no comprar cosas que no preciso. Por supuesto, la medida de la necesidad es amplia, y en mi caso está la obsesión de no caer en la frivolidad. En mi cabeza, significa un pecado grave: una forma de caer en la intrascendencia. Si yo fuera más leve, vería que la frivolidad también puede ser una forma de diversión, un respiro, aire.

Seguimos viaje por una ruta de noche que desplegaba los aromas del campo en verano. Alrededor estaba la selva misionera, con una electricidad convocante.

El Waze nos hizo ir por una serie de caminos vecinales donde había atrapacaminos —pájaros de colas largas y ojos fosforescentes— que esperaban nuestro avance inminente para levantar vuelo. Por fin llegamos. El lugar es una reserva privada que pertenece a una de las familias más ricas de la historia de nuestro país. La posada hoy tiene el ambiente relajado de los hoteles que fueron de categoría y transitan una vejez serena. Se nota en la calidad de los muebles y en la nobleza de las paredes. Todo lo realza el encanto de las mujeres que atienden, difícil de igualar. Diría que tienen un amor por sonreír que las asemeja al canto de los pájaros. También una suerte de practicidad y sabiduría grandes. Saben estar bien gracias a un talento innato para hacer las cosas más a mano. Adoro sus modos, su forma de hablar y sobre todo sus pelos lacios.

viernes, 7 de noviembre de 2025

El miedo a lo desconocido

 

Amanece en Puerto Bemberg. Escucho los pájaros, fuertes, intensos, alegres. La selva los entusiasma o tal vez es el río cercano y la promesa del verano. Son jóvenes, supongo. Todos los pájaros lo son. Nunca he visto la vejez en uno. 

Logro volverme a dormir y después me despierta con suavidad mi hijo. Me dice: Son las nueve y media. Desayuno y luego ida a la pileta a nadar. Se escuchan truenos a lo lejos; pronto llegan las primeras gotas. Salgo por precaución del agua. Vemos con mi hijo el aguacero acostados en una reposaras bajo un techo junto a la pileta. Como mi hijo está a la espera de una nota de su facultad, mira cada tanto el celular a ver si hay novedades. Todavía no. El profesor quedó en subir las notas el día de ayer. Pero eso no ocurrió. Mi hijo vuelve, entra al mismo lugar de la web, pero no hay caso. 

Intento relajarme, pero no logro. Permanezco en la reposera concentrado en los árboles mojados por la lluvia. No logro el ansiado descanso. Sospecho del café. Muy fuerte. Persiste en mi cabeza una fijación, un estado de alerta que no se compadece con ningún hecho puntual. Sospecho de mi trabajo. En el último tiempo, siempre me ocurre lo mismo: pienso que tengo oportunidades atractivas en lo material al alcance de mi mano. Treinta años de trabajo como abogado dieron sus frutos. Me queda un esfuerzo más para recogerlos. Las ideas para ampliar mis reclamos. Ocurre que vienen a mí con la mayor naturalidad. El problema es que me falta entusiasmo. Quisiera huir hacia espacios más libres. Lugares que tildo de más "creativos". Pero hasta ahí llego y me estanco. Temo no voy a tener una inserción específica en el mundo del arte. Me digo que en realidad no creo en el mercado del arte. Y tal vez por eso no se me da tan bien como el tema de los reclamos. Esas demandas en mi cabeza vienen a mí como pájaros a las ramas de un  árbol. ¿Mejor aceptarlo y continuar con miles de reclamos más? ¿O debo privilegiar mis ganas de lanzarme a crear? 

jueves, 6 de noviembre de 2025

La belleza y la paz

 

Volvemos al hotel. Ducha y salimos para el pueblo. Recalamos en un restaurante que nos recomendó nuestro amigo de la agencia de autos Joel Esteban. Está bien el lugar, tiene mesas afuera. Están en un patio que da a la calle. El ojo de bife que pruebo es algo fuera de serie. Se lo pondero al mozo. Las papas fritas en cambio son de "paquete. Lo artificial, lo imperfecto siempre está al acecho, y esa falsedad me se empeña en cortar los contados momentos en donde la belleza y la paz se hacen presentes. La mayoría del tiempo reina la imperfección. Por eso debería abrazar con todas mis fuerzas a esas manchas. Ser capaz de ver en detalle su belleza y sus tonos. Va siendo hora.

Pero por lo pronto prefiero continuar en busca de esos instantes preciados, absolutamente infrecuentes, que cuando aparecen resultan intensos. A tal punto, que el devenir se alinea con el sentimiento y entre uno y el resto no hay nada.  

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Cataratas

 

Llegamos hasta el final de nuestra caminata: la Garganta del Diablo. El lugar donde el río cae. Blancura que desciende en busca de un nuevo piso. Me quedo con la fuerza del agua, con su volumen, su fascinante potencia. Me tienta dejarme llevar, pero sería perder la vida. Así funciona la atracción máxima de la belleza: la mayor potencia encarna el fin.

Arriba, a los costados, están los pájaros, cantando como si nada. O más bien, como si esa fuerza demoledora los exaltase también. Los árboles, toda la vegetación excelsa, acompañan junto con los coatíes, los monos, los cervatillos e incluso los jaguares. El paraíso: el lugar desde uno debe caer.

martes, 4 de noviembre de 2025

Las mariposas

 

Almorzamos en un lugar que tiene rejas para que los coatíes no roben las comida de los turistas. Desafiamos a esos animales comiendo en las mesas que están afuera de la jaula. Ninguno se acerca no obstante. La comida es poco lucida, por al menos no nos demoramos en la espera. Caminamos un poco más. En el museo de los guardaparques, en sus galerías, nos echamos en un banco de madera a tomar un siesta. Delicias de la vida que ocurren cada tanto. Mi hijo me despierta para continuar. Dice que roncaba. 

Después, de visitar la garganta del diablo, y ver la fuerza del agua de primera mano, volvemos a pie en soledad. Hay un conjunto de mariposas en el suelo. Nos acercamos; ellas vuelan y forman un nube. No son grandes y tienen todas colores amarillos. Se mantiene en torno mío. Sonrío. Mi hijo me saca una foto con ellas. Es algo inusual. Me propongo grabar el instante. Fijarlo para darle importancia. Volumen. Calado. Debería quedar en la historia. Mi historia. La que rescata instantes que superan a las angustias y me ofrece la impresión de que al final todo ha valido la pena.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Madre e hija

 

Amanezco en el hotel en el medio de la reserva ecológica cercana a Iguazú. Las cosas parecen encontrar una calma. Sobre el fin de la tarde anterior, fui a nadar. La pileta se había recuperado bastante de la lluvia intensa. Un buen hombre vi que la había limpiado más temprano. Nadé un poco entre una madre y su hija. Tenían la impronta de la gente alegre. Se reían de cualquier cosa prácticamente. Parecían muy felices de estar en la pileta. Solo eso. Supuse que eran de un origen humilde porque tenían un fisonomía propia de los pueblos originarios. Gracias a ese dato, mi cabeza elaboró toda una teoría basada en cuestiones bastante resbalosas y cuestionables. 

Después, llegaron dos parejas de alemanes. El contraste fue evidente. Gente de edad avanzada que circuló por la pileta con más recato. No me sugirieron más que una vida de trabajo. Décadas para disfrutar bajo las cascadas artificiales de la pileta. Sonreían por momentos. Mucho menos que las bulliciosas madre e hijas que para entonces me parecían algo alejadas de mis parámetros. ¿Eran demasiado grandes para reírse por nada? 

Por lo visto, mi cabeza tiende a la censura de un modo demasiado pronunciado. Lo peor es que eso funciona conmigo también. 

sábado, 1 de noviembre de 2025

Belmond Hotel

Emprendemos la ida hacia la frontera y, tras casi una hora de espera, por fin ingresamos a Brasil.
Las rutas están en refacción. Se percibe más desarrollo de este lado, si es que la palabra desarrollo resulta adecuada para describir la proliferación de signos de urbanidad: carteles, rutas, edificios, menos naturaleza.

Llegamos a la entrada del parque y decimos que vamos a almorzar en un hotel de lujo que funciona dentro del predio. Nos envían a un apartado, donde un hombre sonriente nos explica que va a averiguar si tienen disponibilidad. Llama y resulta que sí; pero debemos esperar el traslado, nos dice.

En eso aparecen dos hombres y una mujer. Tienen, calculo, unos sesenta años y son norteamericanos. Los hombres visten como turistas dispuestos a la aventura: remeras dry fit, sandalias de caminata, pantalones largos y ligeros. Llevan largavistas y son atléticos a pesar de su edad. La mujer, en cambio, parece más relajada. Hablan de las bondades del hotel al que nos dirigimos. Supongo que disfrutan con orgullo, pues consideran que han hecho lo necesario para gozar, con cierto entusiasmo, del turismo de alto nivel. O al menos eso colijo de sus modos y de lo que conversan: comparaciones con otros destinos, ideas de actividades para los días que siguen. Imagino que son estrictos con sus dietas y que se mantienen atentos a no envejecer mal los años que les quedan.

Descendemos con mi hijo de la combi y vamos a conocer un poco el hotel. Él está interesado, pero no llega a ser dominado por la frivolidad del lugar. Yo, al principio, estoy un poco más impresionado, pero con el tiempo la visión de una mujer con múltiples cirugías, la falsa elegancia de algunos que posan para unas fotos y otros detalles terminan por sumirme en la tristeza que a veces tiñe la riqueza y su frivolidad.

Con todo, almorzamos algo en la terraza. Pero el servicio es lento. Y, para peor, las camionetas y los ómnibus de traslado de turistas, detenidos con los motores encendidos frente a nosotros, nos tapan la vista de las cataratas y nos perturban con el ruido. En realidad, a mí me perturban. Mi hijo no se altera por cosas que no tienen importancia. Tiene otro talento para calibrar las acciones. Por eso se mantiene más calmo y mira el cielo. Supongo que también entreve que pronto pasarán unos pájaros.


viernes, 31 de octubre de 2025

Cataratas

 

Cena en el hotel. Una pareja de personas mayores lee el menú durante un largo rato. Nosotros pedimos una entrada y un plato principal. Ambos llegan juntos, después de bastante espera. Así son las cosas por acá: descontracturadas, informales y, sobre todo, matizadas con sonrisas.

Me regalan una copa de vino. El trato con la moza es feliz. Estoy bien con mi hijo. Hablamos de los posibles resultados de las elecciones que se celebran al día siguiente. No sabemos mucho; coincidimos. Tampoco nos importa demasiado: tenemos cierta consciencia de cómo actúan las franjas de poder para captar voluntades, y creemos que con nosotros no lo logran.

Dormimos agotados y temprano. Por la madrugada se larga una tormenta. Disfruto el ruido del agua. Amanece y escucho el estruendo de unos pájaros enormes, fantásticos.

Por fin puedo dormir un poco más. Desayuno y partida a las cataratas. Cola para sacar las entradas, ingreso, entusiasmo. Hay bastante gente: entre ellos, una pareja que se abre paso, una francesa impetuosa que arrastra a su compañero y quiere avanzar más rápido que los demás.

Las cataratas tienen un caudal excepcional estos días. Es placentero concentrarse en el agua justo cuando se prepara para caer con vértigo. La vegetación y los pájaros acompañan. Por los senderos se ve mucha gente, y sin embargo hay un clima de hermandad. Los que pasan en lancha a lo lejos saludan; lo mismo cuando subimos al tren. Unas mujeres africanas saludan con cierta levedad a los que van por el andén. No terminan de dar rienda suelta al impulso de mover las manos. Supongo que por pudor.


jueves, 30 de octubre de 2025

El niño Florian y mi hijo

El joven que nos gestiona el alquiler del auto termina siendo una suerte de amigo. Joel Esteban nos dice que se llama. Curioso nombre. Hablamos un poco del hecho de tener un segundo nombre y de encontrar gente con el mismo nombre que uno. Bromeo que a mi homónimo me lo voy a encontrar en algún punto de este viaje. Cuando eso ocurra, te voy a mandar una foto de los dos, le digo. Sonríe. Es un joven sano, afable, alegre. Al menos en la dimensión que puedo atisbar.

Llegamos al hotel donde también nos recibe un hombre afable. Christian. Serio, dedicado, algo histriónico. Nos muestra la habitación inmersa en la selva. Nuestros vecino son una pareja con un hijo de dos años, calculo. Un niño mimado que recorre más tarde las mesas en busca de atención, cariño, saludos, no está claro qué busca. Tal vez lo suyo sea curiosidad. Asombro. Todo lo que con los años perdemos de manera dramática. Florian se llama, y me cae bien a pesar de sus gritos. El padre va detrás. 

Con mi hijo las cosas discurren bien porque es un ser sabio. Tiene una serenidad y una templanza que convoca a disfrutar de su compañía. No tiene modos bruscos o altaneros. Y si los tiene, suele ser consecuencia de un comportamiento injusto de un "otro". Su filosofía de vida está basada en la ecuanimidad, de algún modo. Un centro que lo mantiene iluminado.

miércoles, 29 de octubre de 2025

Alquiler del auto

Vamos a buscar el auto de alquiler en el aeropuerto. Un joven me dice que no hay reserva a mi nombre. Había una, pero fue tomada. ¿Alguien usó mi nombre? No está claro. Primero debe atender a un peruano insistente y poco educado. Un hombre que tiene aspecto de un topo grande y desvencijado. Por fin, me atiende y averigua. Había dos reservas a mi nombre. Cuando una persona más temprano dijo mi nombre, se le dio un auto y se canceló la segunda reserva. Otra persona tiene mi nombre, por lo visto. Me muestra el joven la copia del documento de mi homónimo. Al menos, tiene un segundo nombre, pienso. No sé llama exactamente como yo. Una ridiculez que me calma. El segundo nombre no es común, es el de un primo mío no obstante. Un primo casi de mi misma edad. También estudió derecho, pero, al menos en mi cabeza, se inclinó por un camino más escarpado que el mío. No sé qué significado profundo tiene lo que cuento. Del mismo modo que no sé qué significado tiene ese primo dentro de mi historia. Podría ensayar varias hipótesis, pero estaría forzando las cosas. 

martes, 28 de octubre de 2025

Buenos Aires Iguazú

Vuelo Buenos Aires Puerto Iguazú. Me cuesta abandonar mi hogar, mi zona de confort, el centro conocido en donde suelo sentirme encerrado, pero menos incómodo que de viaje. 

Agradezco sin embargo haber llegado a este lugar selvático. Esta vez con mi hijo. Vine con él cuando tenía tres años. Ahora tiene diecinueve. Dice que no recuerda casi nada. Yo también tengo enormes lagunas. Recuerdos salpicados, intermitentes. Lo mismo con el resto de mi vida. Los días están para ser olvidados. Tienden a eso. Solo se pueden rescatar instantes. 

Nos llevó quien oficia de chofer en el hospital donde yo trabajaba. Un hombre que le gusta hablar mucho y de buen corazón. Siempre viajo hacia el aeropuerto con él porque las rutinas me calman. 

Nos informan que hay demora en el vuelo. Unos niños gritan a nuestro lado. Opto por mudarme al otro extremo del espacio. No hay caso. Los niños pronto están cerca de nuevo. Corren a los gritos sin límites. 

Vuelo agradable, pero con molestias inéditas. Una mujer detrás mío me pide que no recline el asiento; le quita espacio para sus piernas, argumenta. Otra mujer, a un costado, no para de golpear el suelo con sus piernas mientras escucha música con sus auriculares. Me resulta irritante su aspecto, su aura. A veces me pasa. Detecto algo en mi cabeza. Señales que me dicen cosas. En este caso, sus gestos y su aspecto físico, delataban que no era de mi agrado. Después, ocurrió el episodio de golpes frenéticos en el suelo. Resultado: no pude dormir.

Pero todo se encamina cuando llegamos a Puerto Iguazú. La gente suele tener un tono reposado, amable. Congraciado con la vida. Justo lo que necesito.

domingo, 26 de octubre de 2025

Día curioso.

Día curioso. La secuencia fue así: Le dictaba a mi celular en la esquina de mi oficina, antes de cruzar la calle, cuando un motociclista, con el semáforo en rojo y sin casco, avanzó con una mujer atrás que intentó arrebatarme el teléfono. Por suerte, retuve el celular y luego la patente; solo las letras, porque los números estaban borrosos. AVT alcancé a ver. Después, corrí hacia ellos, Pero no los encontré. Opté entonces por tomarme un taxi a ver si los encontraba. Pero en vano. Solo rescato la charla con el taxista. Días atrás, me dijo que vio un episodio similar a una cuadra de mi evento. Este país tiene gente desgraciada o muy noble, le comenté. Se vive en los extremos. Una creencia absurda que mantengo porque necesito sostener una fantasía para crear realidades paralelas. Detrás está la imposibilidad de aceptar un escenario tan complejo y extenso que me resulta imposible de comprender. 

viernes, 24 de octubre de 2025

Lo excitante

Estuve en el taller y volví a pintar arriba de varios cuadros, unos once. Algo se soltó en mi pintura. Había una conciencia de antiguos maestros venecianos, que estaba en algún lugar y que de pronto vino a mí. 

Llego, con el final de cada jornada de trabajo, al espacio que tengo junto a un patio, donde escucho los pájaros y levanto la cabeza solo para ver un espacio de cielo. No me importa. Priorizo los colores, que se han desatado con sus pigmentos y sus tonalidades, en pos de alcanzar una realidad más alta que todavía no comprendo. Y eso es lo excitante. 

jueves, 23 de octubre de 2025

El ser eterno

Estaba en mi despacho, entró mi padre, hablamos de algunos temas de trabajo y, de pronto, cuando le comenté que un tapicero —llamado Ángel— me había dicho que todavía no lo había contactado, todo terminó mal. El tema fue así: días atrás, le había dicho a mi padre que sería una buena idea que se comunicara con Ángel, un buen tapicero, para que le arreglase un par de sillones que tiene en su oficina en un estado poco lúcido. Como me respondió que le interesaba arreglarlos, les saqué fotos y las envié a Ángel junto con un mensaje pidiéndole un presupuesto para la realización del trabajo. También le avisé que mi padre se iba a poner en contacto con él. Acto seguido, le escribí a mi padre para contarle que ya le había pedido el presupuesto a Ángel y que, de ahí en más, él debía seguir con el tema, si le interesaba. El problema es que, como tantas veces en el último tiempo, mi padre me dijo que no había entendido eso. Volvió sobre mi mensaje e insistió en que no era claro. Su veredicto es falso. El hecho en sí me ha llenado de bronca. Si hay algo que no tolero es la mentira descarada —algo que bastantes personas toleran—. Aunque, en verdad, no sé si se trata de una mentira de mi padre o si realmente cree que mi mensaje tenía el significado que pretende asignarle: que yo iba a recibir el presupuesto y luego se lo iba a pasar. No sé qué pensar. Supongo que mi padre se encuentra en un estado de confusión y que mis recursos a favor de la compasión están fallando. Mi talento compasivo es bajo y, ahora más que nunca, esa pobreza se pone en evidencia. Lo peor es que —caigo en la cuenta— todo este rigor lo he mantenido conmigo mismo desde un tiempo remoto, antiguo, en mi ser eterno.

miércoles, 22 de octubre de 2025

La mujer de vista

Me levanto poco antes de las seis de la mañana con una fuerte contractura, producto de un asunto de trabajo que se complicó por la impericia de mi padre. Pero no es tan así. No quiero hacer ciertas cosas y se las pido a él, que hace lo posible. Es todo un gran sinsentido basado en la necesidad de realizar acciones “productivas”. Los dos estamos encerrados en esa cuestión, así como casi todas las personas en este planeta. Las acciones deben ser útiles. Luego, algunos pocos, desde ese bienestar, pretenden llegar a un avance espiritual. Pero no es fácil. Por lo pronto, me levanté a mirar el cielo: tenía algunas nubes y había mucho viento. El día de primavera perfecto. Pero un día más tendría que enfrentar los escollos que encuentro a diario en la oficina para lograr bienes. Y eso hice. Después, en mi taller, una mujer me golpeó el vidrio y me preguntó si yo vendía los cuadros o daba clases de pintura. Le dije que ni una cosa ni la otra, que pintaba por placer. La mujer lanzó una exhalación de satisfacción, me felicitó y se fue. Me quedé pensando qué haré con mis cuadros. ¿Debería regalarlos a quien los quiera? ¿O intentar venderlos para no tener que ir más a la oficina? ¿En ese caso todo sería mejor? ¿Si ganase mucho dinero estaría mejor? ¿Se puede estar realmente muy bien en la vida? ¿Es justo pretender tanto? 

lunes, 20 de octubre de 2025

La silla

Me levanté nueve menos cuarto. De eso me acuerdo perfecto, miré el reloj. Pensé que había dormido bastante bien. Sueños intensos, como siempre, que me llevan a escenas que no podría traer a la luz. Tienen una intensidad tan grande y por lo tanto tan real que me han hecho pensar que dormir me genera cierto miedo por la inmersión que supone en mundos demasiado extraños. Desayuné con mi pareja cerca de las once, atento a las plantas moviéndose apenas en el balcón. Era un día de sol de unos veintidós grados, el tipo de clima que genera una felicidad innata. Poco después fuimos a comprar almohadas a un local que queda a pocas cuadras de nuestra casa. Ahí sucedió el hecho tan particular y tan inexplicable como los sueños. Me senté en una silla de metal con cuero negro a esperar que el vendedor le mostrara unos acolchados a mi pareja y, en esa posición y en ese lugar, sentí un placer fuera de serie. El diseño de la silla, la manera como recibía a mi cuerpo, su orientación, todo era de una calidad infrecuente. Un bienestar tan grande había en esa silla que no recuerdo una experiencia igual.

domingo, 19 de octubre de 2025

La osteópata

 Me subí al auto para ir a la osteópata que me había recomendado mi hermana. Treinta minutos de viaje. El Waze me hizo pasar por calles que no conocía, de un barrio residencial que me hizo pensar que había viajado a otra ciudad. Delicias de las máquinas. Bastante tráfico, pero llegué en horario. El edificio era nuevo, con un portero eléctrico confuso en relación con sus símbolos. Solucionado el asunto y convencido de que no tengo una inteligencia considerable para esos temas, me recibió la profesional en una oficina que irradiaba paz: música de pájaros y un piano de fondo, aromas placenteros y vistas a árboles altos y frondosos. Todo limpio y yo feliz. La mujer me pidió que me quitase la ropa a excepción de la interior y comenzó a trabajar en mi cuerpo. A partir de entonces, entré en una dimensión sanadora. Por primera vez en mi vida se liberó en mí una angustia inveterada y sentí unas ganas tremendas de llorar; supe enseguida que esa angustia tenía que ver con una persona que trabaja conmigo y me recuerda a mi madre por su incapacidad para tener cierto apego a la verdad. Faltas que yo también tengo y que no quiero ver en toda su magnitud. De manera que ahí están ellas, mostrándomelas con grandes carteles que siempre he elegido ignorar, convencido de que se trata de conductas muy distintas a las mías, cuando en realidad no son tan diferentes.

sábado, 18 de octubre de 2025

Un viernes como tantos

Un viernes como tantos de los que tengo memoria, aunque estuvo mejorado. Fui a la misma oficina de siempre, pero esta vez almorcé en un restaurante donde tengo un amigo —el dueño—. Antes, estuve frente a la plaza tomando un café con mi padre; esta vez hablamos de las maravillas arquitectónicas que nos rodeaban y de las tres plazas contiguas, con árboles inmensos de especies variadas. Al terminar mi jornada fui a ver un remate de arte y luego a pintar a mi taller. Por fin visité a mis suegros con mi pareja y hablé con mi suegro de una manera afable. Ya no siento el encono que a veces me perseguía, sin el menor sentido, como si quisiera demostrarle su supuesto egoísmo. Cené con mi pareja e hijos y ahora escribo esto mientras escucho la fuente más abajo; lo demás está quieto. Quisiera reducir el tiempo que paso frente a la televisión a la mínima expresión. Días atrás charlé con un hombre que dedica su vida a dar seminarios sobre Borges. Me dijo que no tiene tele en su casa y me pareció que debía de llevar una vida más silenciosa que la mía, pero se debe tratar de una fantasía más de mi parte. En la charla se me ocurrió decir que quien nos presentó era una buena persona y que, por lo tanto, era sabio. El especialista en Borges optó por contradecirme: se refirió a que el papa argentino era bueno pero no sabio, y terminó dando razones políticas para fundar su juicio. Conocía bien las obras de Kierkegaard y de Spinoza, pero a la hora de la verdad se enfrascaba en situarse en la orilla del bien para despotricar contra los que hacen el mal. Espero estar lejos de esas playas.

viernes, 17 de octubre de 2025

El valle de los templos

Día con una intensa lluvia desde el amanecer. Son la una y treinta y ocho de la tarde; veo el fuego en la parrilla. Planeo un asado a pesar del tiempo. Quiero disfrutar el ruido de la lluvia golpeando las plantas, el techo de chapa. Es que los sonidos se repiten con gracia, como parte de una melodía que acompañan los pájaros.

Mientras encendía el fuego me puse a pensar en mi vínculo con esa oficina en el cuarto piso frente al Palacio de Tribunales. Allí trabajaron mis dos abuelos  paterno y materno—. Dos figuras muy diferentes. Lo mismo mi padre y mi madre. Mi padre, práctico, terrenal, conciso, algo árido, falto de aire. Mi madre, etérea, soñadora, volátil, impredecible. Desequilibrada.

Con ellos me tocó hacer mi vida. Tal vez ya la tengo tan realizada que sus particularidades cada vez quedan más lejos mío, como si finalmente no importaran. 

jueves, 16 de octubre de 2025

Una noche

Estaba en un mundo feliz. En lo alto, en la oscuridad, frente a otros edificios que eran como pinos diseminados por un bosque de concreto. Abajo, como una vertiente, había una fuente. El mundo giraba de nuevo. No existía más que la noche fría y calma. Me puse a mirar por la ventana. En un instante, a la distancia, pasaron dos aviones por el cielo sin nubes.

Todo lo que había generado pérdidas y tristezas se había ido del mundo. No por arte de magia, sino por un proceso que esa noche el ruido del agua festejaba.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Desde muy niño

 A pesar de la persona que ayer me había enviado un mensaje molesto, y no obstante el reflector impactante que alguien había puesto en una terraza, casi enfrente de mi departamento, estaba bien, había dormido de un tirón casi, el día era soleado, fresco. Estaba en la mitad de la primavera. Para las diez de la mañana ya había hecho mucho: corrección de una novelista, una entrada en el diario, lectura de los diarios, y asuntos de trabajo. En mi vida lo mismo: una familia, un matrimonio feliz, muchas adversidades superadas desde niño, desde muy niño, en una plaza cercana a mi casa de entonces. Había muchas personas extrañas por ese barrio donde todo era opresivo. Los edificios unos con otros. Las avenidas llenas de tráfico, de humo y sobre todo de ruidos torturantes. Nada que ver con los días en que pasabas en la casa cercana a la playa de tu abuela. En esa casa las flores en el verano estaban en su dimensión más feliz. Erguidas a la espera del sol, y más tarde del agua de los regadores que tu abuela se encargaba de prender sobre las nueve de la mañana. El ruido que hacían esos regadores era un golpe seco continuo y predecible que dejaba sentir la fuerza del agua. Y el agua brotaba, decía lo suyo.

martes, 14 de octubre de 2025

El misterio

Me desperté a las nueve de la mañana después de dormir atento de alguna manera a la posibilidad de sentir la bocina de un auto que pasa a buscar a los hijos de mis vecinos. Me fastidia que no usen otro método de comunicación para avisarle a los niños que deben salir de la casa. Pero prefiero evitar, en lo posible, entablar una conversación con mi vecino; ya me ha demostrado que se maneja con parámetros muy diferentes a los míos y por lo tanto no tengo ganas de adentrarme en una dialogo que, hasta lo que podido constatar, está lejos de mi eje. Sé a esta altura de mi vida que todo esto que digo es bastante relativo porque todas las miradas ética lo son, pero me quedo con la mía y sostengo mi decisión de evitar en lo posible entrar en cualquier tipo de vínculo con ese vecino. 

El día desde el inicio advertí que era glorioso. Soleado, fresco, la primavera en su plenitud; del mismo modo estaban los pájaros. Exultantes, lo mismo las plantas, las nubes incluso parecían más blancas y el cielo de un celeste pletórico. El día transcurrió muy en ese tono, aunque matizado cada vez más por una necesidad, que tengo muy arraigada, de sumergirme en algún tipo de obligación que me permita justificar mi tiempo. El trabajo para eso es ideal. Me dediqué entonces a trabajar suponiendo, como siempre, que ese impulso me dará algún tipo de expiación. También me di el tiempo para pintar. La pintura en el último tiempo alcanzó un grado de amor notable. Lo siento ni bien tomo el pincel y reparto los colores -y ellos se unen- en la paleta y después en la tela, y de algún modo me muestran la posibilidad que tienen den generar un espacio impredecible que  se va develando en un sentido que no obstante los avances mantiene un grado enorme de misterio. 

lunes, 13 de octubre de 2025

Gracias al viento

 

Mi día: me levanté tarde, once de la mañana; dormí mal debido a una fiesta en la esquina de mi casa. Me acosté en un cuarto y amanecí en otro. En el medio, busqué el mejor lugar para evitar el estruendo. Un arte que he perfeccionado bastante. 

Ni bien me levanté, vi que el día estaba nublado y con viento. Un día de primavera frío, aunque no tanto, y con la certeza de que pronto va llegar el calor según lo demuestra el verde del paisaje que miré con felicidad. Un perro sin embargo ladraba más o menos cerca y eso me descoloco por un tiempo. Pero ni bien el calló la paz regreso a mi cuerpo. Todavía no sé cómo voy a ser capaz de separar mi paz de la de mi entorno. Hoy por hoy me resulta un desafío imposible. 

Desayuné tarde y me puse a hacer un fuego; enseguida salí de compras al pueblo. En ese momento, ahora que recuerdo, lloviznaba. También tengo en claro que a mi vuelta otros vecinos celebraban a los gritos los juegos de unos niños. Cuándo me olvidaré de los ruidos a mi alrededor es algo que tampoco logro imaginarme. Del mismo modo que tampoco me imagino cómo podría pasar por alto el canto de los pájaros, el sonido del agua y tantas cosas como ser el vuelo de una grulla. Cosa que vi al final de la tarde cuando volvía con mi pareja y nuestra perra de visitar la capilla que está en el espacio verde al final de la calle. Habíamos cortado un poco antes con mi pareja unas ramas de eucaliptos medicinales que precisa para una muestra de arte que planea en pocos días. Cerca de las seis de la tarde, me preparé un café y, tal como temía, me aceleró. Lo noté cuando me acosté boca arriba en el suelo junto al filtro de la pileta a ver el cielo y escuchar el canto del agua. Había nubes en el cielo y pronto sentí las primeras gotas. Entonces decidí volver al gimnasio. No ejercité mucho tiempo esta vez, apenas media hora, lo suficiente para adquirir cierto cansancio útil para más tarde descansar, cosa que ahora espero hacer cuando han pasado más de treinta minutos de la medianoche y afuera el viento mueve con fuerza los árboles. Mañana se pronostica un sol pleno gracias a ese viento. 

domingo, 12 de octubre de 2025

Días felices

 

Desayuno cerca del sol y primer baño en la pileta de la temporada. Pude nadar incluso porque no estaba tan fría el agua. Fui y vine por la pileta atento a la coordinación de mi cuerpo. El agua se dejaba tocar y más que nada me dejaba flotar. Asado de almuerzo. Antes fui al pueblo a comprar la carne, las frutas y las verduras. En el supermercado chino, me quejé por la gran cantidad de polvo que había en las botellas de vino. En la verdulería estuve ocurrente con mi amigo Johnny. No llevé casi dinero. Le pagué con una transferencia ni bien llegué a mi casa y le envíe un mensaje. Me agradeció. Me aprecia sin duda. Escribí y corregí una novela que intento terminar hace más de quince años. Creo que hoy la terminé y, por un momento, incluso lo festejé. Planeo festejarlo mucho más, si mi alma mi acompaña -creo que lo hará-. Dormí la siesta de una manera pesada, contundente, feliz. 

Al despertarme, fui junto a la pileta y prendí el filtro. Quería escuchar el ruido del agua. Después, fui hasta el final de la calle, al espacio verde que tiene un capilla reducida, y me senté con mi perra a meditar. Solo por contados instantes me concentré en los pájaros. Por instantes, los proyectos laborales me abordaron. Al fin, pude sortear esas oleadas y volví a los pájaros sentado en los escalones de la capilla, y me sentí igual que un sabio en una película japonesa; estuve absorto en el acontecer del mundo. De regreso en mi casa, me tiré boca arriba junto a la pileta, donde todavía trabajaba el filtro, a mirar el cielo. Cayeron gotas y pronto estaba lloviendo con fuerza. No estaba pronosticada esa lluvia. Vino de la nada. Cuando amainó fui al gimnasio en bicicleta. Hice remo por cuarenta minutos y estiré un poco mis músculos. Ni bien se fue el señor que estaba conmigo, pasadas la nueve de la noche, me tiré boca arriba en el piso a mirar el techo del gimnasio y fui feliz en ese instante. 

De vuelta a mi casa, me asaltó un pensamiento dañino que pude sortear bastante rápido. Me puse a cocinar y, cuando salí a mirar el cielo, sentí el estruendo de una fiesta. Corroboré el dato: había una fiesta en una casa ubicada en la esquina, a buena distancia. De todos modos, el estruendo me invadió y todavía me invade. El gran avance en mi vida es que esa molestia me importa un poco menos que antes. 

sábado, 11 de octubre de 2025

La nieve caía

 

 

 

Frente a ella tus palabras 

no alcanzaban a transmitir 

lo que buscabas y así 

pasaban los meses y los años. 

Las intuiciones e ideas 

no llegaban a adquirir 

forma sobre los días. 

Los fines de semana

había paseos, a veces 

espectáculos infantiles; 

después se decían buenas 

noches y callaban.

 

 

Hasta que una madrugada, 

los árboles estaban quietos 

y la nieve caía. 

¿Dónde estarían los pájaros? 

Seguiste mirando por la ventana

como si pudieras encontrar algo.

 

viernes, 10 de octubre de 2025

El agua helada de la orilla

 

Cuando te adentraste
en el agua helada de la orilla
para sentir las pequeñas olas,
mirando el horizonte, pensaste
que si cambiaras tus creencias
el mundo continuaría igual,
con las mismas olas, el mismo aire.
Sin embargo, el mar
a tus pies te pareció diferente.

Ese día al final de la pequeña llanura,
gracias a un manto de nubes,
la playa tenía un ambiente soñado,
pero aún no habías encontrado una respuesta
capaz de tranquilizarte, solo un camino
que debías continuar,
del mismo modo que los días pasan.

 

jueves, 9 de octubre de 2025

Peces atrapados

 

 

Una noche de verano,

con un amigo y los hijos de ambos,

con el mar hasta la cintura,

como no tenían suerte

con los faroles y los calderines,

decidieron usar una red más grande.

Mientras tu amigo extendía la red

de un lado, la orientaste del otro,

perpendicular a la rompiente,

a la altura de primeras piedras,

y pronto agarraron unos peces

y festejaron.

Pero, en la orilla,

como los peces estaban atrapados

en las redes y los niños no podían

sacarlos, sin pensarlo dos veces

los degollaste con tus manos.

Los niños te miraron horrorizados.

En tus manos, la sangre salada

parecía traer de regreso

algo que nunca se había ido.

lunes, 6 de octubre de 2025

Acrópolis

 

Aún te creías capaz de realizar 

un progreso importante.

En tu infancia, 

un lobo marino se acercaba 

a tomar los peces 

que ponías en la explanada 

para conquistar lo fuerte 

a través de lo tierno. 

 

Habías llegado con tus padres 

escapando de un peligro: la dictadura, 

un concepto que de chico no entendías 

en una dimensión concreta. 

 

Esa palabra en tu infancia 

nunca tuvo un alcance preciso, 

solo un dejo siniestro insuficiente 

para equilibrar lo que anda disperso, 

choca y se desune. 

La opción sería unirlo todo

como hace el agua en la bahía. 

Un manto azul alrededor de la península. 

Antes de mirar hacia las rocas, 

respiraste hondo pensando 

que las grandes rocas eran tu acrópolis. 

 

domingo, 5 de octubre de 2025

Había caído el sol

 

En la orilla, veías el mar 

a la espera de una tormenta 

mientras tus hijos jugaban 

a un costado. Pensabas 

en tu padre y en sus éxitos. 

 

Después de todo —te decías— 

es mejor vivir en los márgenes 

sin un logro específico y rutilante.

Fuera de historias que te mantienen

rehén de discursos que alimentan 

sistemas de poder, pero enseguida,

inseguro de ese camino 

te preguntaste si esa falta 

de metas, no era la razón 

de la distancia que ella 

ahondaba una y otra vez. 

 

A ella los años le habían dado 

un empeño terminante. Un sólido 

bienestar a costa de una insensibilidad 

cada vez más grande. O tal vez 

tenía una pasión por su trabajo 

que envidiabas. Cada día, acorde 

a sus logros, ponderaba 

más su profesión 

complacida con un ascenso.

 

Dormías cada vez peor 

implicado en la lucha 

por superar los efectos de una cabeza 

que repetía, no sabías por qué, 

la altiva prestancia de unos caballos 

que habías visto sobre los adoquines 

del centro de la ciudad. 

 

Había caído el sol y mirabas 

la luz del faro de pie en la playa:

desaparece, renace, se comba 

y vuelve a desaparecer.

Parece que late. 

Con tus hijos, descalzo, 

disfrutabas de la suavidad 

de la arena gracias al verano 

mientras ella 

caminaba ajena.

 

 

sábado, 4 de octubre de 2025

Cerca del monasterio

 

A través de unos arbustos oscilantes
viste a dos monjes caminando en silencio.
Te imaginaste su vida.
Como estaba prohibido acercarte a ellos
o al monasterio, despertaron tu imaginación.

Las escenas continuaron
hasta la caída del sol y, después,
ya en la oscuridad, volviste
al pequeño cuarto de la hostería
a buscar lo que llamabas “amor.”

Querías estar bien con los otros,
pero no ocurrió nada,
ni ese día ni los siguientes,
y volviste a tu casa convencido
de que unos meses en la montaña
no eran bastante.

De ese intento pasaron veinte años,
y podría repetirse la misma escena,
solo que ahora te sentías capaz
de caminar por la rambla con tus hijos,
jugar en la playa,
y mientras pateaban una pelota,
sentir que entre ustedes
había un entendimiento.

Caso contrario,
¿por qué tendrían
un código especial para hablar?

viernes, 3 de octubre de 2025

Los barcos

 

Los plumerillos oscilaban
en respuesta a un viento
que volvía a los árboles
algo que bajaba de las alturas.

Los barcos acompañaban
el final de la tarde,
sobre un celeste casi gris.

En el sueño, ella dejaba de ser
una amenaza:
sus modos eran tiernos.
Pero un perro aulló bajo las estrellas,
y despertaste.

Sentado en tu cama
la recordaste con un collar de perlas.
El viento movía su pelo.
Un mar con franjas marrones y celestes
se abría hasta el horizonte.

Recibieron el milenio
en la proa de un barco,
frente al mar.

Sin embargo, como otras veces,
te costó conciliar de nuevo el sueño.

jueves, 2 de octubre de 2025

Lo que anda disperso

 

 Aún te creías capaz de realizar 

un progreso importante…

gracias a que, en tu infancia, 

un lobo marino se acercaba 

a tomar los peces 

que ponías en la explanada 

para conquistar lo fuerte 

a través de lo tierno. 

 

Habías llegado con tus padres 

escapando de un peligro: la dictadura, 

un concepto que de chico no entendías 

en una dimensión concreta. 

 

Esa palabra en tu infancia 

nunca tuvo un alcance preciso, 

solo un dejo insuficiente 

para equilibrar lo que anda disperso, 

choca y se desune. 

La opción sería unirlo todo

como hace el agua en la bahía. 

Un manto azul alrededor de la península. 

Antes de mirar hacia las rocas, 

respiraste hondo pensando 

que las grandes rocas eran tu acrópolis. 

miércoles, 1 de octubre de 2025

El agua helada de la orilla

 

Cuando te adentraste
en el agua helada de la orilla
para sentir las pequeñas olas,
mirando el horizonte, pensaste
que si cambiaras tus creencias
el mundo continuaría igual,
con las mismas olas, el mismo aire.
Sin embargo, el mar
a tus pies te pareció diferente.

Ese día al final de la pequeña llanura,
gracias a un manto de nubes,
la playa tenía un ambiente soñado,
pero aún no habías encontrado una respuesta
capaz de tranquilizarte, solo un camino
que debías continuar,
del mismo modo que los días pasan.

martes, 30 de septiembre de 2025

Frente a la virgen

 

Había ranas sobre plantas
acuáticas donde no se nota,
pero el agua corre feliz.

Esa tarde llovía de a ratos.
Recuerdo ver las gotas
bajando por el mármol
que cubría una virgen.

Frente a ella unas ancianas
rezaban. Una lluvia suave.

A un costado, un perro
revolvía la basura.
Más allá, el valle.
Difícil pedir algo más.


lunes, 29 de septiembre de 2025

Los espacios de campo

 

Soñé con los espacios de campo
que nunca tuve y tanto quería.
Los autos pasan, de tanto en tanto,
por una ruta lejana.

En el sueño,
indios atacaban nuestra diligencia,
y dos buitres volaban en círculos
sobre la pradera,
donde un instante antes
sonreíamos
frente a las montañas.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Por el pueblo

 

Pasé la tarde en el pueblo

donde estuve con mi abuelo

algunos veranos.

Con el sol en la cara me pregunté

cómo encontrar a la tortuga

que vi hace tanto.

Era pequeña y simpática,

y ahora es grande y adusta.

Y me mira.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Los primeros dioses

 

Subíamos al lugar

donde los primeros dioses

nos mandaron a dibujar:

una dimensión

para sostener

la sucesión de los días.

 

 

 

 

viernes, 26 de septiembre de 2025

Los grillos cantan

 

Los grillos cantan;
los camiones pasan a lo lejos
en un frío impecable.

En los potreros,
echado en el pasto,
veo girar luciérnagas:
en sus propios mundos,
tal vez en otros tiempos.

Las miro como me mira Dios:
incapaz de hacer nada por ellas.


jueves, 25 de septiembre de 2025

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Mi escultura

Tengo en mi casa una escultura de mármol gris, hecha con mis propias manos durante seis años. Cada tanto vuelvo a pulirla, como quien moldea un cuerpo que ha emergido. Pero no es un cuerpo: es algo abstracto, la idea de un cuerpo. Una forma que representa la sensualidad de un movimiento que pide al espectador que lo complete.

martes, 23 de septiembre de 2025

Nube

 

Empecé a escribir 

y después de tantos

intentos, caí en la cuenta 

que algo me llama, 

pero no capto qué es.

 

 

lunes, 22 de septiembre de 2025

El camino 2

Pensar en el arte cuando todas las imágenes ya fueron creadas y las posibilidades abundan sobre la mesa: no forzar una innovación; preferir la potencia desconocida que nunca se revelará del todo; intentar conocer un sueño.

domingo, 21 de septiembre de 2025

El camino

Para avanzar en el arte debo volver mis acciones más humildes. Mis actos, ahora que lo razono, deben nacer de pensamientos que no superen mis fuerzas. Si vuelvo a pensar con las mismas premisas de siempre, llegaré a los mismos lugares. 

Mejor ser sincero: estoy encerrado en mis caprichos. Una prisión en la que pretendo hallar libertad —un absurdo. Un plan: vencer las resistencias; abandonar lo conocido y transitar la incomodidad. Ojalá pueda, desde lo más simple, entender los procesos; disfrutar de la magnífica insignificancia que encaro en el universo. No será fácil: tiendo a cambiar solo ante la catástrofe.

sábado, 20 de septiembre de 2025

Alas desplegadas

Desde que tengo memoria, estoy incómodo dentro de mi cuerpo. ¿A la mayoría de las personas les ocurre lo mismo? ¿O vive más tranquila, aunque también más aburrida? ¿Es condición de cierta sensibilidad y conexión con el entorno trepar tanto? Me gustaría estar en la cabeza de otras personas. Sentir como ellos sienten sus cuerpos. En mi infancia quería con todas mis fuerzas meterme en el cuerpo de un delfín o de una pantera negra. Lo mismo al ver a los pájaros ir alto deslizándose por las olas del viento con las alas desplegadas. 

viernes, 19 de septiembre de 2025

Pequeña figura

 Por mucho tiempo estuve empecinado en volver atrás, en recuperar algo de otro espacio, de otro ritmo, en no perderlo del todo, porque ese final me parecía inmerecido. No había razón atendible que justificase que ese espacio divino quedase atrás, y por eso debía volver, reintegrarse a la realidad, como si así lo dramático pudiera aflojar.

Así perdí décadas como quien espera con su caña un pez que jamás muerde el anzuelo.

Y todavía espero que esa bolla que observo en la superficie calma del agua se mueva, que regrese el pez al anzuelo. Pero no lo hace y sé que nunca lo hará.

Aun así, la sola idea de ver la bolla moverse me mantiene absorto en la superficie, enamorado del movimiento del agua.

El examen

Optamos con mi hijo por ir a desayunar afuera, justo en la mesa que ocupa el vértice entre la galería de un  costado y mira de frente a la s...