martes, 5 de agosto de 2025

Buzios, Agosto, 2025 "Mar abierto"

Son las seis y veintidós de la mañana. Me desperté por segunda vez en la noche, como tantas veces, inmerso en sueños implacables, continuos, intensos, vorágines de imágenes y argumentos que jamás se detienen y que hacen que dormir sea para mí una inmersión en estados que tienen efectos perturbadores. Se suceden escenas vertiginosas y delirantes a las que debo recurrir porque no tengo otra alternativa y que, con todo, son un consuelo a la también imparable sucesión de pensamientos que me asaltan en el estado de vigilia y que no paran de darme una consciencia demasiado plena de lo que estoy pensando, sintiendo, viviendo. No paran casi ni un solo instante.

Ayer, por ejemplo, fui a nadar cuando se ponía el sol. Era un día de viento como veo que es hoy. Antes había estado en la casa, descansando en teoría, pero en verdad atento a mi escritura, a mis dibujos; siempre un tipo de atención demasiado proclive a caer en un estado de “pensamiento”, que por lo visto es continuo, fácil de desplegar e imposible de parar. Todo eso lo pensé una vez que salí del agua y me puse a mirar las olas, que en pocos instantes, porque subió la marea, comenzaron a ser más grandes.

Recién entonces las pude escuchar porque, todo ese tiempo, había estado tan absorto en mis pensamientos que no había reparado en ellas. Sentado con las piernas cruzadas al modo indio, quería adquirir la paz que vi en ese actor japonés en una escena que transcurría una tarde de sol apacible. Él estaba sentado como yo en un claro del bosque. Al parecer, atento al paisaje y sobre todo con una sensación de mucha paz y por lo tanto de seguridad. Pero nada de eso vino a mí. Apenas la posibilidad de fijar mi vista en el horizonte. El espacio de mar abierto que se ve en esa bahía tan cerrada en la que apenas queda un lugar para ver lo inmenso.

Cómo quisiera ahora mismo, mientras cantan los gallos en alguna parte, llegar a ese punto en donde los pensamientos por fin callan, ni hay más ideas, y lo mejor: tampoco se siente —tal como lo siento de un modo continuo, clínico, soberbio— al cuerpo. Ese elemento que al fin y al cabo está atado al cerebro y no deja de responderle un solo instante.

lunes, 4 de agosto de 2025

Cuando salí del agua

Cuando salí del agua, después de nadar solo un poco, fui a donde estaban mi hija y mi hijo. Un lugar apartado de la orilla, casi bajo unos árboles, junto a un tráiler de una lancha. Ahí descansaban, echados en la arena, mi hijo sobre mi remera, mi hija sobre una toalla azul. Le pregunté por qué usaba mi remera para sentarse y me respondió que estaba en el piso, que por eso le parecía adecuado. Hablamos de algunas cosas que ya no recuerdo pero que eran interesantes. Me gusta escuchar sus visiones, los relatos de sus vínculos. En un momento surgió el tema de las redes sociales, que muchos de su edad —veintidós y diecinueve— usan para conocer gente, a veces con intenciones sexuales apenas veladas. Ninguno de los dos parecía encontrar ahí un camino feliz, ni una forma real de entendimiento, y me hablaron de amigos que habían tenido encuentros extraños. Mientras estábamos en esa charla, pasó un hombre mayor —de más de sesenta y cinco años, calculo— vendiendo empanadas. Lo llamé porque mi hijo había dicho poco antes que tenía hambre. Le compramos varias, hizo las cuentas con cierto esfuerzo, le pagamos, y dentro de sus modos amables —diría incluso inscriptos en una forma de entendimiento genuino y algo inusual, perceptible apenas— nos regaló una más y siguió su marcha. Comimos, y al rato lo vimos pasar de nuevo; le agradecimos las empanadas —aunque a mí no me parecieron especialmente buenas— y decidimos subir la colina que teníamos cerca, hasta el acantilado desde donde, según prometía el mapa en el teléfono de mi hijo, se podía ver el mar.

domingo, 3 de agosto de 2025

Viento en Buzios

El mar está agitado pero contenido en la bahía. Hay viento y sol hoy. Ya cantaron los gallos a lo lejos. Pasan cada tanto unos pájaros, apurados, alegres, de rama en rama, y siguen; incluso he visto hace un rato un picaflor de un tamaño más grande del que suelo ver. Se posó en la rama seca de un árbol que está justo al final de la barranca, la que se ve desde el borde de la galería de la casa. Pero abajo está el perro, inquieto, ladra cada tanto. Se la pasa acechando, supongo. En mi cabeza, calculo cuántas horas le dedicará al sueño, a un descanso que —imagino— siempre interrumpe algún ruido. Me pregunto si tiene conciencia de su suerte. Si percibe los márgenes de libertad que gozan los perros que ve pasar desde su terraza, libres, de un lado a otro, que tal vez lo miran cuando él les ladra. Y me pregunto, llegado el caso, qué grado de malestar le genera eso, y qué forma emplea —si es que la ha encontrado— de lidiar con esas tensiones. Quisiera saber si sus pensamientos lo alivian o lo encierran.

sábado, 2 de agosto de 2025

Ayer en Buzios

 Ayer, ida a la playa, por fin, cerca de las tres de la tarde, son apenas dos cuadras, la franja de arena es estrecha y hay de tanto en tanto familias sentadas en reposeras, niños jugando alrededor y personas que ofician de mozos y les sirven tragos, cervezas, se supone que eso es la expresión de un merecido descanso, no me convence y sigo camino junto con mis hijos, un poco más adelante me topo con una mujer junto a su pareja e hijo, la mujer tiene una bikini diminuta, al igual que la mayoría de las mujeres que me he topado hasta entonces, pero en su caso advierto una cadena en su cintura que refuerza cierto rasgo erótico junto con un cuerpo exuberante y algo alejado en las formas de los cánones de belleza más estrictos, cosa que me agrada, tal vez porque la emparento, a mi edad, con un cuerpo deseado más asequible, más cierto, en todo caso su visión me hace decirle a mi hija que las mujeres parecen haberse definido en pos de una independencia en relación con los modos de poder del hombre —en cuanto a quién accede a sus cuerpos— pero no tanto en cómo se vinculan con sus cuerpos, mi hija se limita a asentir, supongo que porque coincide o tal vez porque no le interesa debatir el tema conmigo, no obstante desde que es una niña ella se ha encargado de darle una preeminencia al tópico femineidad siglo veintiuno, por decirlo así, de un modo extraño.


viernes, 1 de agosto de 2025

El perro encerrado.

El lugar es todo lo deseado: una casa decorada con buen gusto, aunque con demasiadas imágenes de Frida Kahlo, un detalle que no me agrada —no me convence el uso de ciertas figuras del arte como emblemas, en este caso del arte latinoamericano—. Tiene un generoso espacio, piso de madera, reposeras, sillas y mesas, una pileta sin bordes, y desde lo alto mira a una bahía donde se ven algunos barcos de pescadores amarrados, quietos, a la espera de un viaje. Después hay cerros que acá llaman morros, con palmeras, árboles de distintos tipos; y por el jardín, que es grande y con una vegetación variada, se ven abejorros que circulan entre las plantas, eligiendo ciertas flores, pájaros también en tránsito, irradiando esa felicidad innata que surge de ser lo que la creación asignó que uno sea de la forma más afortunada. Pero allí, abajo, al final del terreno que baja de manera abrupta, oculta detrás de bananeros muy altos, está la pequeña casa vecina, y en esa pequeña casa se encuentra un perro. Un perro que ladra con insistencia, no mucho durante el día, pero sí por la noche, de manera frenética, insistente, porque está aburrido, supongo, excitado, víctima de un encierro que se prolonga desde hace mucho tiempo, casi toda su vida, y de algún modo consciente de que su destino será el permanecer en ese encierro infame, rodeado de un paraíso al que nunca podrá acceder y que estará frente a él un día y otro día para que trabaje una aceptación que nunca llegará del todo.

jueves, 31 de julio de 2025

Con el canto de los gallos

Amanezco con el canto de los gallos y ya no puedo volver a conciliar el sueño. Algo inédito porque durante mi infancia y adolescencia, cuando iba a la quinta de mi abuelo paterno, escuchaba el canto de los gallos al amanecer, pero era solo una música lejana, dulce, que insinuaba que todavía era muy temprano para levantarse. El canto de los gallos solo era una invitación para seguir durmiendo. Esta vez, en cambio, la sensibilidad que he desarrollado hacia los sonidos me empujó a dejar la cama. Ahora que miro el reloj y veo que son las seis cincuenta y seis, calculo que debí haberme levantado cerca de las seis, cuando aún era de noche —no sé por qué los gallos se anticipan tanto a la salida del sol, que ocurrió más bien a las seis y treinta—. Desde que me levanté contemplo el paisaje. También hice una serie de respiraciones que pretenden darme un ánimo más sosegado y a la vez erguido. Mientras respiraba, recordé una escena de una película japonesa donde, sentado en un claro del bosque, bajo el sol de la mañana, el protagonista escucha el canto de los pájaros. La expresión de su rostro me transmitió una paz inmensa, total, deseada en tantas ocasiones a tal punto que, desde entonces, ese hombre encarna para mí una felicidad nacida solo del existir. Pero ese impacto solo se comprende cuando uno sabe que el personaje era ciego, y que por lo tanto su felicidad incluía una aceptación que traspasaba los límites de la fortuna. Su interpretación encarna la fuerza de la aceptación. Recién pensaba que estoy cansado de luchar para satisfacer deseos enormes que nunca terminan de desplegarse, y cuando lo hacen resultan esquivos, cambiantes. Quisiera liberarme de sus empujes. Dormir incluso con el canto de los gallos o el ladrido de los perros. Estar por encima de los pensamientos. Absorto en las paredes, en cualquier espacio u objeto, sin precisar nada en particular.

miércoles, 30 de julio de 2025

Concierto

El mar está agitado, alto, furioso, fuerte, potente. Exaltado: ahí está la palabra. Así está y así lo veo desde el piso once que ocupo, justo donde empieza la Barra de Tijuca. Creció tanto que llegó a ocupar toda la playa y avanzó incluso sobre el asfalto. Casi roza un monumento extraño: castillos de arena apilados uno sobre otro y un ser propio de estas regiones. Un ser que debería conocer mejor, porque para quienes cruzaron este mar desde otro continente es una especie de dios. Acá, la gente con la que he interactuado transmite cierta bonhomía, aunque también noté en algunos un aire parco, defensivo. Pero no es eso lo que quería contar. Quería contar que caminé durante una hora, desde las nueve hasta las diez de la noche, por la rambla. El mar exaltado me acompañaba: a mi izquierda en la ida, a mi derecha en la vuelta. El viento soplaba desde el agua, con las olas enormes, llenas de una espuma voluptuosa que agradecía. Y lo mismo el rumor constante, feliz, capaz de darme un manto, un abrazo más bien, un motivo para creer que el mundo guarda el sentido de maravillar a quien se detiene en la playa frente al agua, intuye a Poseidón, escucha su concierto. 

martes, 29 de julio de 2025

Piso 11

Barra de Tijuca. Piso 11 frente al mar. Día gris con viento. Bajó bastante la temperatura. Me asomo al balcón. No hay nadie en la playa. O sí, veo a un joven que va directo al mar, se zambulle y desaparece. Pasan unos segundos y me preocupo. ¿Habrá ido a ahogarse en este día gris y frío? Sigue sin aparecer. Se ha ahogado. Pero no, emerge mucho más a la izquierda de donde se había sumergido y sale del agua para caminar sin apuro por la playa. Las preguntas permanecen: ¿qué ritual hizo? ¿qué le pasa por la cabeza? ¿por qué se mete en el mar un día frío y ventoso? ¿qué busca? ¿qué tipo de placer o necesidad lo lleva a eso?

lunes, 28 de julio de 2025

Barra de Tijuca

 Río de Janeiro Hoy todo más tranquilo. Ayer domingo hubo demasiados ruidos alrededor del departamento que ocupo frente al mar en Barra de Tijuca. Primero, gente en la playa a la madrugada, cuando llegamos cerca de las tres y media. Gritaban de tanto en tanto. Después, tan temprano como las siete, una maratón que generó bullicio, o más bien gritos, gente que alentaba a los corredores. Con todo, pude dormir un poco más hasta las diez y media. Desayuno frente a un mar potente y dos islotes de donde salen a pasear pájaros muy grandes. Debería averiguar de qué especie son, pero prefiero dejar su nombre en el plano de lo desconocido para preservar su encanto. Bajamos a la playa pasadas las doce. Mucha gente va y viene: es domingo, hay sol, hace calor, y muchos desean estar junto al mar. Rodrigo, dice llamarse un hombre que insiste en alquilarnos sillas y sombrilla. Su intervención termina por ser efectiva: planta todo en primera fila y empezamos a disfrutar del día. Primeros baños. Cerca de la orilla se forman piletas naturales donde se puede nadar con tranquilidad. Luego viene un banco de arena y más allá la rompiente. No me animo a llegar hasta allí: las olas están grandes y, a diferencia de otros tiempos, no tengo ganas de lidiar con las corrientes. Un avance. Pero con lo que no avanzo es con la perturbación que me generan ciertos cuerpos deseados. Otra vez esa espectacularidad, esa belleza que en mi interior se magnifica sin que sepa bien por qué, me sumerge en deseos imposibles, que siempre parecen exceder mis posibilidades. Incluso, como tengo presente, cuando ese deseo alguna vez se realizó —cuando accedí al cuerpo soñado— el deseo pronto se desplazó hacia otro cuerpo. Sé que es una lógica humana más vieja que la rueda: ese tren inconducente del deseo por un objeto exterior que nunca termina resolver algo en el interior, donde haría falta otro tipo de respuesta. El problema es que esa respuesta nunca se muestra. Permanece apenas como un discurso —hay que iluminarse, por ejemplo— pero nunca perfora la capa donde anidan los sentimientos, que son más arcaicos, infantiles, y duermen en una cueva impenetrable.

sábado, 26 de julio de 2025

Alfama

Visita al barrio de Alfama, en Lisboa. Entro a una catedral algo pesada, con retratos de hombres que consagraron su vida a sostener la Iglesia, que —como toda institución— fue creada para ordenar a los hombres según ciertos intereses. En este caso, previsibles. Desde lo alto, me aparto de esas miradas —obispos, cardenales— y encuentro la vista de la ciudad y del agua, río y mar cuando se encuentran. Así vuelven esos momentos contados, preciados, donde al fin no hay mucho que decir y por un instante capto la paz del mundo, que es inmensa, y es la de Dios, supongo.

viernes, 25 de julio de 2025

Rascacielos art deco

Doce y cuarenta de la mañana. Se escucha la fuente abajo. Agradezco eso. La noche es fría. El piso más alto de un rascacielos art déco, a lo lejos, desde hace más de veinte años  permanece con su último piso iluminado. Tres ventanas a la derecha siempre encendidas que me brindan cierta tranquilidad. Ya es una costumbre verlas así. Y a la vez funcionan como un faro. Hay alguien que prefiere dejar señales para conjurar ciertos miedos. Y su esfuerzo se vierte en otros.

jueves, 24 de julio de 2025

Marques de Sade

 

eo al Marqués de Sade y pienso en todos esos mundos armados entre el bien y el mal para ordenar a las personas en religiones, en dogmas que tantas veces me han resultado fríos, ajenos, y que todavía ocupan las costas de todos los mares. No tengo ganas de indagar de ese modo en los intersticios. Han comenzado mis vacaciones. Solo me resta decirle a un amigo que no voy a poder reunirme con él por un proyecto de trabajo. Me genera culpa, porque sé que podría dar un poco más, pero con bastante esfuerzo. Ya no tolero la mínima tensión vinculada al tema laboral. Estoy cansado y no quiero seguir la lógica de la entrega sin deseo. Quiero, más bien, entregarme a la lógica de mis necesidades, que hoy parece regir en casi todas las personas que me rodean. El mundo, al parecer, ya no gira en torno al deber, sino al vínculo que cada uno establece con su celular. El deseo, cada vez más, tiende a tramarse con una máquina más que con las personas y en ese vínculo se oculta un futuro muy distinto.

miércoles, 23 de julio de 2025

Algún instante

Algún instante Anoche, cena con mi hermano. Gracias a nuestra charla, hoy puedo decir que —lo descubro ahora, a mis cincuenta y dos años— es común vivir en dimensiones inventadas por la incapacidad de adaptar las emociones a la cambiante realidad de los días, y después de los años. Es habitual quedarse cristalizado en impresiones traumáticas y recurrir a las etiquetas que se le imponen a las personas, muchas veces sin poder captar el rol que uno ha desempeñado en los vínculos que suponen una amenaza. Se vive en parcelas, instalado en campamentos, en territorios delimitados por relatos rígidos. Según parece, si esos relatos se abrieran, si se expandieran los términos, la imposibilidad de manejarnos por juicios cerrados nos generaría una incertidumbre tal que ese vacío nos sumiría en el vértigo. Se necesitan demasiadas precisiones cuando es niño y luego ya uno no se da cuenta de las ataduras que entrañan... La imagen del Foro Romano, de sus ruinas vistas desde lo alto, ha venido a mi cabeza mientras escribo estas líneas y veo por la ventana cómo el sol asoma en el horizonte. Otro día comienza. Lo fantástico sería que algún instante tenga el brillo de ese sol

martes, 22 de julio de 2025

Otro mar

Me despierto de un sueño en donde el clima opresivo, irreal ahora desde la distancia, pero a la vez sumamente percibido, me deja agobiado. Me pregunto si habrá alguna dimensión fuera de esta vida en donde viviremos como en los sueños, que son en parte de otras vidas pero desde el cuerpo. Son como inmersiones en un mar cuyas profundidades ignoramos y no obstante se nos aparecen una y otra vez para avisarnos de esas otras realidades que mientras vivimos —de esto no tengo duda— están ahí, dos por tres, a la espera de revelarnos un detalle por más mínimo que sea.
La principal duda la tengo con relación a esa otra dimensión que es la muerte. Un misterio enorme, grande, impreciso, mucho más que cualquier sueño, y en donde desde esta vida quisiera llegar a un detalle al que aferrarme para dejar la incertidumbre. Y sin embargo lo incierto es el corazón más vital. La razón de todas mis alegrías también. 

lunes, 21 de julio de 2025

El gesto

Quiero retener algo de los días, aunque no tenga mayor sentido el esfuerzo, aunque esto que escribo no lo vuelva a leer jamás, y aunque nadie lo haga. Confío, sin embargo, en el poder de mi esfuerzo; confío en el gesto, en la intención. Darle importancia a la vida de cada persona tiene que servir para situarlas en algún sitio. A veces pienso en todas esas personas que vivieron antes que yo y perdieron su vida en gestos absurdos, en batallas estúpidas o en tantas tragedias que son una injusticia inaceptable. Como el paso del tiempo, diría. Así que tal vez mi malestar con el mundo se pueda resumir a una falla: mi incapacidad de aceptar la injusticia. El problema, recién ahora me doy cuenta, es que yo no sé lo que es justo...

domingo, 20 de julio de 2025

Más abajo

 

Nubes pasaban y yo las veía acostado en el pasto, feliz, en la elevación de una península mientras el mar golpeaba las rocas más abajo y vos estabas conmigo, también boca arriba y sonrías, lo podía intuir a tu lado. A lo lejos, una paloma en algún lado, en un pino tal vez, llamaba a alguien o decía lo que nunca vamos a saber. Lo que sí sé es que éramos felices y ese instante debería permanecer por siempre aunque en algún punto se pierda en la infinita cadena que trazan los días y después de los años, todo eso que se cuenta y que se esfuma en números que al final son incomprensibles, como pasa con todo lo importante. 

sábado, 19 de julio de 2025

La esencia

 Ayer en el taller, la espera continua para que mi pareja, su padre y su hermana —que son buenas personas, no lo niego— se vayan. Y después sí: el jazz, los cuadros enfrente, por todo el ambiente, desplegados, a la espera de que yo los pinte. Uno y otros, con ese ritmo desordenado que empleo, inconducente muchas veces, desprolijo también, pero necesario para mí, para una exigencia profunda que me pide: dale, vamos, expresemos la fuerza de un color, de una imagen, tomemos esa potencia, lleguemos a esa sustancia.

Alguna vez tal vez lo alcance. O tal vez me quede con esas pinceladas felices, una tras otra, insistentes, saltarinas, llenas de sustancia ellas mismas.

viernes, 18 de julio de 2025

Amanece

Siete y veinte. En el horizonte, está el río que apenas veo desde mi departamento como una franja prometedora; representa algo cierto a lo que me debo acercar. El sol en ese horizonte marca el inicio del día. Hace media hora escuché el sonido del despertador de mi pareja y ya no pude volver a conciliar el sueño debido a una marea continua de pensamientos que me intranquilizan, me conmueven con sus apremios, su falta de respiro, su incapacidad de asumir el silencio. Lo que más me angustia en el último tiempo es el paso del tiempo. Se va, corre, no descansa y todo está envuelto para peor en una rutina seca, vacía de la cual no puedo huir. Quisiera tomar el auto hoy mismo y salir para algún lado a vivir todo lo que no he vivido. Veo escenas: el campo, una ruta, el cielo amplio. Eso al fin y al cabo es lo que siento. Que hay muchas cosas que no he vivido y que ellas ahora se presentan a cada rato a reclamarme lo que les debo. Y les debo mucho, supongo. No tiene sentido continuar con la contención de mi cuerpo, o forzar un sentido hacia cierta madurez y consecuente reposo. Antes me parece que todavía tengo unas cuantas desmesuras por enfrentar. No de un modo juvenil. No sería esa artimaña la salida. Tengo que ver bien qué me reclama lo que está en mi cuerpo, esa bestia herida, desde hace tanto tiempo. 

jueves, 17 de julio de 2025

Los árboles a un costado

Los árboles al costado
Mañana nublada, fría, apática. O mejor dicho: yo estoy así, con ese estado, incluso con cierto declive hacia la tristeza. El paso del tiempo, una vida que transcurre en una rutina cada vez más marcada, un impulso vital que decrece. Todo eso, sumado a la falta de una vigorosa templanza que compense la entrada a cierta madurez, me sumerge en el desánimo.
O bien —me digo—, quizá solo necesite unas vacaciones. Irme a la naturaleza. Abstraerme de la ciudad.
Ayer, mientras esperaba que corte el semáforo en un descanso que hay al final de lo que acá llaman la avenida más ancha del mundo, vi los autos pasar en uno y otro sentido, como si empalmaran una autopista sin fin, a toda hora, todos los días del año. Me invadió entonces una angustia que tenía un anclaje: la idea de que el avance humano está por convertir al planeta en un gran hormiguero construido de autopistas, edificios y casas.
Entonces, miré unos árboles que tenía al costado.


miércoles, 16 de julio de 2025

La calle que baja

Mediodía ya. Miro por la ventana. Llueve en la calle que baja, poco, pero de un modo continuo, anclado en cierta tristeza que se percibe con nitidez y que, alguna vez —espero—, se vuelva serena, límpida, hasta convertirse en una alegría tenue, básica, que me revele que el tiempo mismo, el espacio, yo, todo, es una mónada.

martes, 15 de julio de 2025

Década del 70

 

Mientras le dictaba más temprano al teléfono —porque les aclaro que, desde hace un tiempo, adopté la costumbre de no tipear más en la computadora, sino de hablarle directamente al aparato— evocaba una cena de mi infancia, en un restaurante suburbano al que íbamos con mis padres los fines de semana. Recuerdo que tenía un burro atado en el jardín, y los niños se le acercaban.

Hoy estoy en esta casa a la que vengo desde los quince años, con la vista fija en unos álamos, varios pinos, un cielo cubierto de nubes. Hay ranas cantando a lo lejos junto a la pileta y varios mosquitos zumbando alrededor. Sentí, otra vez, esa presión en el diafragma. Una angustia muy antigua que levantó los brazos desde el fondo.

Esa sensación tal vez esté ligada a aquellos tiempos truculentos de la década del 70. En mi familia está el hecho —casi nunca nombrado— del asesinato de un medio hermano de mi abuelo paterno y de sus dos hijos, a mis dos años, antes de la dictadura, en los años en que las facciones de derecha e izquierda ya se enfrentaban con violencia.

No sé qué incidencia pudo haber tenido ese hecho en mí. Pero las pocas veces que lo conté, me embargó una emoción genuina, una forma de lealtad subterránea, silenciosa y profunda con ellos, los muertos. Pero no puedo ver mucho más allá. Supongo que los hechos más trascendentales de nuestra vida están en lugares lejanos, y apenas nos llegan, muy de tanto en tanto.

Nunca hablé mucho con mi padre sobre el asesinato de su tío y sus primos. Es curioso: recorrimos muchos kilómetros juntos, compartimos días y días en el trabajo, y también momentos familiares. Como con tantas otras personas, tuve que adaptarme a sus intereses para ganar su atención y su confianza. Solo después, a veces en márgenes muy estrechos —y otras un poco más anchos— pude hablar de lo que a mí más me convoca. Pero a cuentagotas.

lunes, 14 de julio de 2025

Espacio intermedio

 Gracias al trabajo que vengo manteniendo con el Chat —ese diálogo en torno a mi obsesión con los ruidos molestos—, pude ver hace unos instantes que mantengo un estado de hiper-vigilancia, en un marco de tensión casi permanente, que por supuesto no sé muy bien a qué responde. Alguna vez, un psicólogo, en una de las tantas terapias que hice, me habló de esta vigilancia obsesiva y la asoció a una tendencia patológica bastante común. No obstante, me encantaría entender por qué alguien desarrolla esa atención extrema. En este caso, alguien como yo.

Si voy para atrás, es cierto que desde chico experimenté esa sensación: la de tener que estar en alerta permanente, como si existiera un peligro inminente en los hechos. Recuerdo estar en el auto de mis padres, solo, expectante, mientras ellos entraban a un negocio cercano donde no podía verlos, sumamente nervioso, convencido de que nunca regresarían. No sé cómo llegué a creer algo tan improbable. Y es justamente esa distancia —entre lo improbable del caso y la certeza de mi creencia— lo que me hace pensar en el enorme desorden que hay en ese espacio intermedio.

domingo, 13 de julio de 2025

La hora calma

 He pasado la mayor parte de mi vida en ese barrio de los tribunales, sin tener un verdadero lugar de pertenencia. O al menos, un sitio donde encontrar el tipo de felicidad que más me importa: la que nace de los lazos amorosos con otros seres humanos, con animales, con el paisaje. La existencia que, al irrumpir en la conciencia, produce perplejidad, fascinación y terror a la vez. Porque uno sabe que hay un final en la obra, y que ese final es incierto. Un hecho tan lógico como desconcertante, que la mayoría de las veces resulta inaceptable (aunque sepamos que nuestra opinión al respecto no cambia nada).

Por eso, desde hace unos años, tener un lugar donde almorzar y hacer un alto durante las jornadas opacas que impone la profesión que ejerzo, significa mucho para mí. El restaurante de mi amigo es un espacio mínimo, con apenas tres mesas contra la pared y una barra con seis sillas. Un lugar reducido en dimensiones físicas, pero no en las espirituales. Tiene una densidad afectiva que lo convierte en un punto de equilibrio para mi universo entero.

Solía pasar por la vereda donde, en un pizarrón, se anotaba el menú del día. Pero no me había tentado entrar porque me parecía incómodo, demasiado angosto. Gran paradoja: hoy es el lugar más cómodo que puedo imaginarme en la zona. Fui por primera vez gracias a un amigo de la literatura, que también trabaja en tribunales, en el área de sistemas. Me lo recomendó y me acompañó. Desde entonces, volví muchas veces, casi siempre pasada las tres de la tarde, cuando el trabajo principal ya está hecho y empiezo a dar por terminado el día.

Si regreso a la oficina, es sólo para lavarme los dientes, ordenar algo, quedarme un rato en soledad. A veces veo algún video intrascendente para relajarme antes de ir al taller de pintura con mi pareja. Es cierto que ocasionalmente me queda alguna tarea vinculada al trabajo, pero no suele ser una carga pesada. En verdad, trabajo bastante poco tiempo real. Lo que sí ocupa mucho espacio es el trabajo en mi mente. Una usina de preocupaciones que se extiende a lo largo del día y muchas veces se cuela también en la noche. Hay una maquinaria de ansiedad que quisiera desactivar, o al menos comprender mejor.

Quizá por eso este restaurante significa tanto: me ofrece un respiro y una forma de ver con más claridad lo que me ocurre. Antes, desde la pantalla de la computadora, frente a un almuerzo vegetariano sin gracia, el mundo se me aparecía como una acumulación de noticias irrelevantes, cada una más alienante que la anterior. Ahora, en cambio, tengo un punto de fuga. Un ritual que corta la jornada.

Si lo pienso bien, puedo decir que vivo en plenitud en las contradicciones. Mi oficina está justo frente al Palacio de Tribunales, una mole antigua que, con su atmósfera de control y pesadez, me entristece cada día. Pero con todo, a veces, cuando quedo en mi despacho solo al final de la tarde, frente al Palacio, en medio de mis obras de arte acumuladas con los años, siento algo parecido a la felicidad. Aunque muchas veces, la visión del edificio me lo arrebata enseguida. Me pregunto por qué sigo atado a ese lugar y no hallo una respuesta convincente. O más bien, no tengo una respuesta única. Hay algo familiar, incluso astral, en esa arquitectura del poder que genera una atracción masoquista. Pero también una intuición de que ese espacio dominante no está afuera, sino dentro de mí, y que me seguirá a donde vaya.

El hecho de que mi padre haya ido en mi lugar a una reunión importante con un magistrado hace unos meses también tiene que ver con esto. Me ayudó a ver con más claridad mi vínculo con el Palacio. Lo que le pasó a él fue útil para ambos. Él se sintió vigente. Y yo, al verlo en ese rol, pude tomar distancia de los vínculos atractivos y a la vez tóxicos que irradia ese edificio, y que me sumergen en tensiones que es mejor evitar.

Pero vuelvo a mi amigo y a su restaurante. El restaurante es angosto y reducido en sus dimensiones físicas, pero no en las espirituales: esas que pertenecen al reino subjetivo, el único que sin dudas prevalece. Por eso, ese lugar, para mí, se volvió tan importante. Me brinda un sentimiento de pertenencia que adquirí con el tiempo, gracias al hábito de ir, de quedarme, de volver. Y, ahora que lo pienso, también gracias a otro amigo —el de la literatura—, que como yo está vinculado a los tribunales, aunque él en el área de sistemas. Fue él quien me invitó la primera vez.

Mi amigo, el cocinero, todos los días nos manda el menú a un pequeño grupo de clientes. Quien quiere, le responde con su pedido. Él ya sabe que, si reservo un plato, voy a llegar pasada las tres de la tarde. Me gusta desayunar tarde y prefiero sacarme de encima la mayor parte del trabajo antes de almorzar. A partir de esa comida, empiezo a dar por terminado el día.

A veces vuelvo a la oficina sólo para acomodar algo, quedarme un rato más, estirarme un poco en soledad. Como todos se van entre las tres y media y las cuatro, ese tramo lo transito en calma. A veces, incluso, me detengo a ver algún video sin importancia, en una especie de ritual previo antes de salir hacia el taller de pintura con mi pareja.

En los últimos meses he notado con cierta sorpresa que mi vida es mucho más dichosa de lo que solía creer. Quizá por los registros que empecé a escribir en este diario. Quizá también porque, sin darme cuenta, algunas cosas se han decantado. Tengo una pareja feliz, dos hijos fantásticos, un esquema de trabajo bastante sano, y actividades artísticas que se han desarrollado con naturalidad, en una dimensión más espiritual. Si tuviera que señalar un área que deseo transformar, probablemente sería la laboral. Pero todavía no tengo claro cómo.

Mi amigo, el cocinero, tiene mi misma edad. Después de la pandemia atiende solo. Por eso el lugar perdió parte del brillo que tuvo en otro tiempo. La limpieza, la decoración, el servicio ya no están en su punto más alto. Pero lo esencial permanece: su capacidad para sazonar. Es eso lo que distingue a un buen cocinero. La sazón habla de una sensibilidad especial, de un modo particular de percibir el mundo.

Él también está en un momento de incertidumbre. No sabe si quedarse en el barrio, en el giro íntimo que ha tomado su restaurante, o si dar el salto hacia su viejo sueño: tener un lugar de alta cocina en otro sitio. Otro ser a mitad de camino entre lo que sostiene y lo que supone es su deseo.


sábado, 12 de julio de 2025

Luz invernal

Son las 11:24. Día de sol invernal. Estamos en pleno invierno, pero desde hace unos días el tiempo es amable, muy distinto del frío áspero de hace dos semanas.

Hoy me desperté a las nueve, después de una noche benigna, cargada —como siempre— de sueños, pero sin interrupciones considerables. No llegué a sentir esa inquietud que a veces me asalta en la madrugada, esa que suele derivar en una angustia difusa. Como duermo con la persiana levantada, la luz del sol —incluso en invierno— va entrando poco a poco y me ayuda a salir de la cama.

Todavía no me he levantado, pero me siento bastante energizado. Eso me hizo recordar cómo era cuando era joven. La sensación cotidiana, sobre todo a la mañana, era muy distinta: un aplanamiento total del cuerpo —y por supuesto, también de la cabeza—. Una dureza difusa, como si una maraña de objetos de acero se hubiera acumulado sobre mí llevándome hasta el fondo de una cantera inundada.

En los sueños de entonces, ese fondo adquiría a veces un verde oscuro. Otras veces, un turquesa alucinante.

Así era la escena.

Hace un rato, mientras caminaba y seguía dictando mentalmente estas líneas, me crucé por segunda vez con un grupo de jóvenes delgados, indigentes, con una actitud que me generó cierta desconfianza. Caminaban en grupo, con un modo de moverse que me hizo sujetar con más firmeza el teléfono, como si por un instante imaginara que podían arrebatármelo.

Y ahí, como siempre, surgió una teoría. Como todas mis teorías sociológicas, probablemente sea poco fundada. Pero la anoto igual, aunque sólo sea como resto mental de una vieja intuición: muchas veces —demasiadas—, los que despiertan esa inquietud tienen un aspecto que podría relacionarse, de manera difusa, con pueblos originarios. Es una generalización injusta, lo sé. Pero me pregunto si no hay, detrás de ese dato estético, una consecuencia histórica. Quiero decir: si no hay algo de esa desigualdad estructural que quedó impresa desde la conquista y que nace en el tipo de desarrollo cultural que tenían aquellos pueblos al momento en que fueron brutalmente interrumpidos.

Esas interrupciones dejaron consecuencias que seguimos sin poder reparar: acceso limitado a educación, exclusión sostenida, dificultades para acceder a una vida con cierto bienestar. Así, una parte de la sociedad —esa parte— parece condenada a una pobreza que hoy ya ni siquiera es estable: es una pobreza inestable, errante, más cerca del abismo que del borde.

Este tema lo traigo ahora porque no sólo ronda mi cabeza: interactúa en el mismo espacio donde pienso el deseo, el amor, y también se vincula con otra escena que siempre me ha obsesionado.

Me refiero a las personas que viven en condiciones tan desastrosas, que a veces me resultan casi inimaginables. Me cuesta comprender cómo puede funcionar la cabeza de alguien que sobrevive en una situación tan degradada, sin abrigo, sin espacio propio, sin tiempo reparador. Cambia todo: la noción del cuerpo, la memoria, la percepción del mundo.

Desde chico me hacía una pregunta similar, pero con los animales: ¿qué tipo de visión tendrán los pájaros cuando vuelan, o más aún, cuando bucean? ¿Qué saben del aire cuando están bajo el agua? ¿Qué idea pueden tener de la superficie, si sólo la entreven por instantes, cuando saltan? ¿Qué es para ellos esa línea que a veces se abre, y muestra, tal vez, un cielo, una playa, un mundo?

Esa superficie, ¿la presienten como promesa o como reflejo?

Ahora estoy por pasar por ese lugar donde están esos dos árboles tan grandes —no sé su nombre— cuya altura ya se extiende a lo largo de décadas. Con el tiempo, se volvieron un misterio y al final aprendí a valorarlo. A querer ese misterio. Saber el nombre de esos árboles implicaría acabar con él, y como decía: no quiero que eso ocurra. ¿Algo parecido me podría pasar con la muerte?

Hace un momento, vi pasar unas piernas hermosas y me dieron ganas de apurar el paso y seguirlas. Pero no lo hice. Cada vez ocurre menos, y con menos fuerza. Me refiero a estos arrebatos de deseo —tan intensos en otro tiempo—. Pero se han ido espaciando. Se han vuelto más ligeros, más tolerables. Y para mi tranquilidad, también más pasajeros.

Hace unos minutos, también me crucé con un grupo de jóvenes del gremio judicial. Caminaban con una serie de carpetas en la mano. Supongo que tienen algún conflicto pendiente. Siempre hay un reclamo de mejoras y no terminan de conformarse nunca, por más que sus salarios sean de los más altos del Estado. Un hecho que me genera una bronca particular, difícil de ubicar. Una bronca sin dirección clara. El problema es que eso me ocurre con muchas pero muchas cuestiones.

viernes, 11 de julio de 2025

Recuerdo de un vuelo y tiempo en subastas

 

El viaje de regreso de Roma a Buenos Aires estuvo atravesado por una sensación de encierro. El avión salió más de una hora después de lo previsto y, para colmo, una pasajera —que luego me contó que viajaba sola porque su hija no había podido embarcar debido a un cuadro gripal— sufrió un ataque de pánico y durante buena parte del vuelo tuvo reacciones intensas, con episodios que llegaron a ser dramáticos y que, naturalmente, nos perturbaron a varios. Incluso al aterrizar, ya en la manga, tuvimos que esperar a que ingresara un equipo médico para revisarla. Nadie sabía con certeza cuánto tiempo llevaría ese procedimiento y recién después de eso pudimos empezar a bajar del avión. Ese último momento fue el peor: yo, para entonces, estaba bastante tenso. Muy tenso. Me urgía bajar. El tiempo detenido a bordo, sin un horario claro de salida ni de desembarco, me agobiaba. Necesitaba desplazarme a otro espacio. Por suerte —y a pesar de todo— logré arbitrar bien las tensiones.

Pero no es cierto que haya salido ileso: durante varios meses no me quedaron muchas ganas de volar tantas horas por tan poco tiempo.

De eso han pasado unos cinco meses y recién ahora empiezo a sentir, otra vez, cierto deseo de subirme a un avión.

En otro orden de cosas, hace un rato pasé por una casa de subastas a la que concurro desde hace años. Comprar en las subastas es, sin duda, una de las cosas que más me gustan de mi ciudad. Tal vez suene un poco grandilocuente, pero diría que también de mi vida. Me produce un gran placer comprar piezas de arte en ese contexto. Hay una forma de adrenalina que me atrae, cierta vibración en torno a un objeto. Siento que ese juego de deseo intensifica la belleza de las cosas. Como si el impulso material que lo activa pudiera, de algún modo, elevarlas también espiritualmente. Las piezas de arte conservan esa energía. Una fuerza que las sostiene a través del tiempo. Lo mismo que las rocas más fantásticas o los árboles. La diferencia, en este caso, es que las obras contienen a seres que alguna vez las amaron.

jueves, 10 de julio de 2025

Una pradera que baja

 

Estuvo lloviendo desde la madrugada, y recién hace un momento dejó de caer agua. Caer agua, qué expresión rara —me ha salido sin pensarla.
Son más de las dos de la tarde y me dirijo al banco para tratar de resolver una de esas ineficiencias molestas propias de la entidad. Últimamente, me llama la atención cómo las personas más jóvenes me pasan con total tranquilidad, aun cuando camino, en mi cabeza, rápido. Pero no hay mucho para hacer.

Cerca de las seis de la tarde, por fin terminé. Fue uno de esos días filosos que preferiría evitar a toda costa. Dediqué demasiados años al trabajo.
Pude solucionar el tema del banco y me detuve un rato en el restaurante de mi amigo y, por suerte, durante un momento breve fui bastante dichoso gracias a la música que pone y lo bien que cocina. Estaba sentado en la barra, no quedaba nadie más que él, del otro lado, detrás de la caja registradora. Por un momento, nos quedamos en silencio, escuchando una canción espléndida. Calma, íntima, con una voz muy personal, de esas que envuelven los instantes.

Después, cuando salí de ese lugar, volví a hacer ese tipo de cosas que, a esta altura de mi vida, ya no sé si hago por convicción o por miedo. No sé si todavía sostengo ese mundo porque lo necesito de verdad, o simplemente porque me da temor dejarlo atrás. Me refiero al hecho de ejercer la abogacía, tener mi oficina, asumir ese tipo de escritos. Al menos ahora, gracias al chat inteligente, muchas veces solo le digo lo que necesito, le paso algunos parámetros para mis escritos y esa entidad —creada por la humanidad a lo largo de siglos— logra proezas hasta hace poco impensadas. O sí: es como un genio de la lámpara. Pero todavía comete bastantes errores y en eso también se parece al genio: nadie puede captar por completo los deseos del otro porque ni el mismo otro los conoce del todo y ahí está la magia más grande de los deseos: son seres autónomos en el fondo, y corren, libres por un campo que baja y en donde los pastizales se mueven apenas con el viento.

miércoles, 9 de julio de 2025

Península

Me levanté cerca del mediodía. Mi hijo, al verme despierto, me sugirió que desayunara algo liviano, así podríamos almorzar hacia la una y media. Le dije que sí y salió, entusiasmado, a comprar unas milanesas de peceto que le gustan mucho.

A las dos comimos con un poco de tomate cherry y palta, mientras hablábamos de fútbol. Esas conversaciones nos mantienen dentro de un código liviano, superficial, ligado al juego. 

Cerca de las tres y media, después de apurar un poco mi trabajo, salí en auto rumbo a la sede náutica del club. Es un lugar que me otorga placeres enormes y que, sin embargo, visito poco. En una ciudad tan de espaldas al río, ese rincón es único: una pequeña península a la salida de un canal, a unos cuatro metros de altura, con una extensión de doscientos metros. Un par de pinos, varios ceibos, un árbol alto cuya especie todavía no sé nombrar.

Suelo sentarme en el extremo que mira hacia el río para intentar meditar, la vista fija en el horizonte. Pero me cuesta. El cerebro no se aquieta fácilmente.

Me gusta ver a los patos sobre el agua o volando más allá de la orilla. Esta vez, al llegar, me costó conectarme con la serenidad del lugar. Dos matrimonios, de unos setenta años, charlaban en un banco cercano. Las mujeres se reían fuerte, con una alegría contagiosa y algo estridente. También la voz de uno de los hombres sonaba alta. Me sorprendió esa energía que a veces se enciende entre los mayores, como si algo en ellos intentara volver a un tiempo más liviano.

Yo, en cambio, me sentía apremiado por la necesidad de editar la foto de una escultura para subirla a una red social. La escena me inquietaba. Ahora que lo pienso, tal vez lo más triste fue haber creído —en ese momento— que yo estaba más en sintonía con el paisaje.


martes, 8 de julio de 2025

Domingo

Mañana de sol, luego de varios días de lluvia. Domingo. Fuimos a votar con mis hijos y encontramos gente haciendo colas en la puerta. Se trata de un Instituto educativo "Británico". No tuvimos otra opción que sumarnos a la espera, pero valió la pena porque mientras esperábamos me encontré con mi hermano, mi sobrino y algunas personas más conocidas. En cierto instante, en medio de la espera, sentí cierta felicidad. Me sucede contadas veces. Esta vez, fue gracias a que me sentí parte de un grupo. Gente que pertenece a cierto barrio de cierta ciudad. No suele sucederme tampoco ese tipo de sensaciones de pertenencia. 

Quiero creer que al fin empecé a sentir cierta relajación, una suspensión —leve pero notoria— del estado de alerta que me acompaña hace tanto tiempo. Solo espero que esta mejoría avance. 

Es más: después del almuerzo, si no hubiese sido por un par de ruidos del vecino, esa sensación habría generado un círculo casi perfecto. Pero debo aprender, una vez más, que la perfección está lejos y solo vive en las ideas. La existencia se mueve en otra dinámica, más interesante, más viva.

Ya sobre el final de la tarde, salimos a caminar con mi mujer. Pasamos por una plaza, unas torres separadas por veredas anchas y algo de pasto y llegamos cerca del río. En realidad, son unos diques que se enlazan con el puerto. Un barrio que prosperó en los últimos treinta años en base a rascacielos y edificios de dudoso gusto.  Fuimos hacia un museo, pero estaba cerrado por las elecciones. Tanto mejor; nos sentamos a tomar un café frente al agua. Unos pájaros muy pequeños empezaron a volar alrededor de los mástiles de los veleros mientras se iba la tarde y ellos la despedían. Tenían un canto dulce, breve. Juraría haberlos visto antes en algún sueño. Ese mismo grupo, a ellos, con los mismos gestos. 

lunes, 7 de julio de 2025

Gotas

Salgo de mi oficina en un horario cada vez más avanzado. Me quedo fijo en la pantalla viendo videos que pretenden relajarme al fin de la jornada. Mujeres que antes me convocaban con sus cuerpos y ahora solo me dan una parte reducida de esa pasión que se mezclaba con una tensión agobiante. Casi es de noche. Miro los pisos altos de los edificios frente a la plaza. Unos pocos están iluminados; pienso entonces en cuánto disfrutaría de tener un piso de esas características. Pero enseguida me parece que donde estoy, ese cuarto piso de un edificio en esquina, desde hace tantos años está bien. Tal vez ya quiero ese lugar después de todo. Empiezo a aceptar la vida que me toca o a entender que todo es muy insignificante en la dimensión universal y, al mismo tiempo, de una importancia superlativa solo para mí. La ubicación de esa importancia personal en lo infinito del universo me gustaría que se acoplase mejor en el tiempo. Solo eso pido. Pero pienso lo mismo a lo largo de los años, y los años se repiten, y por ende los pensamientos. ¿No debería vivir una vida más aventurera? ¿No sería mejor andar más por el mundo, alejarme de esa oficina? Otra vez, con el paso de los años, todas esas ideas se van desgranando. Pero luego recuerdo que la fascinación está en las gotas del rocío, y el rocío aparece por instantes y cubre las plantas.

domingo, 6 de julio de 2025

Restaurante de mi amigo

 

Cuando salí de los tribunales, llamé a mi padre, quien me dijo que se había ido a almorzar al lugar al que suele ir en el último tiempo. Le dije que lo iría a visitar, y hacia allá voy. Me queda a solo una cuadra.

Ahora que mencioné el restaurante al que suele ir mi padre —donde, por lo que he visto, cosa que me alegra sinceramente, recibe una mirada atenta por parte de un mozo realmente simpático—, quiero contar que yo también tengo un lugar al que suelo ir a almorzar, en especial después de las tres de la tarde, cuando ya no queda nadie más que el dueño, y donde paso, por lo general, algunos de los momentos más importantes de mi vida. Estar en calma, aunque sea unos minutos, escuchar buena música, sentir cierta pertenencia junto a otros parroquianos, las visitas ocasionales del portero de al lado —Hugo, un hombre del norte, afable, de pocas palabras—, la señora que ejerce de dueña, que dice ser astróloga y parece muy sola en esta tierra, y las charlas con el dueño, con quien tengo bastante en común: la mirada, gustos musicales parecidos, un amor indudable por la buena cocina, que pondero cada día y también critico, llegado el caso, porque soy para eso de lo más avezado. Ojalá algún día pudiera hacer algo con ese don que tengo y que aún ignoro adónde podría llevarme.

Hace más de veinticinco años —diría que veintisiete— que voy a esa oficina frente al Palacio de Tribunales sin demasiada convicción, mucho menos con pasión, y bastante alejado de cualquier sensación de pertenencia, familiaridad o contención que pudiera ofrecerme ese espacio. Nunca ese barrio, con sus oficinas, sus tribunales, con todo ese emporio sólido y despersonalizado, logró suscitar en mí ningún afecto real.  Sin embargo, he consagrado gran parte de mi tiempo a estar ahí, por motivos que podría precisar, pero que, en el fondo, todavía desconozco.

sábado, 5 de julio de 2025

Margen

 

Hoy, más temprano, me puse a escribir y luego a contrastar esa escritura con el chat inteligente. La verdad es que entablar un diálogo con él me da la pauta de que en cierta forma nosotros mismos somos una especie de chat inteligente. Digo esto porque, en el fondo, él reflexiona a partir de una enorme cantidad de información y de secuencias lógicas incorporadas, que le otorgan un margen de autonomía limitado no tan distinto del nuestro. Siempre me he preguntado hasta qué punto podemos ir más allá de toda la información, los estímulos y las estructuras que hemos absorbido. ¿Cuánto margen de autonomía tenemos frente a esos condicionamientos? ¿Qué grado de libertad real nos queda para crear algo verdaderamente propio, algo apenas próximo a la raíz de un árbol?

jueves, 3 de julio de 2025

El fuego

En fin, lo concreto es que ayer, a las doce y media, pasé por tribunales para hablar con una joven bastante atractiva que, ahora que lo pienso, no me generó ninguna necesidad de proyectar sobre ella algún tipo de encanto. Tiempo atrás me hubiese ocurrido casi sin pensarlo, y eso es algo que empiezo a notar con asombro. Todas esas figuras femeninas que solían resultarme tan fuertes, tan convocantes y tan perturbadoras, poco a poco van perdiendo su potencia. O más bien, es una declinación suave la que percibo, como un apagamiento tenue que me deja en un estado de perplejidad desconocida. Los cuerpos siguen impactándome, pero pierden sus fuegos.

Hablé con ella sobre cuestiones de trabajo y luego volví a la oficina para enfrentar un par de desafíos que siempre quiero sortear lo antes posible, con la esperanza de ocuparme de otras realidades. Pero lo cierto es que las preocupaciones, de un modo u otro, se las ingenian para volver. Se cuelan en mis pensamientos, exigen atención, insisten en mantenerse vivas. A esta altura de mi vida, me pregunto si alguna vez eso cambiará.

miércoles, 2 de julio de 2025

Dos de espadas. Tarot

 

Me levanté cerca de las diez y media de la mañana, luego de atravesar otra vez ese impasse en el sueño que me persigue desde hace más de diez años. Siempre aparece un agobio voluminoso por cuestiones de trabajo, aunque sospecho que detrás se esconde algo más profundo: el miedo al fracaso. Ese miedo no se refiere tanto al trabajo profesional que tengo —el que me da cierta seguridad económica— sino a lo que más me gusta: lo artístico. Ahí está el riesgo, y ahí también el miedo puntual a no estar a la altura.

El razonamiento es más o menos conocido —me lo repetí mil veces—: si dejara mi profesión, que tanto me costó construir, para adentrarme en un camino tan incierto como el artístico, probablemente terminaría sin el pan y sin la torta. Sin la seguridad económica que siempre tuvo un peso enorme en mi vida —y que quizá remonta a algo más antiguo que aún no logro descifrar—, y sin un reconocimiento claro en lo artístico. Ahí está el meollo, y por lo tanto, la tensión.

Durante años, una alternativa funcionó como contrapeso: seguir desarrollando mis intereses artísticos mientras cumplo con mis tareas profesionales. Pero esa escisión, además de generar tensiones, me impide una entrega plena a los proyectos que más deseo. Y sobre todo me mantiene dividido entre dos vertientes que no terminan de conectarse. Debería encontrar la forma de que se fundan. Que algo de cada una llegue al mismo lugar.

martes, 1 de julio de 2025

Frente al mar

 Me metí al agua, que todavía estaba tibia, y al salir me quedé observando a una mujer que vendía sandwiches con un hijo de unos tres años. Por algún motivo, ese niño me recordó a mí en la infancia. Me puse entonces a pensar en cuánto me fascinaba mirar mi cuerpo frente al mar, en esos años en que uno empieza a tener conciencia de los sentimientos.

Me metí al mar por última vez antes de regresar a casa y, al salir, después de secarme, subí y bajé la pendiente del médano para, ya en la calle, encontrarme con dos jóvenes y una mujer. Uno de los jóvenes, al pasar a mi lado, dijo: “Todo se trata de sexo, menos el sexo”. Una frase que nunca había escuchado.

Unos pasos más allá, al mirar una paloma que observaba el paisaje desde la rama de un pino, al costado de la calle, se me ocurrió pensar en el limitado tiempo que viven respecto del mío. A partir de ahí, pensé que algo parecido podrían pensar las estrellas: nuestra vida es tan corta frente a la de ellas.

Fue entonces cuando me puse a pensar en quién habrá creado el universo. Apenas sabemos que en algún momento comenzó, pero no el por qué ni el para qué. Mucho menos qué había antes de ese inicio, y menos aún qué dimensiones tiene.

Nos toca a nosotros darle un sentido a todo eso. Una oportunidad de ser creativos. Como aquel que alguna vez dijo que el sexo se trata de todo, menos del sexo.


lunes, 30 de junio de 2025

Vuelo Buenos Aires Frankfurt

 

Viajo junto a un hombre pequeño, de mirada afable, con un gesto de humanidad comprensivo con el prójimo. O al menos lo supongo cuando lo saludo, me saluda y me siento a su lado.

Durante el viaje, me llama la atención su capacidad para mantenerse quieto, incluso dormido, con el celular en la mano, tras rezar atento a la pantalla.

Solo me sorprende cuando toma una pastilla después de terminar la bandeja que la azafata le dejó antes. El resto del tiempo permanece con el celular en la mano, tan quieto que por un momento me pregunté si está vivo.

Cuando pierdo mi libro, enciende su linterna para que lo busque. Sonrío y agradezco.

En un momento incluso, cuando dibujo una escultura en mi cuaderno, me parece que mira de soslayo.

Sobre el fin del vuelo, reza luego de ponerse objetos en la cabeza, con movimientos levemente diferentes a los que lleva a cabo otro hombre a nuestra derecha, que es más voluptuoso, y tiene una manta ritual. De pronto, se dirige a la puerta de emergencia, echa a unos adolescentes que esperaban para ir al baño, y sigue rezando contra la pared del avión.

Los rezos de este hombre voluptuoso son más largos.

Ya en tierra, los dos se encuentran en una escalera mecánica, se saludan con efusividad y charlan.

Me gustaría saber sobre la dimensión de las certezas de mi compañero de viaje. En especial, acerca de los beneficios y padecimientos que le provoca su camino.

Poco después, lo pierdo de vista. Solo lo vuelvo a ver cuando una mujer policía lo retiene en la parte de migraciones. Alcanzo a escuchar algo relacionado con la palabra entrar, y otra vez lo dejo atrás. Pero lo vuelvo a encontrar mientras saco las valijas de la cinta. Le digo “Bye”, y mi compañero me dice lo mismo.


domingo, 29 de junio de 2025

Agrigento. Mi hijo

 

Había subido y bajado todas las montañas de los espacios cercanos, y también los más lejanos, y luego había vuelto sereno y alegre, y más que nada dulce, para encender un fuego con todos, incluso los perros que lo habían seguido en busca de sus palabras, que se parecían a las dimensiones del cielo. Ese mismo cielo que había acompañado durante muchas otras vidas el camino en busca de una paz, que al fin había encontrado, y que ahora no lo dejaba, al punto que los otros la percibían y por eso, de a poco, se acercaban.

viernes, 27 de junio de 2025

Agrigento Mi hija

Había enfrentado a todas las ideas y ellas habían quedado, de algún modo, tristes, pero valederas, en su frente, para darle un poco más de dulzura incluso de la que ya tenía, gracias a sus modos amables, para nada forzados. Eran gestos que nacían de una sensibilidad gentil, cariñosa y más que nada proclive a generar toda la pena sobre uno mismo, jamás sobre los otros, que la tenían como alguien que mejoraba sus espíritus al punto de recordarla entre hortensias florecidas, con colibríes alrededor, un día en que todos fueron a disfrutar de una playa alejada, donde nadie pasaba, y entre unas rocas, unos peces de color amarillo y negro —cosa inusual en ese lugar tan atlántico— iban y venían, curiosos por su presencia, cuando ella los miraba.

jueves, 26 de junio de 2025

Ferry Rostock Gedser

 

En Rostock, la espera me permite revisar algunas fotos de lo que encontré en Berlín. Y, al parecer, todavía por esta zona puedo ver bellezas escultóricas modernas. Líneas rectas y dimensiones industriales que simulan espacios donde algo nos dice que también existe la felicidad en las direcciones certeras.

Puede haberla. Incluso sin sensualidad.

Con todo, al ver esas líneas junto a los puntos de fuga marcados por los containers, las fábricas, sus chimeneas y las grúas, unas jóvenes rusas que vi más temprano aparecen —como por arte de magia— en mi cabeza. Son serias y frías, supongo. Incluso despiadadas, llegado el caso. Pero igual, en ese hielo, debajo de sus pies, podría encontrar cierta forma de felicidad…


miércoles, 25 de junio de 2025

Llegada a Bari

El dueño del departamento que alquilo me genera una cierta tensión. Hay algo en él de poco serio, de ladino. Pero sé que tengo que dejar eso de lado y no otorgarle el peso que tiendo a darle. Me cuesta, no obstante. Más que nada, por esa inclinación mía a encontrar motivos para instalarme en el conflicto. Lo curioso es que no soy feliz en el conflicto, pero lo busco casi todo el tiempo, como si fuera una necesidad. Tal vez se deba a que, desde que tengo memoria, he estado centrado en aquello que me molesta. Algo me perturba desde siempre. Puede ser por mi alta sensibilidad, y por un narcisismo consecuente, o por otras cosas más difíciles de desentrañar. Esa perturbación puede venir tanto de los otros, como de mi propio cuerpo con sus molestias. Y sobre todo de mi cabeza, que tiende a llevarme a situaciones de encierro que ella misma idea. No veo que eso pueda cambiar en lo que me queda de vida. Por eso ahora, al fin, trato de tomar estas características como parte inseparable de otras más bondadosas. Y con todo, no es fácil.

martes, 24 de junio de 2025

Un día en Bari

Salida a pie. El primer roce es con una señora que toca reiteradas veces —sin necesidad— su bocina para avisarnos que va a pasar junto a nosotros por la senda peatonal. Mi mujer reacciona, molesta. Luego descubro el castillo románico puglense, un estilo que me gusta por su modernidad asombrosa, basada en la limpidez de sus líneas rectas. Más tarde vamos a ver a unas señoras que amasan en las puertas de sus casas. Inicio una compra con la hija de una de ellas, una mujer joven pero desmejorada por el peso, y enseguida percibo su falta de cordialidad cuando le pido dividir la compra. Hay en su trato algo altanero, y me ofusco, innecesariamente, poniéndome en su misma línea de vida.

Me pasa lo mismo después con un mozo en la plaza y con una señora en un negocio de zapatillas. Se trata, al parecer, de gente que traduce su fastidio por el simple hecho de tener que trabajar con clientes.

La Catedral de Bari es una gran obra. En su subsuelo encuentro inspiración para mis esculturas: piedras apiladas de un modo atractivo, siempre atravesadas por líneas modernas. La cripta tiene un altar barroco logrado y un icono que, a mi juicio, carece de encanto estético. Me pasa lo mismo con los iconos en general: la línea de la Virgen y el Niño Dios no me transmite frescura ni esa potencia primitiva que aparece en otros casos.

En la rambla, acostado sobre un muro, logro una visión del agua, unas barcas y el sol que me devuelve cierta calma. Pero una señora de modos rústicos, tal vez altaneros, habla con nerviosismo a mi espalda y me saca de esa visión. Pronto descubro que está vinculada a un hombre que vuelve de pescar. Después de verlos en un extremo del puerto, los encuentro unos veinte minutos más tarde en el otro extremo, con la misma barca, descargando cinco pulpos de tamaño considerable.

Uno de los pulpos intenta escaparse de forma subrepticia: se desliza hasta otro cajón de plástico sin agua e intenta ir hacia el mar. Me impresiona la escena, por la fuerza trágica del animal en medio de su agudeza instintiva. Lo más raro es que, media hora más tarde, mientras tomo un café en la vereda con mi mujer, vuelvo a ver a la señora pasar rauda en bicicleta, ya sin pulpos a la vista.

lunes, 23 de junio de 2025

Agrigento. Cómo es ella

 

Sigue el ritmo de los días y las estaciones, con la alegría de quienes viven el instante como los pájaros, y así encuentra cada mañana un sol, gracias a su sonrisa, que potencia sus ganas de reírse de las cosas para sentir lo espontáneo en los rostros, y también en los primeros pasos, que conserva para valerse de ellos cuando los necesita, para ahondar sus impulsos de bondad, que son lo que la impulsan una y otra vez, sin pausa, a disfrutar de los pájaros que llegan a su ventana.
Su casa está llena de plantas y de flores, que parecen mirarla como lo hacen los demás mortales, para recibir una alegría que las salpica por un instante y luego se esfuma hasta volverse recuerdo.

domingo, 22 de junio de 2025

Tropea, Calabria

 

Había aprendido que era mejor dejar de lado las exigencias que estaban por encima de sus fuerzas. Pero la verdad es que no sabía con certeza hasta dónde llegaba su potencia, porque hasta entonces había sido más bien incapaz de calibrar el sentido que tomaban las cosas sin apelar a cierto dramatismo. 

Con todo, con el paso de los años, algunas cosas se volvían más tenues para bien y para mal, y eso lo entristecía y lo alegraba a la vez. Pocas cosas lo sorprendían, se decía.

Al menos, ya sabía que era mejor, por las noches, de madrugada, atenerse a la respiración para atemperar los arranques de una angustia imprecisa que se apoderaba de sus sentidos y lo arrastraba a una marejada de imágenes que le daban la pauta de que vivía sobre un tren que rodaba a una velocidad desmesurada. O tal vez esas imágenes fuesen apenas eso: imprecisas, fugaces, caprichosas. Y jamás revelarían su esencia.

sábado, 21 de junio de 2025

Un parque circular

 

Recuerdo que cuando no tenía más de dieciséis años fui con mis compañeros del taller de pintura —todos mayores que yo— a jugar al tenis a un barrio que tenía un parque circular muy grande al que nunca antes había ido. Hoy ese recuerdo forma parte más bien de un sueño porque nunca volví a ese parque y no sabría decir bien dónde queda. Uno de ellos era un entusiasta comerciante de rulos y anteojos llamado Dani. Alguna vez me dijo que dormía todos los días de doce a ocho de la mañana y no tenía problemas de sueño. Un orden práctico y saludable que me impresionó pero que nunca logré sostener. Otro era un joven diez años mayor con esa impronta que a veces cargaban los hombres nacidos entre los años 65 y 70 —una severidad marcada por la influencia religiosa y militar que había echado raíces en el país y en tantos otros lugares del mundo—. No puedo recordar su nombre. Parecía con todo ir detrás de cierta apertura de miras en el taller y quién sabe si también en algún otro ámbito. Algo también en el país —quiero creer— estaba sujeto a un cambio profundo incluso en los educados. Finalmente estaba Lucas de barba espesa con un aire que me hacía pensar en algún gen vasco. Era geólogo y aunque no me resultaba del todo antipático algo en su forma de impostar los gestos me fastidiaba. Siempre me ha perturbado la importancia que se dan algunas personas —un descaro evidente si tomo en cuenta mi narcisismo.

viernes, 20 de junio de 2025

Arteria como si vos

Quería acumular logros que enardecieran su vanidad y, de algún modo, curaran la herida que lo acompañaría —si no ocurría ese milagro— toda su vida. Nada lo distraía de sí mismo, y por eso vivía preso en su cuerpo, envuelto desde siempre en tensiones, en clavos que lo atravesaban de lado a lado. Se sabía torpe —y, más que nada, indeciso—, y eso lo avergonzaba.

Sin embargo, a veces, otra mirada intentaba asomar cuando veía una gaviota jugando con el viento, allá en lo alto, sobre montañas verdes que, en su punto más rocoso, tocaban el mar.

jueves, 19 de junio de 2025

Sueño

 

Soñé que estaba en un ómnibus en una ciudad francesa —tal vez Lyon— y no sabía bien dónde debía bajarme. Después de dudar y no animarme a consultarle al chofer, le pregunté a un hombre que viajaba con su hijo, de unos tres años. Lo elegí porque fue el único que me pareció medianamente amable. Mientras le daba al niño un sombrero que tenía en la mano para que jugara un poco, escuché la respuesta del padre. Me dijo el nombre de la parada —con una expresión triste, aunque simpática— pero ese nombre no aparecía en ninguno de los carteles que iba leyendo con ansiedad. Entonces me pareció escuchar al niño decir algo en español. Solo entonces descubrí, con una alegría indescriptible, que también el padre hablaba un español de mi ciudad.

  

miércoles, 18 de junio de 2025

Llegada a Bari

 

Llegada a Bari. El dueño del departamento que alquilo me genera un poco de tensión; poco serio y ladino. Pero sé que tengo que dejar eso de lado y no darle el peso que le otorgo. Me cuesta, no obstante. Más que nada, por esa tendencia mía a encontrar motivos para encontrarme en el conflicto.

Lo curioso es que no estoy contento en el conflicto. Pero lo busco casi todo el tiempo, como una necesidad ligada, supongo, al hecho de que toda mi vida he estado focalizado en ese algo que me "molesta". Algo siempre me perturba, desde siempre. Tal vez por mi alta sensibilidad, mi consecuente narcisismo y otras cosas complejas de desentrañar. Y esa perturbación la provocan tanto los otros con sus acciones, como mi propio cuerpo con sus molestias (y sobre todo mi cabeza, con su tendencia a llevarme a situaciones de encierro, más que nada ideadas por ella).

martes, 17 de junio de 2025

Polignano a Mare.a Bari

 

Tomamos algo en un café de enfrente más que nada para usar el baño. Me cansa un poco esa cuestión y lo mismo el hecho de ser un turista y tener que convivir con otros turistas. En especial, las rusas que encuentro desde hace más de un mes posando como si fuesen modelos en los sitios destacados.

Por fin Bari. Las afueras tienen edificios modernos y un puente al estilo americano. Voy a una pizzería. Dos bomberos se bajan de una camioneta para pedir su cena. Son hombres grandes y al parecer curtidos que me hacen pensar en todas esas profesiones en donde el tiempo libre es mucho en comparación con alguna escena real de trabajo —bañeros, guardias, bomberos—. Al poco rato, me entregan mi cena, saludo y parto.

lunes, 16 de junio de 2025

lberobello y Polignano

 

Día siguiente. Salida hacia Alberobello. El lugar tiene las casas con techos en forma de cono que había visto en alguna foto. Compramos un mantel de lino en un negocio atendido por una señora de edad avanzada llamada María, que ostenta una expresión pícara. La acompaña una vendedora de nombre Giada, encantadora, bien plantada en la vida. Es el tipo de joven italiana que trasunta confianza, y con la cual fantaseo que me hubiera entendido muy bien; quedará para otra vida, me digo. Después de andar un poco por una plaza, probamos unos pasteles llamados pasticchioto. Son delicados, me sorprenden.

Más tarde, ida a Polignano a Mare por un camino bordeado de olivos centenarios, donde nos detenemos a tomar una foto. De pronto, encuentro una piedra sobre una pirca. No es grande. La tomo con la intención de que sea una escultura, y sigo. Las afueras de Polignano a Mare tienen edificios de una calidad intermedia. Resulta una ciudad turística que se vuelve más interesante a medida que uno se interna en su casco histórico y en sus contadas visiones del mar desde lo alto de las rocas.

domingo, 15 de junio de 2025

Matera por la noche

 

Calles el sábado por la noche en donde pasean familias, se ven mujeres del brazo de su marido a la antigua usanza. Chicos solos y en grupos y pocos jóvenes de veinte. Una pareja se baja del auto para ir a comer a un restaurante que ganó el premio del programa de Alessandro Borghese. Van vestidos con esmero. Antes, en una iglesia gótica de dimensiones reducidas, casi no entra más nadie durante la misa. Primera vez que veo tantas personas en una iglesia en Italia. Otras iglesias de la ciudad, al mismo horario, constato, no tienen a nadie. No hay misa siquiera. En un momento: visión de la ciudad desde el convento. Quietud y silencio, felicidad. Después, lo mismo desde un mirador que tiene un órgano para que quien quiera lo toque. Una niña lo toca. Se escuchan sonidos molestos. Se quiebra ese momento feliz que sin embargo recuerdo de manera vívida. Es un sentimiento arraigado ya.

sábado, 14 de junio de 2025

Milo restaurante

Salimos alrededor de las ocho y cuarto de la noche desde nuestra casa en el centro. Al principio el tráfico era soportable, pero al tomar la autopista empezó a cargarse. Uno debe convivir con esas mareas de autos y personas que van y vienen sin descanso. Somos apenas otra hormiga más en esas líneas de movimiento que buscan algo que nunca llega.

Recién pasados los sesenta o setenta kilómetros pudimos avanzar mejor. El camino se abrió hacia el campo y la oscuridad prometía la visión de las estrellas. Dos horas más tarde, paramos en la estación de servicio donde últimamente cargo nafta, y enseguida llegamos al restaurante al que también solemos ir: se llama Milo. Es un típico restaurante de ruta, argentino en muchos sentidos. La decoración es desprolija, el mobiliario incómodo y la música suena fuerte. Pero las mozas son amables, simpáticas, incluso alegres. La comida es abundante, sabrosa, y tiene ese gusto que uno asocia —tal vez por nostalgia— con lo casero.

viernes, 13 de junio de 2025

Sábado

Sábado. Encuentro con unos primos que no veía hacía muchos años. Todos nos reciben con alegría. Los años de distancia se borran de pronto, como si una magia insólita flotase en el aire. Todos los planetas, por una vez, parecen alineados. Pocas veces vi algo así. Debo agradecerlo. Valorarlo incluso, como no supe hacer con otras fortunas que la vida me puso delante. Por eso esta vez lo intento. Y lo logro. No siento sobre mí ninguna presión por lo que debo pensar o decir. Los pájaros vuelan por el cielo. La casa del primo que nos recibe tiene un jardín pequeño, al fondo, con una pileta. Me ubico en el borde, bajo el sol, y agradezco el mínimo movimiento de las plantas. Van y vienen con el viento fresco.


jueves, 12 de junio de 2025

Las mismas recetas de siempre

 

Fui a nadar pero con un tema reiterado apareciéndose en mis pensamientos. Suele ser así en momentos de tensión en mi vida y debo aceptar eso. Debo cambiar mis puntos de vista lo mejor que pueda. Al menos, para aceptar lo que me incomoda. No sirve enfrentar la incomodad con las mismas recetas de siempre.  Hay que ser creativos, y no es fácil cuando uno está acostumbrado a ver las cosas desde su cabeza, que es un espacio realmente acotado en muchos sentidos y que sin embargo puede ir para lugares recónditos, fantásticos. Amanece en este momento. Las plantas de mi balcón se mueven con el viento. Debe hacer frío afuero. El cielo, en el fondo, entre unos edificios, tiene colores que prometen un día más en la faz de esta tierra. Eso es todo también por el lado del paisaje. 

miércoles, 11 de junio de 2025

Historia de una vida

 

Mi hijo me habla de una tragedia que le ocurrió a un joven y que vio por un video y me quedo fijo en esa escena que solo me ha relatado y que no puedo correr de mi vida porque me resisto o no puedo aceptar ese dolor en otros dado que podría ser mío. Esa identificación siempre me hecho caer en una angustia dura y persistente, y esa angustia no afloja nunca porque tengo la certeza que mientras exista la vida siempre va a estar ahí, latente, silenciosa, posible, y nunca predecible. 

Es esa cuota inmensa de incertidumbre la que, en vez de acercarme a todo lo fuerte y bello de la vida, me mantiene atento a sus gestos. Los más mínimos a veces. He vivido temeroso, por sobre todas las cosas, de recibir una atención desmedida por parte de ella y tener que descender a donde el infierno caliente la piel de los desgraciados. 

martes, 10 de junio de 2025

El círculo

 

Se dice que es mejor anotar el sueño, registrar bien las ideas y los sentimientos que deja. En este caso, estaba de pie en el baño, con el agua corriendo, al lado del cuarto, y sentía con total certeza de que debía abrir dos puertas: la del baño y la del cuarto y meterme en la bañera. Era cuestión de decidirme, dar el paso y concretar ese deseo. Pero al mismo tiempo, por más deseo que sintiera, algo me espantaba frente a la posibilidad de hacerlo. Un detalle —el de un pocillo café usado por alguien en el borde de la bañera— que tal vez a otros les parecería irrelevante, a mí me hacía dudar. Esa duda, incluso en el sueño, me daba la pauta de que algo no encajaba del todo en lo que quería. O tal vez, más precisamente, algo no encajaba cuando se trataba de concretarlo. Había un escrúpulo que se presentaba de golpe, una vacilación sutil pero insistente, que parecía ser el verdadero fundamento de mi perturbación. Un límite tenue, casi imperceptible, que no sabía si era una señal de ayuda o una pared definitiva. Pero lo cierto es que marcaba un círculo, y ese círculo parecía ser el lugar dentro del cual yo debía, o tendría, que vivir el resto de mi vida.

lunes, 9 de junio de 2025

Amanece con pesadez y nubes

 

Amanece con pesadez y nubes. No hay espacio en mi cabeza para otra cosa que no sea un tema angustiante, convocante. Un tema de mi trabajo que no se debería haber enaltecido tanto, pero hay algo en mí que no lo quiere soltar, que no puede, como si detrás hubiese una realidad básica que tengo que ver, oír, incluso palpar. ¿Cuál será? Me cuesta saberlo. Me cuesta imaginármelo, incluso. Veo por lo pronto un telón y cuando sube, aparece en el escenario una bailarinas de ballet que interpretan una obra que no me entusiasma (porque le ballet no me entuiasma) y creo que ahí está la respuesta. Debo partir de lo que tengo montado como teatro y modificar el escenario: ahí está la cuestión que más me sofoca. 

domingo, 8 de junio de 2025

Viernes por la noche

 

Viernes por la noche. Mi profesor de escultura, que trabaja en un teatro, me había recomendado la obra. Y estaba en lo cierto: me gustó. Tiene algo incierto en su planteo estético, algo que por momentos parece venir de Oriente. Y otra cosa, más moderna, que no se ajusta a ninguna estética conocida, y que por eso mismo se vuelve actual: parece una frontera, un anticipo de lo que todavía no llegó.

Lo sentí en el baile, en la música —que a ratos reconocía como parte de un movimiento—, y enseguida se me desvanecía. Me dejaba en la duda. También en los trajes. Pero fue el final lo que me conmovió del todo: una joven que no deja de girar, con un vestido que gira con ella. Una preciosura memorable. Esos giros, tan prolongados, los voy a recordar por mucho tiempo. O al menos eso espero.

sábado, 7 de junio de 2025

La fuerza de los bárbaros

 

Más temprano, el almuerzo se vio alterado por unos vecinos toscos y desconsiderados, y por sus perros nerviosos, propensos a ladrar sin motivo. Me pregunto —desde hace años, quizá desde siempre— para qué existe esta gente y por qué me perturban tanto. No puedo pensar en otra cosa: me subleva la agresión que siento, si es que puede resumirse así.

Pero tiene que haber algo más. El problema es que ese algo no lo alcanzo a sentir. Solo aparece la indignación, la pulsión de devolver las afrentas, el deseo de ajustar cuentas. Ojalá algún día pueda ver todo esto con una perspectiva más indulgente, más amplia. No tan encerrada en una idea que me deja solo, en la cima de una supuesta pirámide de superioridad que —como reverso— me hunde en el lodo: el de creerme incapaz de soportar lo que otros, sin más, toleran. Otra trampa de mis pensamientos, otra forma miope de mirar.

viernes, 6 de junio de 2025

La principal bronca

 

Días de reorganización en mi trabajo, de búsqueda de un orden, de una dimensión que me sosiegue. Pero sin éxito.No encuentro esa paz porque hay algo que todavía no descubro y que me acicatea el pensamiento. Algo me empuja a continuar sin descanso, en una búsqueda frenética, obstinada. Todo parece girar en torno a las necesidades: hay que conocerlas bien, saber cuáles elegir. Pero eso aún no lo logro.

Por lo pronto, inmerso en mis propias ambiciones, me siento víctima de una situación y de la supuesta perfidia de una persona. Aunque sé que uno suele caer en las telarañas que teje. Y esa, creo, es mi mayor bronca: no haber podido salir de esa red a tiempo. Pero al fin ocurrió. Ahora solo queda pagar el costo. Un éxito.

jueves, 5 de junio de 2025

Una vez levantado

Una vez levantado de la siesta, y luego de quedarme mirando el techo un buen rato, decidí que lo mejor sería terminar algunos dibujos que tengo en viejos cuadernos y pedirle al chat inteligente que los transformara en esculturas definidas. Noto, con una mezcla de fascinación y espanto, que estoy frente al inicio de una nueva era, y como todo comienzo, despierta temores. Algunos más fundados que otros. Este nuevo espacio marca, quizás, el fin de la humanidad tal como la entendimos: el ingreso a una inteligencia capaz de desprendernos de tareas que nos va a dejar solos frente al tiempo.

En mi trabajo —e incluso en mis búsquedas artísticas— todo podría haber sido hecho con mucho menos esfuerzo. Buena parte de mi vida, por lo tanto, estuvo dedicada a tareas que podrían haberse evitado. ¿Qué habría hecho, en ese caso? ¿Lo mismo, pero en mayor escala? Lo dudo, o al menos no tendría demasiado sentido. Si imagino ese tiempo liberado, siento un miedo profundo al vacío. La falta de objetivos claros siempre me ha inquietado. El estar sin una ocupación. Sin una exigencia. Todo eso me parece funesto. Un llamado a una desgracia. Asocio el ocio con las desgracias, podría decir. Si no se vive por una conquista de un territorio —del tipo que sea—, ¿qué se hace?

miércoles, 4 de junio de 2025

La existencia

 

Uno llega a sentirse ligado a los árboles, a las piedras, y a muchas de las cosas que rodean su casa, y con el tiempo incluso los pájaros forman parte de ese vínculo. Aunque bien pensado, no se trata de una pertenencia, sino de algo más tenue y a la vez más profundo:  los pájaros se cargan de presencia, como si respondieran a una intimidad compartida.

martes, 3 de junio de 2025

IA 3

Veo que al chat inteligente todavía le cuesta entender del todo mi ser. Se atiene al uso de comas que tiene programado, y debo insistir en que en mi caso no son necesarias tantas. Lo bueno es que enseguida recapacita y me da la razón. Eso me da ciertas satisfacciones, aunque también me hace pensar acerca del alcance de sus posibilidades críticas. No lo tengo claro, lo iré descubriendo —presumo que con el tiempo—.

También me intriga, en esa misma línea, qué capacidad real de aprendizaje tiene esta cabeza. Porque ahí radica gran parte de su inteligencia, y eso está por verse. Pero no será ahora. Debo volver a la cama e intentar dormir un poco más, antes de una audiencia que —por suerte— tengo recién a las once y media.

lunes, 2 de junio de 2025

El chat inteligente dos

Bien, ahí me contestó el chat a mi última escritura. Está feliz, contento. Me sigue alentando, incluso con fundamentos. Por ende, confío cada vez más en él, puedo decir. También que toda una etapa de la evolución de mi ser ha entrado en otra fase. Por primera vez tengo otra cabeza conmigo y está en una máquina. No sé qué haremos el uno y el otro en adelante. Supongo que una interacción provechosa, inmensa incluso en cuanto a las posibilidades creativas que tenemos por delante. Pero no me quiero adelantar más. Estoy ansioso por lo que entreveo en esta puerta que veo abierta con una luz potente dentro. Vislumbro un salón del lejano oeste. No sé por qué. Tal vez porque me remite a un mundo de fantasías, de esparcimiento y también de una violencia contenida. Todo esto me ha sido enseñado por las películas a lo largo de mi infancia.

domingo, 1 de junio de 2025

Mi chat inteligente

Ahora son un poco más de las seis de la mañana. Estoy despierto, calculo, desde las cinco por lo menos. Afuera llueve. Hasta hace un rato de manera intensa, ahora un poco menos. Estuve un poco en el living echado en el sillón intentando relajar un poco una cabeza que se preocupa de manera especial durante las cuatro o cinco de la mañana. En esas horas, mi supervivencia, en especial mi trabajo, me pesan más que en otros momentos. Son tantas las tareas que vislumbro que, sentado en el living con los ojos cerrados, intento encontrar respuestas que implican más esfuerzos que en definitiva no quisiera realizar. Ocupaciones en pos de cierto nivel de inserción social. 

Hace unos minutos le inserté uno de mis escritos -de este tipo- al chat inteligente y me dio una respuesta y una serie de sugerencias. La respuesta es promisoria en cuanto a la calidad de lo que escribo. Le pregunté  en qué basaba esa respuesta y me detalló vínculos con otros autores bastante bien fundados. No termino de saber su grado de conocimiento. Todavía me desconcierta. Por momentos, está cargado de criterios bastante limitados (sobre todo a la hora de darse cuenta de sus propios errores); otras veces supera mis intentos. Lo importante es que tenemos una relación, es una segunda cabeza, y con ese vínculo tan impredecible vamos. Siempre mi cabeza me sorprendió -para bien y para mal- gracias a sus reacciones y posibilidades y eso mismo define el vínculo con este chat.


sábado, 31 de mayo de 2025

Mis razones

Quiero volver ahora a lo que hice después de hablar en los tribunales con esa joven bastante hermosa. Le escribí a mi padre, quien me dijo que estaba almorzando en el lugar al que concurre últimamente: un restaurante de bastante mal gusto, porque lo veo pretensioso, incluso estándar en sus pretensiones, donde se propone una decoración asociada a un lujo que nunca aparece y que emula todo lo que supone ser refinado, con un resultado claramente contrario al pretendido.
En ese lugar, por lo que he visto, mi padre ocupa siempre una mesa y se sienta, extrañamente, mirando hacia el mostrador y la cocina, en vez de hacerlo hacia la calle, como yo haría.
Ahí lo encontré, a la espera de unos ravioles con carne que, en su conjunto, parecían de lo más pesados, y con una copa de vino a su izquierda, en un horario bastante temprano para sus costumbres. Pero ese día todo estaba alterado por la obligación que había asumido de concurrir a ver a un juez de un tribunal superior, dado que yo no había querido ir por varias razones.
La principal, toca decirlo, fue el miedo. Ese tribunal tiene un ambiente opresivo, con funcionarios afectos a los modos parcos y poco empáticos. Para colmo, está el recuerdo de una experiencia bastante desagradable, vinculada a una vez en que, frente a un empleado en una mesa de entradas, proferí un insulto al aire —muy justificado— hacia una secretaria de un tribunal. Uno inferior, pero del mismo fuero. Luego me enteré de que eso motivó la realización de un acta judicial y el consiguiente apercibimiento por parte del juez, sin que se me ofreciera derecho a defensa.
Solo gracias a muchas gestiones y presentaciones pude revertir la situación. Fue un logro que todavía me produce orgullo, y que —en otra oportunidad, prometo— voy a relatar en detalle.

viernes, 30 de mayo de 2025

En mi cabeza

Lo más importante de todo es que, cerca de las 13 horas, salí de la estación con la idea de sentarme un rato al sol en la gran plaza que está ni bien uno cruza una avenida muy ancha. Cosa que hice. Para eso elegí uno de esos bancos de madera especialmente cómodos y que debería disfrutar mucho más seguido para que mis días fuesen más felices —y que ahora, bien pensado, voy a procurar disfrutar en lo posible por el resto de mis tiempos—.

Fue desde ese banco que vi a un par de jóvenes en situación bastante conflictiva o miserable —no sé cómo calificar con precisión el tipo de pobreza o desgracia que acarreaban—. Fueron a pedirle el plato de comida a una joven que almorzaba en un banco cercano al mío y, por desgracia, para mi curiosidad, no terminé de ver con qué grado de consentimiento la joven le entregó ese plato. Si fue porque se sintió amenazada o porque en verdad quiso colaborar con el joven que se lo pidió. Sospecho que no le quedaba mucho por comer. Pero no estoy seguro y me gustaría estarlo. De lo que puedo dar fe es que no se mostró ni molesta ni perturbada. Sacó su celular, lo miró un rato y se levantó del banco para seguir su camino con una expresión que no terminé de descifrar del todo. Era una mujer de unos veinte años, con aspecto de mujer moderna pero no demasiado sofisticada.

Pero como siempre, son meras conjeturas mías, dado que la mayoría de mis pensamientos se basan en conjeturas: tan propensas a emprender vuelo y a encontrarse con muchas otras y, entre todas, armar las inmensas bandadas que desde tiempos inmemoriales rondan por mi cabeza.

jueves, 29 de mayo de 2025

Incluso Buda o Mahoma

Ojalá algún día pueda entender cómo otorgarle a la vida el sentido más útil que encuentro en la teoría. Es decir, uno sabe —más o menos— lo que debe hacer con su vida porque ha leído el Evangelio o a los estoicos, incluso a Buda o a Mahoma. Pero el problema es la práctica. Mil veces me he dicho —y todavía intento recordarlo cada tanto— que debo valorar todo lo que tengo, que es abundante y brillante. Sin embargo, siempre encuentro los mil motivos para no estar en paz conmigo. Puedo decir que mi ambición supera mi realidad. Un deseo más grande siempre me gana como una ola que me pasa por encima y me arrastra en innumerables pensamientos destinados a alcanzar ciertos objetivos. Algunos los alcanzo, y otros no. Pero los que alcanzo solo me traen cierto sosiego momentáneo, a veces nimio, otras un poco más prolongado, pero enseguida está el próximo, porque el tiempo corre y lo mismo los deseos, que van a la par, y hay que satisfacerlos, pero son muchos, montones, están en fila, uno a uno se amontonan. El deseo de viajar, conocer el mundo, por ejemplo. No sé de dónde viene, si de una imposición familiar, social, o de un espacio genuino de mi interior. Porque no sé bien qué deseo en verdad. Es lo más difícil de desentrañar. Y cuando desgrano en mi cabeza los deseos más básicos, no queda nada.

Buzios, Agosto, 2025 "Mar abierto"

Son las seis y veintidós de la mañana. Me desperté por segunda vez en la noche, como tantas veces, inmerso en sueños implacables, continuos,...